—¿Qué miras?—preguntó.
Había dejado la hermosa orquesta y a
la encantadora Sybelle atrás. Decidió salir a buscarme a la terraza
donde me encontraba apoyado en la balaustrada. Louis se hallaba
dentro bailando con Pandora una vez más. Ella reía girando y
girando como una peonza mientras Arjun tocaba el violín sintiéndose
dichoso por contemplar a su creadora, amante y amiga tan animada.
Marius estaba bailando también, pero con Bianca. Ambos mostraban un
aspecto impecable de dos perfectos bailarines que parecían haber
salido de alguna película romántica. Mi madre estaba sentada en una
de las mesas del fondo y discutía con mi buen amigo David Talbot,
Daniel Molloy y otros hombres sobre lo que había vivido en sus
encuentros con espíritus antes y ahora. Armand suspiraba observando
a Sybelle y de vez en vez fruncía el ceño al ver a los jóvenes
montar cierto alboroto. La vida continuaba aunque habíamos estado en
peligro una vez más.
—Las estrellas—respondí sin
girarme para verlo.
Ya sabía que vestía un elegante
Armani negro, con una camisa de seda de la misma tonalidad y unos
elegantes zapatos Oxford. Llevaba el cabello recogido y hacía que
sus hermosas facciones se viesen a la perfección. Me había quedado
anonadado por la belleza que había tomado gracias a recuperar su
entusiasmo tras el encuentro con Armand y luego con el resto de la
Tribu. Recuperar a un viejo amante convertido en un buen amigo era,
sin lugar a dudas, para mí un gran motivo de júbilo. Louis seguía
mirándolo con malos ojos a ratos, pero no podía evitar sentir
algunos celos debido a que nunca tuvo una gran autoestima.
—Ahora parecen distintas, ¿no es
así?
Noté que se puso a mi lado y elevó su
rostro hacia estas. Allí, lejos de la ciudad, se podían ver como
antaño. Esas hermosas luciérnagas palpitantes, tan llamativas como
misteriosas, nos saludaban cuando los Hijos de la Noche salíamos de
caza igual que aves nocturnas.
—Siempre he pensado que era una buena
metáfora, pero ahora tienen otro valor para mí—dije girando mi
rostro para verlo bien.
—Para todos.
Había sonreído sus labios de corazón
de cupido se vieron cubiertos de belleza y franqueza a partes
iguales.
—Hay una conexión nueva con ellas,
así como los espíritus que están en los diversos planos de este
mundo. Somos una tribu más fuerte...—murmuré.
—¿Cómo te encuentras tras saber la
verdad?—preguntó tomando mi brazo con sus manos, intentando llamar
mi atención como lo haría un niño pequeño a su hermano.
—Sinceramente, no lo sé. ¿Importa
si acaso?— Dije aquello tras una honda carcajada. ¿Importaba
realmente? No sabía si importaba. Ahora lo necesario era encontrar
cierta estabilidad para averiguar como estaba realmente mi alma.
—A mí me importa—susurró
frunciendo el ceño.
—Además, no es sólo eso...—comenté
soltándome para apoyar mis manos sobre sus hombros. Era muy menudo y
tenía un aspecto algo desgarbado, pero si lo veías bien observabas
a una criatura inmensamente hermosa en todos sus aspectos. Era un
genio de gran talento, tenía bondad y también un rostro lleno de
matices ambiguos.
—Oh, cierto...—dijo cerrando sus
ojos azules para tomar aire ya que comenzó a sentirse nervioso. La
muerte de un inmortal era sin lugar a dudas un hecho doloroso.
—Ya sabes...
—Lo sé, lo sé...—murmuró
abrazándose a mí para darme cierto consuelo—¿Pero aún te queda
esperanza?— Llegó a decir a mi oído cuando lo estreché con
fuerza contra mí.
—Si él estuviese vivo habría venido
a la corte, ¿no es así? Al menos se habría puesto en contacto con
Arion—sopesé.
—Pero ella está muerta y tal vez ha
decidido enterrarse unos años. Yo lo hice—argumentó mientras yo
intentaba no llorar.
—Antoine, mi esperanza reside ya en
otro modo de encontrarme con Quinn.
—¿Esperas que aparezca como Magnus?
Tu creador tiene un corazón puro, ¿se puede decir que un espíritu
tiene un corazón puro?— Dijo entretanto yo lo apartaba para verlo
bien. ¡No tenía idea de lo importante que era para mí tenerlo vivo
y tener de algún modo a mi creador cerca de mí! Yo, una criatura
que siempre se sentía con una fuerte soledad y oscuridad en mi
pecho, ahora me veía rodeado de criaturas que dependían de mí y
que me hacían sentir constantemente arropado.
—Metafóricamente creo que sí, amigo
mío—respondí con una sonrisa.
Lestat de Lioncourt
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