Hay escritos de Nicolas que se salvaron del paso del tiempo y del fuego. Todavía quedan memorias y a veces me siento confuso ¿se tiró al fuego o lo mató Armand? ¿Qué ocurrió con él?
Lestat de Lioncourt
—¿Qué es esto que has
escrito?—preguntó dejando sobre mi escritorio el pequeño guión
que había redactado hacía un par de días.
Todos habían asumido su papel en la
función y estaban deseosos de convertirse en los monstruos más
hermosos que la fantasía pudiese crear. En las calles había rumores
sobre nuestra verdadera raza y muchos se agolpaban en la puerta para
poder ser testigos de nuestras obras. Querían averiguar si todo lo
que hacíamos era fruto de ilusiones o eran terribles actos en mitad
de un escenario mil veces manchado con sangre inocente. Armand había
prohibido que matásemos frente a todos, pero el público pedía a
gritos que mostrásemos los cadáveres una vez terminado el
espectáculo como si fuesen rosas marchitas frente a la lápida de un
cementerio. No matábamos sobre él, pero sí bajo los tablones, para
luego alzar a la víctima como si fuera un ángel buscando la paz que
no había encontrado en la tierra.
—Es una “Danza macabra”. Otra
más—dije restándole importancia.
—Sé lo que es, pero es algo que ya
no se estila—comentó apoyando sus delicadas manos sobre la mesa de
rugosa madera. Era un escritorio pobre y miserable donde tenía que
escribir casi a oscuras porque aquel lugar, ese maldito lugar, era
demasiado pequeño para todos los que éramos. El grupo había
aumentado debido a los rumores de actores y músicos vampíricos
entre los nuestros.
—Por eso le he dado un punto de vista
distinto—admití sin soberbia alguna pues sólo estaba siendo
bastante sincero.
—Mucho más retorcido y cruel. Los
mortales quedarán escandalizados y no regresarán al teatro. ¡Darás
mala fama al lugar!—acabó gritando exasperado. Él únicamente
veía problemas y yo veía barreras que me asfixiaban. La creatividad
no tenía límites y él intentaba poner vallas. Era un inútil.
—Vendrán todos como polillas a la
luz y quedarán tan fascinados que cada noche, cuando se alce el
telón, querrán ver la función más sangrienta, cruel y temible que
jamás hayamos representado—respondí dejando la pluma en el
tintero para alzar mi rostro hacia él.
Aún escribía cuando él entró y
seguí haciéndolo sin inmutarme, pero la conversación estaba
llegando a unos límites que no me agradaban. Me llamaban loco y
quizá lo estaba, pero él era un idiota que no podía controlar su
miedo a ser descubierto. Ahora quería volver a ser amado y pasar por
un humano más. ¿Y no era más humano colocarse un disfraz de
vampiro y agitar la capa como ellos deseaban? Eso sí que era humano.
—¡Matar a un mortal frente a todos!
¡Cómo se te ocurre!—gritó.
—Muerte somos, Armand—parafraseé
una cita de mi propia obra y me recosté en la apolillada silla que
se mantenía en pie a duras penas. Esa misma noche la arrojaría a
las llamas de la chimenea y vería como se consumía del mismo modo
que lo hacían mis esperanzas en Lestat. Habían pasado algunos meses
y él no parecía querer volver.
—Nicolas, quiero que evites que mis
actores ejecuten esta obra—dijo intentando recobrar la calma.
—No lo haré. Nadie lo hará—dije
desafiante.
—¡Soy el gerente!
—Y yo el artista y director. Aquí se
hará lo que yo se diga—me incorporé rebasando su pequeña
estatura de jovencito imberbe. Él levantó la cabeza y me miró con
sus ojos castaños llenos de furia. No pude hacer otra cosa que
carcajearme.
—Ojalá Lestat estuviese aquí para
ver en qué te has convertido—respondió frunciendo el ceño.
—¿Y qué soy?—susurré
inclinándome suavemente hacia él. Coloqué mis largos brazos sobre
sus hombros y lo estreché contra mí. Mis dedos, largos como las
patas de una araña peluda, juguetearon por sus sedosos cabellos
castaño rojizos. Disfrutaba torturándolo de ese modo porque sabía
que ansiaba que lo abrazaran y le dijeran que lo amaban—. Dímelo,
Armand—dije en un tono ligeramente compasivo para empezar a
destilar mi veneno—. ¿Acaso cometo peores delitos que los que tú
has sembrado bajo París? ¿No soy igual de cruel que tú? ¿No
fuiste tú quien me torturó durante varios días para que Lestat me
buscase? Eres igual que todos aquí. No eres un santo y no pretendas
que me crea esa pose de hombre bondadoso. Tú eres un demonio, un
pecador, un estúpido más de este enjambre donde zumbamos todos
recolectando la sangre de los mortales. No eres el ángel que una vez
pintó tu dichoso maestro.
De inmediato me empujó contra la mesa
derramando el tintero sobre mi obra inacabada. Su furia er la de un
Titán y no se iba a conformar solamente con empujarme y gritarme. Vi
en él un odio indescriptible.
—¡Quién te habló de Marius!
—He leído tu diario donde intentas
recopilar tus recuerdos para no perderlos—dije mirándome mis
largas y lacadas uñas de vampiro.
—¡Maldita perra infeliz!—vociferó
igual que un pecador en mitad del Infierno.
—Oh, pobre muchachito... ¡Le han
herido el corazón!—comenté colocándome en una pose dramática de
chica en apuros.
—Me las pagarás... —siseó
marchándose de la habitación dando un fuerte portazo.
Supongo que por eso me amputó las
manos. No fue la única discusión, lo aseguro, pero creo que fue la
peor de todas. Siempre discutíamos. Eleni intentaba calmarlo para
que no hiciese una locura y a mí me apaciguaba hablándome de
Rhoshmandes, Benedict y otros vampiros antiguos a los cuales no sabía
ponerles rostro.
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