Los misterios se suceden... ¡Esto es la continuación de hace unas noches! ¡No se lo pierdan!
Lestat de Lioncourt
Durante varios días estuve muy
intrigado sobre la conversación que habíamos tenido David Talbot y
yo sobre ciertos archivos de Talamasca. Mi mente no dejaba de cavilar
sobre las historias que había leído a lo largo de mi vida y me
preguntaba si parte de la literatura, sobre todo de siglos atrás,
estaba basada en el horror que se podía vivir más allá del vínculo
existente del papel y el escritor.
Esa misma noche me senté frente a mi
escritorio y encendí mi ordenador portátil. Marius no estaba lejos
leyendo un periódico que había adquirido a últimas horas de la
tarde. El silencio era casi insoportable porque deseaba expresarle
mis inquietudes, pero a la vez deseaba guardar ese pequeño tesoro
para mí. Sabía que él reconocería tal vez en mi rostro la intriga
que germinaba como una hortensia trepadora estirando sus ramas y
hojas por toda mi alma. Comprendí entonces que quizás era buena
idea preguntarle si él había escuchado alguna vez sobre sucesos
similares.
—Marius...—dije mientras accedía a
una biblioteca virtual donde podía consultar distintos escritos de
autores que llevaban décadas, por no decir siglos, bajo varios
metros de tierra—. ¿Alguna vez has creído que algunas historias,
muy conocidas y aplaudidas por el gran público, puedan ser reales y
no sólo simple invención de su carismático autor?—pregunté
accediendo a la galería de Oscar Wilde.
—Todo es posible—contestó cerrando
y doblando el periódico—. Verás, Daniel, al principio de mi vida
me hubiese reído si alguien me hubiese hecho semejante pregunta—dijo
dejando su lectura sobre el revistero, para luego levantarse y quedar
a mis espaldas apoyando sus manos sobre mis hombros—. ¿En qué
misterio estás envuelto? Cuéntamelo y podré ser objetivo.
—David Talbot me confesó que el
relato más famoso de Oscar Wilde, “El retrato de Doran Gray”, no
era una invención sino basado en una historia verídica—sus dedos
apretaron suavemente mis hombros y apoyó su mentón sobre mi cabeza.
—¿Por eso estás tratando de hallar
la primera edición de la obra?—preguntó con su voz sosegada y
profunda—. ¿Crees que puede tener diferencias con las restantes?
—No lo sé, pero ¿por qué no
intentarlo?
El archivo se desplegó frente a mí
cubriendo gran parte de la pantalla. En la parte superior podía ver
en letras doradas y de caligrafía similar a la del autor su nombre y
el título de la obra. La digitalización de cientos de libros era un
hecho. Miles de personas accedían cada vez más a plataformas online
donde conseguían literatura gratuita o a módico precio. Se consumía
ingentes cantidades de información y se obtenía cientos de
documentos con sólo un par de movimientos de ratón.
—Te dejo a solas—susurró
apartándose con cierta elegancia y sin hacer siquiera ruido.
Un escalofrío recorrió mi columna
vertebral y mis dedos quedaron rígidos sobre las teclas. Sentí que
deseaba quedarme a su lado y dejar de investigar algo que podía
volverme loco. Él me había salvado de la demencia y la obsesión
que me consumió durante décadas, pero ahora estaba quizás abriendo
una puerta sin pomo ni cerradura. Entonces mi teléfono móvil
comenzó a sonar.
Spit It Out de Aesthetic Perfection
sonaba con fuerza mientras la pantalla se iluminaba con su nombre y
fotografía. Era David Talbot. Me recosté en la silla y acepté la
llamada esperando que él me diese alguna nueva indicación,
información o me hiciese una confesión que no me dejara pegar ojo
durante todo el día.
—¿Sí? ¿Qué ocurre?—mi voz se
escuchó fría, pero era porque todavía intentaba poner tierra de
por medio. No quería involucrarme demasiado con Talbot, pero
irremediablemente me estaba perdiendo en su mundo ya que había
provocado demasiado mi curiosidad hasta límites insospechados.
—Quiero verte la semana
próxima—dijo—Será en mi apartamento y con una serie de
documentos que creo que te interesarán—su voz sonaba menos fría
aunque con un ligero toque metálico debido a la distancia de la
llamada—. Sé que te ha llamado poderosamente la atención mi
confesión de hace unos días, que quizá te has pasado varios días
investigando por tu cuenta y ahora necesitas nuevas respuestas que no
te he dado. Ten paciencia—añadió—. Ahora intenta alejar tu
mente de los archivos y disfruta de la noche. Sé que estás
hambriento e insatisfecho y que el monstruo que habita en ti, un
monstruo curioso e impaciente, pide que lo alimentes. Por favor,
libera tu mente de cualquier misterio. Necesito que estés tranquilo
y no sometido a esa ansiedad.
Odiaba que me conociera tan bien. Había
tocado todas las fibras de mi alma. Parecía poder leer cada célula
de mi piel y pedazo de mi cerebro hasta llegar a mi alma, intangible
y extraña, arrancándole una confesión que ni yo mismo era capaz de
verbalizar.
—Comprendo—dije cerrando la página
web—. ¿Y qué quieres que haga entonces? ¿Para esto me
llamas?—soné ligeramente ofendido pero no lo estaba en realidad.
Sólo me sentía frustrado.
—Porque sé que te estás
obsesionando y Marius está preocupado—respondió.
—Te ha llamado él—susurré girando
mi rostro hacia la puerta de la sala.
—No ha hecho falta—dijo
rápidamente—. Nos vemos el Domingo de Resurrección en mi
apartamento en Nueva York. Ven a primera hora.
—De acuerdo...
Nada más colgar apagué el ordenador y
desconecté el móvil. Realmente merecía un descanso. Me levanté y
caminé hacia su habitación. Él estaba allí de pie contemplando la
noche desde el balcón. La temperatura aún no era del todo agradable
pero ya olía a primavera. Habíamos regresado a Brasil aunque no era
su lugar favorito. Todo lo hacía por mí. Me sentía perturbado
porque hubiese abandonado nuevamente Europa para cumplir mis
caprichos.
Quedé a su lado en silencio hasta que
decidió reparar en mí inclinándose, tomando mi rostro entre sus
frías y suaves manos, tan hermosas y perfectas que parecían haber
sido esculpidas por un gran artista renacentista, para rozar sus
labios contra los míos y acabar devorándome. Su lengua me invadió
como una daga esperando lograr una herida mortal y mis manos se
aferraron con fuerza a su túnica borgoña. No dudé en cerrar mis
ojos mientras los suyos fríos e implacables me observaban.
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