David ha decidido exponer sus creencias sobre un tema espinoso: MEMNOCH.
Lestat de Lioncourt
Cuando escuché su historia pensé que
estaba loco. Creí que su juicio ya no daba para más. Sin embargo,
guardé silencio y medité sobre cada una de sus frases. Había
estado transcribiendo punto por punto aquella confesión. Era
desgarradora. No podía haberse inventado tantos detalles. Tampoco
parecía un iluminado, pero ¿cómo podía creer que alguien como él
pudiese llenar decenas de folios con un testimonio tan extraño? Me
recordaba a los dementes que llamaban a la puerta de la Orden, se
postraban en las escaleras y suplicaban porque un demonio les
perseguía. Solía ser, sin duda alguna, producto de su mente o
simples espíritus jugándoles una mala pasada.
Aún así, también eché la vista
atrás y recordé cierta escena. Una escena que yo mismo había dado
por verídica, aunque seguía siendo un ateo más con ciertas
nociones espirituales. La visión era la de Dios y el Diablo
discutiendo en una cafetería parisina. No podía olvidar aquellos
gestos, esas palabras llenas de dolor y miseria, así como la
rotundidad del Diablo de gestionar el mismo las almas impuras que
caían en sus garras. Un juego sin más. Una apuesta de dos seres
todopoderosos llenos de sabiduría y aburrimiento.
Muchas veces dudé sobre mi propio
relato. Me mantuve al margen y no se lo conté a nadie, salvo a él.
Pensé que quizás su imaginación, siempre en constante alerta,
había podido crear aquellas imágenes con tal de satisfacer su
curiosidad. Luego lo rechacé. Él era incapaz de hacer daño a su
rostro, y menos a sus ojos. También lo veía demasiado atemorizado.
Y, por supuesto, estaba ahí El Velo. Aquel trapo, sucio por el polvo
y la sangre, mostraba el rostro indiscutible que una persona que
tenía ciertos rasgos compatibles con la imagen que todos poseemos de
Jesús.
Durante años investigué. No dejé de
hacerlo jamás. El libro se publicó. Como no muchos se burlaron de
él, pero otros empezaron a temer. Cientos de vampiros en todo el
mundo decidieron inmolarse o tirarse a las llamas. Los más beatos
esperaban que Dios les perdonase los pecados, otros querían sentir
las llamas del infierno para purificar de una vez su maltrecha alma.
Yo observé, casi en los primeros días, como vampiros cercanos a mi
historia, y a la historia de Lestat, decidían, por si mismos, morir.
Algunos lo consiguieron, pero otros sólo quedaron terriblemente
heridos.
Lestat en estos momentos, tan cruciales
para él, cree ahora que Memnoch no era más que un espíritu similar
a Gremt y Amel. Esta teoría podría ser cierta. Quizás nuestros
mundos, los mundos que muestra la propia tierra, está plagado de
seres que mutan, mejoran y crean su propia historia. Quién puede
decir que Dios no es más que un espíritu muy poderoso, así como
sus ángeles y los demonios que atacan la luz esperando la recompensa
de ser creídos, poseer lacayos o simplemente absorber ciertas
energías. Es un pensamiento recurrente para mí, que sigo siendo un
hombre de ciencias pues todo lo compruebo y nada creo si no tengo
pruebas feacientes.
Desearía que el Diablo se presentara
ante mí, con sus mejores galas, e intentara convencerme. Creo que yo
sería mucho menos ingenuo que Lestat. Sin embargo, no soy ni tan
poderoso ni tan importante en la historia. Lestat ahora es la clave
de un misterio que pocos somos capaces de descifrar. Todavía hay
historias que él no ha narrado y que no se sabe si algún día lo
hará.
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