Lestat de Lioncourt
Miraba a las estrellas y empezaba a
contarlas, una a una, pensando en lo hermoso que era aquel cielo
despejado. Un cielo de primavera. Un cielo que en cualquier momento
se cubriría de nubes y dejaría que la naturaleza hiciese lo que
bien sabía, que era sin duda alguna ser ella misma. La magia que
envolvía cada pequeño momento, por minúsculo e insignificante que
fuera, me hacía sentirme unido a algo. Algo más que a lo horrendo
de mi rostro, el dolor de mis huesos cansados y la mente impaciente
que bullía de recuerdos, preguntas sin respuesta y sensaciones.
Él estaba a mis pies. Estaba
conmocionado aún. Había sido un buen chico. Siempre había sido un
buen chico. Benedict no se merecía que lo hubiese secuestrado,
arrancándolo de brazos de mi buen amigo Rhosh, para un fin tan vil y
despreciable. Pero, ¿quién quiere morir? Yo no. Ni siquiera alguien
lleno de cicatrices, con los dientes podridos, joroba, casi sin pelo
y con la nariz torcida es capaz de aceptar un fin horrible. Y yo
sabía que mi fin estaba cerca. Era viejo, mis huesos ya pedían
descanso eterno, pero mi alma se sentía viva.
Veía el rostro del joven vampiro, del
muchachito recién nacido en las sombras, y contemplaba la belleza
que Dios no me dio. La naturaleza me jugó una mala pasada. Me hizo
inteligente, intrépido, desafiante e incluso poderoso al saber sanar
tantas enfermedades. Pero, ¿qué me dio para compensar ese alma
inquieta y virtuosismo? Fealdad. Una fealdad que alejaba a las
mujeres, e incluso a mí mismo, llenándome de soledad y desprecio.
Miraba hacia las estrellas porque
pensaba que ellas me gritarían que me detuviese, pero eso era una
estupidez. No iba a permitir que nadie me impusiera sus deseos o
designios. Ni siquiera Rhosh me podía impedir que hiciese de las
mías.
Había investigado bien. Podía
trasmutar su poder. Podía tomarlo. O más bien, robarlo. Así que
decidí desangrarme, casi hasta la muerte, y luego desangrarlo a él.
Sabía como se hacía, pero no lo había probado. ¿Qué podía
ocurrir? ¿Morir? ¿Morir sería mi pecado por ser demasiado
entrometido e intentar lo imposible? ¡Pues que viniese la muerte!
Así que me lancé a ello y lo hice.
Sí, lo hice. Hice lo que creí que debía hacer. Me dediqué un
festín, un expléndido homenaje, con su sangre fuerte y llena de
magia. Pero, claro está, la fealdad no se iba a ir, ni las palabras
llenas de recriminaciones, tampoco el vacío que sentía, y por lo
tanto me dediqué a vivir buscando el envase idóneo para conceder la
inmortalidad y para que, por supuesto, siguiera mis pasos.
Necesitaba un chico inteligente, o al
menos avispado, que tuviese curiosidad por todo. Alguien que no se
rindiera fácilmente. Necesitaba un héroe, pero no uno convencional.
Busqué. Elegí una y otra vez, fracasando siempre, porque sólo
tenía muñequitos lindos lleno de quejas y odio. Pero, entonces, él
apareció bailando ante mí. Un actor, un muchacho de noble cuna, que
había dejado su hogar para vivir aventuras. Sí, un cazador de
animales sería perfecto. Sabía lo que era matar para alimentarse,
así que no cuestionaría demasiado el acto fatal de quitar una vida.
¡Y lo hice! Pero una vez hecho, claro
está, le di todo. Todo lo que debía saber, todo lo que yo sabía.
Le ofrecí una vida acomodada, un beso de despedida y mi muerte. Me
maté para que él viviera. Ya había cumplido. Había conocido lo
que era vivir durante algunos siglos, había comprobado lo que era
gozar de la vida eterna, y me había aburrido. Rogaba que él no lo
hiciera. Él era hermoso, venía de otro siglo, y podía cambiar las
cosas. Creé a Lestat para que fuese el antídoto de la depresión
vampírica, de las maldiciones que muchos creían que estaban sobre
nosotros, y para que rompiera todas las normas. Él, hermoso e
intransigente, haría lo que yo no pude hacer.
Y ahora, que todo ha pasado, veo el
mundo con otros ojos. Estoy muerto, pero no me he ido. Puedo viajar
cerca de las estrellas, dejándome llevar por el aire, aunque
prefiero parecer un hombre distinguido, de unos cuarenta años,
atractivo y con unos ojos inquietantes. Alguien inteligente e
interesante, lleno de belleza, y que nadie, absolutamente nadie,
pensaría que es un fantasma. Bueno, algunos sí, pero es porque
ellos también lo son o son vampiros... ¡Ya que algunos brujos
también caen en mis trucos!
En estos momentos, que saben todo sobre
mí, ¿están dispuestos a odiarme o a quererme? Porque estoy aquí
para quedarme. He regresado para aplaudir con vosotros la actuación
de Lestat... ¡Para amar al Príncipe de los Vampiros! ¡Líder de la
Tribu!
No hay comentarios:
Publicar un comentario