Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 10 de septiembre de 2009

Dark City - capitulo 9 -Días precipitados, demasiado precipitados IX


Tras sus palabras no supe que pasó, simplemente desplomé. Ya no recuerdo nada más. No hubo luz, ni túnel, ni llamas y tampoco ángeles con hermosas túnicas. Tan sólo notaba que todo se movía, que me movían.

No sé que pensaría otro en mi lugar, la verdad es que no tengo la menor idea y tampoco me interesa. En esos instantes tan agónicos donde sentía que el alma se escapaba de mi cuerpo, que el aire no llegaba y mi visión se quedaba borrosa para luego perderse en las tinieblas. El karma no actuó como debía, pues morir era algo que no merecía. No lo merecía, no me parecía justo, ya que yo tenía que sufrir y morir tan sólo me daría una escapatoria.

Las imágenes de mi madre caminando junto a mí, tomándome de la mano, y sonriendo. El aroma de las flores de cerezo en sus cabellos, el perfume exótico que desprendían sus manos, y el ruido incesante de las lluvias mientras mi hermano cantaba una inocente canción. Los recuerdos de la infancia, el inicio de mi declive. Mis ojos se bañaban en lágrimas, se emborronaba todo de nuevo. Mi casa se convertía en un desierto de arena, un desierto en un enorme receptáculo de un reloj. Caía de un lado a otro, hasta caer arrojado junto a Yutaka. El aroma de mi madre se transformó en el suyo, sus caricias y sus sonrisas, llenaron mi mundo. Luego un cuadro de Pablo Picasso, todo se descompuso y se volvió cuadriculado. La calma, el sosiego, la frialdad y el ego. Clarissa vino a por mí, danzando un baile erótico de diosa de cabellos dorados. Las risas de Yutaka fueron las de mi hijo, las lágrimas de Hero el sonido de la lluvia y por último un estallido final. Phoenix a mi lado, el disparo, la vida de Megumi y su sonrisa siempre cautivadora regalándome el final de mi vida. ¿Era el final?

Sentía que mi cuerpo corría bajo un aguacero, podía notar el agua de la lluvia y el aire entrando en mis pulmones, cargado del perfume a tierra y hojarasca. Sí, libre y solo. La soledad siempre me acompañó, era como el versículo perfecto para un poema jamás finalizado. Sí, era lo mejor. Sobrevivir y verme solo que la muerte, al menos quería saber la verdad. Necesitaba conocer el estado de Megumi, dónde estaba Uta, que sería de mis hijos y mis nietos. Sobretodo quería volver a ver una sonrisa en el rostro de Phoenix. Pedir perdón al Karma, rogarle un final distinto aunque fuera más macabro.

Me desperté en una habitación blanca y demasiado luminosa. Mis ojos se entrecerraron y al querer taparlos con mis manos noté que estaba engrilletado. No podía chillar que había vuelto, un tubo lo impedía. Mil aparatos conectados a mi pecho y cientos de artilugios pitando. El sueño había cesado y la pesadilla venía en oleadas de dolor. Varias enfermeras entraron armando escándalo con los doctores.

-Doctor las arritmias son muy acusadas.-dijo la más joven, al menos eso aparentaba, de todas ellas.

-Parece que no saldrá de esta.-susurró una de ellas.

-Callaos y poned el tratamiento que os he dicho.-comentó el doctor inyectando un tratamiento por una de los finos tubos que iban a mis venas.

-El ICP parece que no sirvió de nada.-murmuró la joven y la más anciana anotaba todo en una pequeña tablilla de metal.

-El ECG parece normalizarse y ya no existen arritmias.-dijo el médico comprobándome las pupilas.-Es tu día de suerte.-comentó mirándome y yo me di cuenta que todo lo había visto desde otra dimensión. Fue como si todo aquel proceso lo hubiera vivido en tercera persona.

-Hoy era su boda, no creo que sea el mejor día de su vida.-susurró la muchacha antes de irse.

Todos me dejaron en paz de una vez, mis ojos se cerraron pesadamente y volví a soñar. Más bien regresé a mis pesadillas. Toda mi vida se mezclaba. Las personas que una vez amé parecían volver a regresar a mí. Incluso la noche con Megumi estuvo presente. Un mundo irreal donde cientos de álter egos divagaban sobre mis decisiones.

-Fue difícil dejarte.-susurró el más joven. Vestía de negro con tejido de cuero, sombrero de ala ancha y cabellera negra. Sus manos estaban maquilladas con el mejor esmalte de uñas que había robado a mi madre, negro como también eran mis sentimientos.-Fue difícil volver, pero tú ya no eras el mismo y nada de lo que había a tu alrededor servía. ¿Qué hiciste conmigo? Me olvidaste, renegaste de aquello que amé y luego me obligaste a volver.

-¿Dónde quedó el amor por la verdad?-interrogó un “yo” de unos veinticinco años, tenía a Hizaki de bebé en sus brazos.-¿Dónde el orgullo de un padre?

-Olvidaste todo, pretendiste quedar como la víctima de amores y engaños. Pero quien jamás amó fuiste tú, siempre engañando tú… todo lo que vomitas es falso.-era mi yo de hacía unos años.-Echas de menos el cuerpo de un hombre, reniegas que alguna vez lo tuviste e incluso te decías a ti mismo que eso jamás ocurrió. Das asco, damos asco. Sin embargo seguimos luchando contra esa parte, contra la verdad. Pero siempre fuimos unos mentirosos compulsivos ¿no es así? ¿Señor que decía seguir una carrera de empresariales y te metiste en arte? ¿Recuerdas la paliza que papá te dio aquel día?

-Yo sí la recuerdo.-susurró mi yo más joven hasta el momento.-Recuerdo como incendió en el jardín mis cuadros, mis escritos, como quemó mi guitarra clásica y como vendió el saxo.-las lágrimas de su rostro hicieron que me intranquilizara, pero aún más su cara marcada.-Ahí estuvo Yutaka.

-Mi Yutaka.-era mi propio yo de noches atrás, medio desnudo y recostado en la cama del hotel.

-¿Y mi Phoenix?-interrogó el político cargado de mentiras y putrefacción de su alma.-¿Por qué no sabemos cuidarlo?

-Todos somos tú.-era la voz de un niño, no más de siete años y reconocí el uniforme escolar.-Todos somos tú.-repitió.-Todos tuvimos errores, los cargaste uno a uno y ahora explotan convertidos en una bala con nuestro nombre.-susurró quedando en el centro de todos los que yo era realmente.

-¡Soy Atsushi Sakurai!-gritaron al unísono.-¡Somos unos cobardes! ¡Unos mentirosos! ¡Mendigos de amor! ¡Jóvenes terribles o adultos equivocados! ¡Padres orgullosos o ilusos quinceañeros! ¡Todos jodimos a alguien en algún tiempo! ¡Todos somos tú! ¡Todos somos Atsushi Sakurai! ¡Somos el principio y el fin de tu vida! ¡Somos todos tus días! ¡Tus victorias! ¡Tus errores!-aquellos gritos me hacían abrir los ojos de nuevo, verme rodeado de médicos y enfermeras, controlándome de nuevo.

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Lestat de Lioncourt