Lestat de Lioncourt
Muchas veces las religiones nos dan un
bálsamo de tranquilidad, un lago de confort, un hermoso sueño que
nos calma y nos hace sentir elegidos por la mano de un dios o dioses.
Desde temprano el hombre ha querido mejorar, encontrar un ser
perfecto y las religiones han proliferado, cambiado con el cambio de
sociedad y cultura. Han ido evolucionando con el paso del hombre por
la tierra dejando diversos vestigios, creencias, documentos y obras
de arte. En cada rincón de éste mundo ha existido un dios, o
varios, y creyentes fieles a sus tradiciones.
Actualmente siguen las supersticiones
alrededor de las viejas pirámides dependiendo de las inscripciones
que hay en la puerta de las tumbas, en los pasadizos mal iluminados y
en las trampas puestas para que los ladrones, así como los ayudantes
de los constructores, perdieran la vida. Todavía hay nuevas culturas
que surgen del Amazonas y muestran su baraje cultural dejando
impactados al mundo. Podemos pasearnos por las viejas tierras de
Babilonia con una Biblia en la mano y leer su pasaje en alto en
cientos de idiomas. También podemos contemplar como la piedra
sagrada musulmana atrae a cientos de creyentes. Los judíos siguen
apoyando su cabeza en el muro de las lamentaciones. Jesús aguarda en
la cruz. En la India todavía se reza a dioses con cuerpos, o
esencia, de animal y se venera a elefantes o ratas. Hay miles de
culturas y diferente forma de creer en los espíritus, en la esencia
de la naturaleza y sus magníficos poderes ocultos.
Todos alguna vez hemos rezado, aunque
fuese cuando tan sólo medíamos medio palmo. Sabemos el proceso,
aunque quizás nuestras palabras difieren. Nos arrodillamos ante la
belleza de una imagen, sea física o mental, y rogamos por nosotros o
por aquellos que amamos. Siempre son deseos, a veces egoístas y
otras veces llenos de inocencia. Pero rezar no es lo único que se
debe hacer, pues es un alivio hacerlo ¿y ayuda? Quizás calma tu
alma, tu mente o conciencia, pero los actos son los que nos acercan
al perdón o el milagro.
Nuestros actos, y no nuestras promesas
o rezos, son quienes nos recordarán. Algunos seremos recordados sólo
por un puñado de personas, pero luego están los que hicieron éste
mundo mucho más magnífico o agradable. Aquellos que con su arte,
sus palabras o simplemente con su carisma despertaron devoción. Los
que con canciones, pintura, actuaciones o mejoras científicas nos
hicieron soñar que todo era posible. Esos que serán aún más
inmortales que los vampiros y los propios dioses.
¿Homero no sobrevivió a su cultura y
sus dioses? ¿Ovidio no ha seguido siendo leído? ¿Platón o
Aristóteles? ¿Todavía no son recordados los grandes reyes del
Valle del Nilo? ¿Acaso no hay canciones que siempre han estado en
nuestros corazones y lo siguen estando aunque el autor haya
fallecido? Los dioses están ahí, pero no siempre están basados en
una religión. Los inmortales no siempre tienen colmillos.
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