Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 27 de noviembre de 2009

Dark City - capitulo 11 - Nuevos Aires (XLV)


Casi de inmediato dejó pequeñas lamidas en el inicio, para ir humedeciéndolo lentamente. Mis dedos se introducían entre sus cabellos y acariciaba su cuero cabelludo. Notaba el movimiento lento que llevaba y me desquiciaba, quería algo de mayor contacto. Sin embargo, dejaría que él me enloqueciera un poco más. Su lengua se paseaba triunfante sobre mi sexo, sus labios lo atrapaba y succionaba entre leves gemidos que eran lo suficientemente audibles para excitarme. Mis labios se abrieron dejando que se escaparan pequeños jadeos.

-Phoenix.-dije levantándome para aferrarme a su rostro, él seguía con su labor descontrolándome.

Comencé a mover mis caderas de forma rítmica, quería acceder a mayor placer y al final lo aparté bajándole los pantalones de forma apresurada. Con rapidez entré en él empujándolo contra la mesa. Él se quejó porque no lo había dilatado, pero eso le sucedía por incitarme de aquella forma y no calibrar lo que podía acabar sucediendo.

El sexo siempre nos unía más que cualquier palabra, creo que así sucede con muchas parejas. No es que el diálogo no sea intenso, o que las discusiones sobre arte o música no sean interesantes, pero el sexo es la fusión de dos cuerpos y dos almas.

Sus movimientos de cadera me volvían loco, junto con sus nalgas prietas y dispuestas a todo por hacerme perder la cabeza. Mis labios se pegaban a su cuello, al igual que sus cabellos por culpa del sudor. Mis manos acariciaban su cintura, sus caderas, su torso y también sus brazos. Las suyas estaban aferradas al borde de la mesa. Podía notar como sus piernas temblaban y se abrían más buscando mayor contacto. Las mías estaban firmes abriéndose paso entre las suyas.

-Te amo.-susurré antes de darlo todo por finalizado. No pude resistir aquellos espasmos que tuvo su delicado cuerpo y como acabó gimiendo bajo.

-Yo también Atsu.-respondió agitado mientras lo dejaba y me subía la ropa.

-Esta vez hemos podido estar tranquilos sin Jun.-dije tomándolo entre mis brazos.

Decidí que debíamos descansar, sobretodo él. Parecía cansado con tanta agitación y para colmo el día había sido bastante extenuante. Lo recosté en el colchón quitándole la ropa que aún llevaba puesta y me tumbé a su lado. Yo también terminé desnudándome para poder meterme bajo las sábanas.

Jun al final despertó, a eso de la media noche pasada, tuve que levantarme y cuidarlo hasta que quedó dormido en mis brazos. Muchas veces lloraba en mitad de la noche, parecía sumirse en la desesperación, hasta que mis brazos o los de Phoenix lo mantenían dulcemente. Era dulce, angelical, y mi hijo.

Justamente hacía un año de la muerte de mi hermano, ese mismo día. Creo que por ello decidí ver a Hero. Esa calma, esa forma de mirar, era muy parecida a la de mi hermano. Jun tenía algo de él, ciertos rasgos que le hacían ser un niño agraciado por un don increible. Mi hermano, aquel que juré proteger con mi propia vida, ya no estaba y en ocasiones echaba de menos hablar con él.

-Tu padre estará orgulloso de ti pequeño.-dije observándolo aferrado a mí y al collar que Yutaka me había regalado.-Tu padre te ama, te ama tanto como yo.-susurré antes de besar su frente.-Él cuida de ti y cuida de mí irónicamente.-tomé su manta y lo envolví en ella para sentarme en la mecedora con él en mis brazos.

A mi mente vino la imagen de la primera vez que vi a Hero. Esa primera fotografía eterna. Mi madre había tenido un embarazo horrible, mi padre no dejaba de gritar y decir que no era suyo y que yo tampoco lo era. Creo que cuando decía aquello cierta parte de mí rezaba porque así fuera. Mi hermano vino al mundo una noche donde a mi padre se le fue la mano en exceso, dejó la mejilla de mi madre amoratada y a mí me partió un brazo. Todo el dolor de aquella noche se convirtió en calor, en esperanza.

Mi hermano a penas tenía cabello, como todos los bebés o casi todos, y vestía un viejo trajecito que fue mío y estaba envuelto en mi antigua manta. Mi madre le daba con dulzura el pecho y sus pequeñas manos se aferraba instintivamente a ella. Sentí esa calidez que digo, su presencia era cálida, y lejos de sentir celos deseé cuidarlo.

Me adentré en la habitación en silencio, noté que la decoración había cambiado y ya no era la misma. Ese cuarto había sido mío, pero desde entonces tuve una habitación contigua a la suya y algo más amplia. Estaba decorada con pequeños matorrales de juncos y aves revoloteando en el cielo azul. Todo lo había pintado mi madre, todo. Y aquel paisaje parecía cobrar vida gracias a ese aura extraña que tenía el bebé.

-¿Puedo cogerlo?-pregunté con timidez dejando una de mis manos sobre las rodillas de mi madre, el otro brazo lo tenía en cabestrillo.

-Cuando tu brazo esté bien Atsushi.-susurró con una leve sonrisa sin apartar los ojos de aquellos enormes ojos rasgados que la observaban fijamente.-¿No es hermoso tu hermano?

-Yo lo voy a cuidar, prometo cuidarlo para siempre, y lo haré con mi propia vida.-esas fueron mis infantiles palabras, palabras que podría haber dicho un hombre adulto y no un retaco de a penas metro y medio.

Hero trajo a la casa más insultos hacia mi madre, más golpes sobre mi infantil cuerpo y más odio de mi padre. Pero a la vez trajo dulzura, como dulce era su voz. Él era mucho más parecido en carácter a mi madre, mucho más que yo, y eso me hacía llegar a casa y correr para abrazarlo.

Era un niño cuando tuve que irme de Japón. Creo que jamás perdonó a Clarissa que no quisiera dejar Europa para vivir cerca de mi madre y de él. Ella no se veía en Japón, no era una mujer que deseara vivir en un país como aquel y mucho menos en la casa familiar que aún conservo. Aún la poseo porque deseo que Jun la conozca, quiero que vea los pasillos por donde correteaba su padre y reía mientras su abuelo no estaba.

Hero amaba un cuento, uno de tantos que había escrito mi madre. En el cuento había dos hermanos, Hizaki y Jun, ambos vivían en el periodo Tokugawa, o Edo. Al principio de este relato dije que era una historia que amábamos, pero no la procedencia, no lo hice porque deseaba tener para mí ese pequeño secreto. Supongo que ya no importa, y también opino que este es el momento indicado para explicarme.

Hizaki y Jun eran dos hermanos. Hizaki era el mayor y cuidaba de su hermano como un tigre, Jun era delicado y zalamero como un pequeño gato. Ambos intentaban hacer feliz a su enfermiza y desgraciada madre, hasta que ella falleció y quedaron solos en el mundo. Jun un día enfermó gravemente y no despertó después de unas terribles fiebres. Hizaki no pudo soportar jamás la perdida de su hermano e invocó a los espíritus de sus antepasados, quería que su hermano siguiera con él aunque sólo fuera como pequeña presencia. Los espíritus le entregaron un muñeco hecho con viejas telas que había tejido su madre, los ojos de aquel muñeco parecían tener un brillo especial y una sonrisa muy dulce como la de su pequeño hermano. Los espíritus le habían concedido su petición, por ello desde entonces protegió aquel muñeco como si fuera un niño normal.

Mi madre tenía visiones, sueños extraños, y creo que aquella historia nos preparaba para lo que sucedería. La primera noche que nos leyó aquel cuento él dijo que llamaría a su hijo Jun, que tendría un hijo llamado Jun y que lo haría en memoria del cuento. Yo le prometí que mi hijo sería Hizaki.

Ninguno de mis hijos sabía en ese momento la verdad, nadie lo sabía. Ese cuento lo leía mi madre noche tras noche junto a cánticos sobre el amor, la paz, la serenidad, la templanza en la vida y la aceptación de la muerte. Quería que fuéramos fuertes, eruditos y distintos a mi padre. Lo consiguió, no demasiado conmigo pero sí con mi hermano.

Hero cuando tuvo a Hizaki en sus brazos lloró y dijo que era idéntico a mí. Después con mi pequeño niño, con el mismo que lleva su nombre, no dudó en besar su frente y decir que veía en sus ojos la mirada de nuestra madre. Si bien, él sabía que los ojos de mi madre eran los suyos. El día que yo tuve a su hijo en mis brazos pude notar algo extraño. Los ojos de Jun tenía su brillo, su dulce brillo.

Por eso la tarde fue tan especial, una de esas tardes que uno retiene en su memoria y las revive para ser feliz en los momentos más amargos. Terminé aquel día con el pequeño en mis brazos descansando. Lo sostuve varias horas hasta que lo dejé tranquilo recostado en su cuna. Volví a la cama y me pegué a Phoenix besando su espalda mientras mi cabeza estaba revuelta.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt