Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 10 de septiembre de 2017

Bianca...

Ahora entiendo muchas cosas...

Lestat de Lioncourt 


Las reglas básicas de las relaciones interpersonales humanas no son las habituales entre los vampiros, pues con el paso de los siglos estas se deterioran y comienzan las fracturas. Algunas grietas son irreparables y otras se pueden resolver aguardando unos años antes de confrontar nuevamente las almas. Ella y yo habíamos decidido olvidarnos. Me abandonó dejándome el alma destrozada después de haberme impedido volver a estar al lado de Pandora y lo hizo porque lo merecía. Reconozco que no fui honesto con ella, que me convertí en un hombre destructivo para su alma y por eso decidió hacer pedazos la mía. 

Mi vida y la suya tomaron rumbos distintos. Ella decidió recorrer el mundo, libre de mi persona y de la carga que arrastraba, convirtiéndose en una mujer más fuerte, decidida, apasionada y auténtica. Se destruyó pedazo a pedazo y dentro de esos pedazos se halló a sí misma. Al fin esculpió la mujer que era realmente y que muchos decidieron contener entre lisonjas, joyas y vestidos de seda. Incluso llegó a vivir en París, lugar donde Armand destruyó aún más su alma convirtiéndose en un fantasma de otra época, en una imagen entre lo grotesco y lo celestial, entre las tumbas de Saints-Innocents. 

Durante ese tiempo ella encontró a alguien a quien amar, pero lo hizo en un mundo moderno y el joven tenía ideas vanguardistas. Era un joven artista, un hombre cuya pasión excedía los límites de lo conocido, y, en definitiva, se parecía al hombre que fui en otras épocas. 

Por mi parte, me convertí en una sombra del hombre que fui. Ese hombre aguerrido, dispuesto a conocer y deslumbrar al mundo con sus conocimientos. Transformé lo que fui en un reflejo difuso y me encerré en mí mismo buscando un refugio que jamás lograría realmente. Nunca me hallé en mis actos. A veces, por casualidad, encontraba cierto parecido al temerario que se enfrentó a la Secta de la Serpiente, pero poco a poco me transformé en cólera, rabia y vergüenza. La tristeza se apoderó de mi alma y también de mis obras. Estar aferrado al cuidado de Padre y Madre me había dado un sustento de cómo vivir, pero al faltar ellos, tras esa terrible catástrofe, decidí centrarme en cuidar a otro semejante. El amor que sentía por Daniel Molloy estaba basado en un deseo de cuidar a otro, en pura dependencia, y me odié. Tras la última Gran Quema, que fue una cadena de acontecimientos y muerte, mi nuevo discípulo decidió retomar el rumbo que había iniciado hacía algún tiempo. Se percató que lo necesitaba sólo para no encontrarme solo y que al tener ya un motivo nuevo, el ser el guardián y creador de las nuevas leyes para los vampiros así como ser la mano derecha de Lestat, él debía encontrar el suyo. 

Solo, sin saber como afrontar la soledad que sentía en mi pecho, decidí recapitular en mi historia y percatarme que la única persona que me amó sin dependencia, sólo porque realmente me amó firmemente y quiso ayudarme, fue ella. Bianca Solderini, la joven que siempre me pareció una magnífica obra de Botticelli, no me ayudó porque ella realmente necesitase hacerlo para sentirse realizada. Ella me ayudó porque realmente me amaba. Incluso me pidió en alguna ocasión que buscase a Armand, cosa que me negué a hacer por miedo y vergüenza, y que al descubrir que era sólo una brújula que me ponía en el camino adecuado hacia Pandora me dejó. 

La Bianca que encontré, enlutada debido a la muerte de su compañero, era mucho más desafiante y tenía un claro aroma de mujer que embriagaba endulzando algunas noches a cualquiera que se acercase. Sin embargo, ella los rechazaba. Rechazaba cualquier ayuda o compañero. Incluso rechazaba la unión fraternal, o desde otro prisma, de mujeres. Y a pesar de sus cambios de vestuario, a veces tachados de masculinos, seguía siendo una mujer auténtica que miraba como un gato salvaje a su presa. 

Me vigilaba, por supuesto que lo percibía. Vigilaba cada uno de mis movimientos. Y yo, claro está, me negaba a sumir que tuviese que corresponder sus miradas, el sonido de sus tacones o la elegancia de sus camisas de algodón. 

Aclaro en este punto que Faared, el creado por Seth el hijo de Akasha, ha hecho grandes proezas. Actualmente no necesitamos inyectarnos testosterona o estrógenos previamente para poder tener deseo sexual. Es una dosis que va funcionando y modificando nuestra apetencia haciéndonos funcionales. Somos más parecidos a los humanos que antes, ya no somos una evolución que únicamente llega al orgasmo mediante besos de sangre. 

Hace menos de un mes entró en una de las bibliotecas de la fortaleza de Lestat en Auvernia, concretamente la que suelo usar habitualmente, entretanto daba una rápida lectura a la propuesta de nueva ley para nuestra constitución vampírica, la cual debía ser aprobada de manera consensuado por todos y cada uno de los vampiros presentes en la corte. Somos alrededor de dos mil y los dos mil deben votar.

Ella entró con un hermoso abrigo que imitaba a la piel de los lobos, sin ser piel de lobo auténtica ni de otro animal, cerró la puerta y se quedó mirándome. Por supuesto yo alcé la vista y la observé. Ya habíamos tenido otro encuentro similar a ese en el lugar donde se reúne el consejo, lugar donde también suelo pasar largos ratos, pero esta vez fue más allá. Su rostro lucía un maquillaje discreto, pero sus labios eran rojos. Era una tonalidad de rojo muy encendido que me dejó sin aliento. Sus cabellos estaban suelos, ondulados y desparramados por su espalda. No había clásico recogido, sólo melena suelta al natural. Calzaba unos tacones de aguja de más de diez centímetros y que hacían un ruido muy peculiar, sobre todo porque abrió un poco sus caderas, pasó sus manos por la falsa piel y la arrojó a sus pies. Me quedé sin habla. El sonido fue estremecedor y la vista lo fue más. 

No llevaba ropa interior, sino un juego de ropa típica de sumisa que eran puras tiras de latex bordeando sus pechos, jugando en su cintura a modo de corsé y aferrándose a su cuello como una pequeña cinta oscura. Eran tiras finas y otras más gruesas, resaltando así la blancura de su piel. 

Por mi parte sólo llevaba una túnica roja de lana gruesa que comenzó a sobrar. El fuego de la hoguera era suficiente junto al mío propio. La chimenea daba la luz propicia al momento, pues estaba en ligera penumbra ya que sólo tenía una pequeña lámpara estilo años XX en el escritorio. 

Me levanté como si tuviera un resorte y me acerqué a ella hipnotizado. Mis manos no dudaron en acariciar su cuerpo lentamente y mi boca se aferró a su pezón derecho. Sólo un niño lactante se aferra así al pecho de su madre, pues succionaba desesperado. Su pezón, rosado y grueso, se endureció rápido con la presión de mi boca y el jugueteo de mi lengua. 

Con su diestra tomó la mía y la llevó a la abertura de sus labios vaginales, ayudándome a hundir mi dedo índice en su vagina. Una vagina húmeda, estrecha y caliente que se contraía jugando esperando que comprendiera que un sólo dedo no iba a ser suficiente. Sus jadeos y gemidos se elevaban por encima del crepitar de la leña. 

De un momento a otro mi túnica salió despedida y ella cayó al suelo de espaldas a mí, con sus pechos pegados al suelo. Escuché como siseaba igual que una serpiente ante la sensación del mármol frío sobre sus pezones, así como pude ver sus piernas abrirse mientras sus manos se aferraban al borde del abrigo. Ni una palabra de sus labios, tampoco de los míos. El sonido de mis manos golpeando sus glúteos una y otra vez, hasta dejar la señal de estas sobre ambos, era como el repique de campanas para la oración a un Dios falso, vacío, pueril e inexistente. 

Tomé mi miembro con la diestra y acaricié con mi glande, aún encapuchado, sobre sus labios manchando este con su humedad. Después lo metí entre sus piernas, que no en su vagina, para masturbarme con ambas que rápidamente se cerraron dejando las rodillas juntas y el resto de piernas en “v”. 

—Maestro...—decía con los labios abiertos y la cabeza ligeramente girada sobre su hombro izquierdo. Sus ojos tenían una mirada encendida en un azul turbio. Noté que tenía incluso pestañas postizas y se había perfilado con maquillaje sus perfectas cejas. Sí, había decidido resaltar el rol típico de una mujer fatal. 

Me incorporé por completo, pues estaba algo agazapado sobre ella, para girarla y colocarla de rodillas. Pronto agarré su larga melena en una coleta alta y la usé como una cuerda, o más bien una rienda, con la zurda mientras la diestra dirigía mi miembro contra su boca, golpeándolo y manchándolo ligeramente con el labial. Después lo hundí en su garganta y la obligué a hacer una garganta profunda desde la primera arremetida. Literalmente violaba su boca. 

De vez en vez sacaba mi sexo y golpeaba duro sus mejillas, las cuales se encendía, y ella gemía complacida dando gracias. Siempre supe que sentía un extraño placer ante la tortura. Sus gracias se convirtieron en mantras como si lograse de ese modo iluminar su alma junto a la mía, elevándola de entre nuestros cuerpos y llevándolas ambas a otro plano superior. El plano superior del placer, por supuesto. 

Finalmente la levanté, llevé contra uno de los pilares principales de la habitación, muy cerca de una de las estatuas que yo había adquirido para Lestat y la decoración de la sala, y la penetré. La penetré dejándola de espaldas a mí, de pie y con el mal equilibrio en esos tacones. Su vagina, estrecha como la de una virginal criatura, aceptó de buen agrado la penetración. 

Cada mi hombría entraba en su delicioso sexo, hundiéndose por completo, mientras mi diestra azotaba su glúteos, clavaba de vez en cuando mis dedos en su cadera y arañaba sobre su vientre. Sin embargo, acabé estimulando su clítoris porque las suyas se aferraban a la columna. Ella gimió aún más alto y movió sus caderas con las piernas temblorosas. De un momento a otro, sin poder evitarlo por su parte, su vagina se humedeció tanto que manchó mi sexo y mis dedos mientras llegaba a un fuerte orgasmo. Sus músculos se contrajeron y yo eyaculé. La eyaculación fue abundante y ella se echó hacia atrás, recostándose en mi pecho sudoroso, logrando que su cabello se mezclase con el mío, se pegasen ambos a nuestros cuerpos y mis manos la rodearan rápidamente antes que se desvaneciera. 

Esa noche decidí que sería mi compañera. 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt