Dark City - capitulo 9 -Días precipitados, demasiado precipitados II

La copa es un cáliz. Me lo regalaron el otro día XD y ¿por qué no usarlo?

Me marché con un sabor agridulce, no podía quitarle toda esa felicidad de un plumazo. Sin embargo tan sólo tenía unas cuantas horas. Iba a causarle un daño importante, le haría sentirse imbécil y humillado.

Llegué a casa y me dediqué a cuidar a Phoenix. Me sentía extraño tocando su piel, sobretodo tras aquellas discusiones donde se aclaró todo lo que sucedía. Acariciaba su espalda con la yema de mis dedos en un masaje inusual en mí. Le había pedido un poco de paz y que me dejara mimar su piel. Él se sintió extrañado por mi petición, pero aceptó. Nuestro hijo dormía plácidamente en la cuna, así que no había problema alguno.

-Atsu.-susurró sentado en flor de loto y sin camiseta. Mis dedos se deslizaban lentamente por su espalda, sobretodo por la zona baja de los hombros y la columna vertebral. Había recogido sus cabellos con una pinza para el pelo.-Atsu.-sus manos se aferraban a las sábanas y noté un leve jadeo de sus labios.

-Tranquilízate, aspira el incienso que he encendido y el leve toque de canela de las velas que he dejado por la habitación.-murmuré deslizando mis manos por su cuerpo. Tomé sus brazos despegándolos del colchón. Hice que los dejara en cruz y después los bajara lentamente.-No te tenses.-susurré en su oído con una leve sonrisa en mis labios.-Tan sólo deja que el mundo gire y que tu cuerpo gire con él.

-Me gusta.-susurró y yo lo observé en el espejo que teníamos frente a nosotros. Era el que usualmente usábamos para terminar de arreglarnos. Su expresión era de relajación y placer. Mis dedos se posaron sobre su cintura y mis labios acariciaron lentamente su cuello.-Atsushi.-murmuró abriendo los ojos con las mejillas levemente sonrojadas.

-No, no los abras.-dije acariciando su torso desde su pecho hasta su vientre, para luego ir a la espalda.-No hables.-aquello lo dije muy pegado a su oído.

Tomé un bote de aceite con esencias de incienso y otras plantas medicinales. No era pegajoso, sino que dejaba una pequeña película suave en la piel. Solía absorberse bien por la dermis y dejar un perfume agradable. Hacía años que no lo usaba, pero siempre le gustó a Clarissa y supuse que a él también le agradaría. Debía de hacer que me perdonara por todo lo que sucedió. Él decía haberlo hecho, pero dudaba de ello. Quería hacerle olvidar el daño de una vez.

Mis movimientos eran suaves, quería dejar que las tensiones evadieran su cuerpo. Por ello estuve más de una hora aplicándole caricias en su cuerpo. Se relajó tanto que terminó dormido prácticamente en mis brazos. Lo recosté en la cama y lo arropé. Observándolo tan indefenso sentí asco y vergüenza. Asco de mí, de mi mismo. Vergüenza por mis actos.

Fui a darme un baño para relajarme yo. Apagué las velas y el incienso. Cuando llegué a la bañera la llené y vertí sales con aroma a mar. Amaba el mar. Ver un rompeolas, ver las olas destrozarse contra la dura piedra que poco a poco se desgasta. El sonido del océano, la arena bajo mis pies y ese sentimiento de libertad suprema. Por una cosa u otra no había ido a disfrutar de la playa, este año no había salido prácticamente de mi encierro en mi hogar. Ni había probado la piscina, aún menos eso.

El bebé comenzó a llorar cuando estaba dispuesto a meterme en el agua. Cerré el grifo y noté que no era hambre, simplemente una horrible pesadilla. Decidí que ambos deberíamos de darnos un baño juntos. Era habitual y él siempre parecía complacido con ello. Al ser algo mayor ya jugaba con los pequeños patos de goma y los barcos.

-Jun.-susurré mirándolo como salpicaba y reía.-Jun.-repetí y él me miró observándome.

-Papá.-dijo sonriendo y alzó uno de los patos.-pao.-balbuceó orgulloso y seguro de que dijo bien el nombre del animal.

-Pato.-repetí y él frunció la nariz.- ¿Cómo hace el pato?

-Cua.-iba a cumplir un año de edad, ya hacía un año de la muerte de mi hermano prácticamente y mi estómago daba vueltas. Me acordé de todo aquello al verlo jugar.

Yo siempre cuidaba de Hero, siempre. Sin embargo, ya no podía hacerlo. Mi madre estaría orgullosa de Jun y seguro que también de mis hijos. Mi madre volvía a mi mente como noches atrás, pero esta vez me hizo sonreír al recordar algo que ella me había dicho hacía mucho. Según ella los hijos son el orgullo de un padre y una madre, si hacen bien las cosas sienten que su corazón florece con hermosas hojas de Sakura. Sin embargo, cuando caen en un abismo de peligro o de error el orgullo no desaparece, pero sí una terrible preocupación que ensombrece el jardín del alma.

Cuando salimos de la ducha le di la papilla de frutas, después como premio una galleta para bebés que él siempre pedía nada más ver a Phoenix llegar de la compra. Eso le hacía feliz, sonreír como si nada pudiera romper el mundo donde vivíamos. Lo llevé a la cuna nada más ver como bostezaba. Le había puesto únicamente el pañal y una camiseta. Hacía calor, no dejaba conectado demasiado tiempo el aire acondicionado.

La noche fue larga, comí algo de sushi que había en la nevera. Phoenix no se levantó, ya que al fin descansaba del estrés de la boda. Me senté en la silla giratoria del despacho y leí atentamente la novela de aquel muchacho. Había cientos, inclusive una que me llamó excesivamente la atención. Se llamaba “Línea entre el amor y el honor”.

La obra narraba el amor de un guerrero samurai por un joven desvalido. Al principio su forma tosca de tratarlo torturaba al joven, si bien al final se enamoró de él y cuando supo que todo era causado por el amor… este moría. Era una tragedia clásica, con un tema clásico, pero tratado con un abanico de sentimientos muy rico. Me gustó. También fue de mi gusto “Christopher, memorias de un proscrito” o “Ciudad de presencias”. Sobretodo este último me estremeció de pavor. Estaba basado en la propia ciudad, hablaba de fantasmas y lugares en los que yo mismo había estado. Realmente podía sentir el aire cálido de la antigua plaza de abastos o el sonido de mis pisadas por las antiguas murallas.

Todas sus historias tenían un final agridulce, a veces de un sabor tan amargo que te hacían explotar en llanto. En algunas me veía reflejado y sentía aún mayor vergüenza. En otras veía la mirada crítica de un humano común. Era un muchacho al fin y al cabo, sus preocupaciones eran todas acaparar los medios para cambiar la sociedad. Pero la sociedad no se cambia, tan sólo se mueve y evoluciona con esos movimientos. Sé que muchos jóvenes intentan cambiar el mundo, pero antes hay que cambiarse a uno mismo madurando y tomando consejos de personas que ya lo han caminado.

Tras varias horas, creo que casi cinco, me fui a la cama. Me tumbé al lado de Phoenix, el cual sonreía mientras dormía. Había estado varios días inquieto en sueños, también demasiado activo con los preparativos. Eso y su enfermedad hacían que mermara. Yo intentaría cuidarlo, abrazarlo y hacerlo feliz al fin. Lo abracé y arropé descansando a su lado.