Arion y Petronia... He conocido a Arion estos últimos meses y admito que es un hombre encantador.
Lestat de Lioncourt
—Están quemando jóvenes en Brasil.
Había descargado la aplicación para
móviles de última generación, pues el portátil de Mona se
encontraba sin batería. Quería escuchar la dulce voz de Benjamín
exclamando que nos protegiésemos porque había ocurrido otro
desastre. Desde hacía dos noches las quemas eran algo habitual,
aunque se iniciaron hacía una semana. Todo había estado en calma, o
al menos eso parecía, hasta que algo o alguien desencadenó una
tragedia.
Noches atrás había escuchado una voz,
era como un murmullo. Me habló en griego y fue sumamente extraño.
Las palabras usadas eran similares a las que usaban mis amos y por un
momento creí que se trataba de un recuerdo. Después desapareció.
Horas más tarde las quemas comenzaron a ser una tónica habitual en
las zonas más salvajes de Brasil. Las distintas comunidades de
vampiros jóvenes estaban siendo destruidas. No había lugar donde
esconderse.
—Deja de escuchar esa radio, por
favor—dijo incorporándose de su mesa de trabajo para tomar mi
teléfono y arrancarme los auriculares. Supe que estaba a punto de
hacerlo estallar, pero sólo lo dejó sobre el tablero de ajedrez.
Manfred se quedó en silencio. Él
también quería saber qué sucedía ahí fuera, pero en Nápoles
todo parecía estar bien.
—Tarquin y Mona han salido hoy y
estoy preocupado—confesé provocando que el viejo loco suspirara y
se incorporara como si se dirigiese a buscarlos, aunque en realidad
sólo decidió dejarnos a solas en la habitación.
—Aún no ha ocurrido nada en
Europa—me comentó Petronia antes que escuchásemos las pisadas de
Manfred por el pasillo central para ir hasta su recámara.
—¿Y si ocurre? ¿Qué crees que
estará sucediendo?—pregunté desconsolado y desconcertado. En
todos mis milenios sólo había visto una quema similar y había sido
provocada por Akasha. Ahora no teníamos una Akasha, ¿qué pasaba?
—No lo sé...—murmuró.
—Estás reviviendo lo que ocurrió
con el Vesubio.
Acerté porque sus ojos se llenaron de
lágrimas sanguinolentas y sus manos se aferraron a mis brazos.
Rápidamente me habló con la voz trémula intentando parecer firme.
—Arion, abrázame—me pidió—. No
me sueltes—. Rogó como el niño que ruega un poco de afecto a su
padre o que le cumpla un deseo una estrella—. Hazlo tan fuerte que
me duela. Necesito saber que sigo viva, que no he muerto y no lo
haré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario