Daniel Molloy ha hecho un ensayo sobre el Bien y el Mal... Ya que estamos en Pascua ¿No era el mejor momento?
Lestat de Lioncourt
La lucha del Bien contra el Mal y su
delgada línea, frágil y patética en muchas ocasiones, ha traído
de cabeza al ser humano desde que se crearon ambos conceptos.
Posiblemente el hombre primigenio desconocía la definición de ambos
y actuaba por naturaleza llevado por el instinto de supervivencia,
pero poco a poco germinó en él el árbol de fruto amargo que se
llama moral. La conciencia despertó y desplegó sus ramas provocando
que las leyes se impusieran, algunas muy necesarias y otras demasiado
estúpidas. Lentamente las leyes sociales pasaron a ser leyes penadas
con la muerte o el rechazo absoluto de una sociedad. Las reglas
siempre han estado ahí aunque sólo fuese en su estado más básico.
¿Y qué es la línea entre lo correcto y lo indebido? Es la lucha
entre la moral y lo inmortal cuando la conciencia cobró fuerza.
Las distintas religiones han intentado
definir con mayor o menor acierto los límites a los cuales el
hombre, como criatura elegida como emblema de la creación de Dios o
los dioses, no debe cruzar. Algunos conceptos son muy superfluos
pero otros están marcados a fuego. Casi todas las religiones
prohíben la muerte de un igual, es decir, de otro ser humano
indistintamente de su sexo, posición social o edad. Pero la historia
está plagada de guerras por religión y la propia Biblia cuenta por
millones las muertes a manos de su propio creador como castigo o
enseñanza.
Hemos asumido que la luz es protección
porque el fuego se convirtió en sagrado ya que ayudaba a espantar a
los animales salvajes, ofrecía calor, visibilidad y mejoras en la
alimentación. Quien tenía fuego poseía un bien de incalculable
valor. Por eso todos creemos que la luz es portadora de bienestar y
el bien siempre iluminará nuestro camino por sendas oscuras. Creemos
que estamos a salvo a la luz del día y por la noche cuando
encendemos el interruptor. Nos da miedo aún los callejones oscuros
aunque no haya nadie, ni siquiera un alma perdida, cerca de nosotros.
La oscuridad provoca pánico a muchos seres humanos y también a
cientos de especies animales, pero no siempre en la oscuridad se
puede hallar monstruos y no siempre bajo la luz podemos estar
seguros.
La oscuridad, las tinieblas, la propia
noche y las sombras se han convertido en un símbolo repetitivo para
los relatos de terror y las historias sobre las terribles
consecuencias de venganzas divinas, ya sea en forma de plagas o por
otros medios menos llamativos. Fue de noche cuando los primogénitos
de Egipto murieron a manos del Dios de los judíos, ¿no es así? Su
vida fue sustraída en mitad de sus apacibles sueños, en sus camas o
cunas, mientras la luna brillaba en todo lo alto junto al millar de
estrellas. La noche trae a los monstruos en los cuentos infantiles y
en la noche las brujas se reúnen para llamar a los demonios.
Sin embargo el Hacedor de Luz es el
propio Lucifer. Lucifer es un ángel caído que poseía una belleza
idílica y su fuerza estaba basada en la luz que Dios le confió. Era
el predilecto de Dios y Dios le hizo caer cuando se opuso a sus
órdenes. Podemos ver referencias a él en miles de textos como si
fuera un ser terrible, el cual engaña y consigue las almas de los
más incautos, pero luego si nos basamos bien en la Biblia vemos que
ha matado en tan pocas ocasiones que se pueden contar con los dedos
de las manos.
No, que nadie se equivoque. No estoy
diciendo que Lucifer sea bondad y que Dios quizás sea el villano.
Tampoco quiso decir eso Memnoch en su libro, ¿no es así? Las
confesiones que hizo a Lestat, en una batalla dialéctica terrible,
quedaron plasmadas en un libro gracias al buen hacer de David Talbot
que recogió cada frase con cuidado. Viajamos a través del Infierno,
el Cielo y los últimos momentos de Jesús. Vivimos la ansiedad de
Lestat y las disputas entre dos viejos rivales.
Nuestro amado Príncipe tuvo que
escuchar a Lucifer pidiéndole a Jesús que no aceptara la
crucifixión porque sólo generaría guerras. También tuvo que
comprobar como la conversación subía de tono mientras el ángel
caído parecía un chiquillo asustado. Pudo observar todo aquello con
gran desconcierto y nosotros tuvimos que leerlo comprendiendo que
eran revelaciones bastante fuertes, que quizás habían sido ideadas
para que él, un ser que parecía estar por encima de estos
preceptos, cayese y creyera en ellos. Durante un tiempo fue así.
Desde aquel día, y por algo más de dos décadas, viajó de un lugar
a otro preguntándose si podía ser bueno o si alcanzaría la
santidad. Finalmente se dio cuenta que era una mezcla de bondad y
malicia, como todos nosotros, y que no podría evitarlo jamás.
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