Marius y Daniel se convirtieron en pareja, o compañeros aventuras y desventuras, antes que David Talbot se sentase a redactar la historia de "Sangre y Oro" para darlo a conocer al gran público. Daniel construía maquetas en la casa aislada de Marius donde la conversación con Thorne se volvió apasionada aunque larga. Quizá no es fácil contar paso a paso una vida tan larga pero Marius lo logró. El antiguo romano ahora tiene un nuevo pupilo que lo significa todo (unión con el mundo moderno y también una forma de limpiar su alma de los pecados que cometió antaño con el resto de sus discípulos) Aquí encontramos una de sus memorias más recientes.
Lestat de Lioncourt
—¿Realmente es necesario que tome
esta pose?—preguntó recostado en el diván mirándome con el
rabillo del ojo.
—No te muevas—contesté mezclando
los colores en un lado de la paleta.
—Llevo en esta posición varias
horas... ¿acaso necesitas tanto tiempo? Marius, somos vampiros y
podemos hacer las cosas rápidamente. Un par de gestos simples hechos
a una velocidad asombrosa... —murmuraba con tono ligeramente
jocoso. Posiblemente recordaba la aparición de Louis en su vida pero
mi arte no era como encender un interruptor.
—Se puede hacer, es cierto, pero
también se puede hacer correctamente tomándose cierto tiempo para
crear un lienzo que realmente merezca la pena ser colgado con
orgullo—comenté—. Además, tardaría casi siete meses de ser
humano y estoy haciéndolo en una sola noche.
—Aún así, aún así... ¡Es
horrible estar en esta pose tan dramática!—gimoteó provocando que
algunos dorados mechones de su flequillo cayeran sobre sus ojos
violáceos.
Su mirada siempre me cautivó. Cuando
lo conocí sus ojos estaban llenos de miedo, muerte y locura.
Prácticamente tiritaba como un animal herido en una esquina
esperando salvar su pellejo. Me recordó a los niños en mitad de una
guerra deseando que alguien los tome entre sus brazos y los lleve a
sus camas, confortables y cálidas, que ya han sido destruidas como
su futuro y sus sueños más inocentes. Algo en mí se quebró al
comprobar desde tan cerca ese sufrimiento mientras que Armand parecía
recto obviando el dolor, superando el momento y las circunstancias,
esperando quizás un milagro aunque el milagro era él. Daniel se
mostró más vulnerable y eso hizo que recordara que jamás había
sido bondadoso ni comprensivo. Sentí que debía hacer algo por él
ya que era la única creación de mi antiguo querubín. Sus ojos
pedían que lo salvara aunque cualquier otro en mi situación lo
hubiese abandonado, del mismo modo que yo lo había hecho en un
pasado con su propio hacedor.
—Te quejas de la pose, pero no de
estar desnudo frente a mí provocando con tus caderas ligeramente
alzadas—respondí con una sonrisa socarrona.
—¿Acaso estás insinuando que me
gusta provocarte?—preguntó girando su rostro hacia mí.
La pintura ya estaba acabada desde
hacía horas, pero me gustaba recrearme con los más insignificantes
detalles. Su piel parecía cobrar vida en aquel lienzo al igual que
su boca ofrecía un espectáculo delicioso al quedar ligeramente
abierta. Parecía un Adonis dispuesto a conquistar el mundo
ofreciendo su belleza como regalo de un dios amable.
Dejé el pincel reposando en un pequeño
bote transparente con agua, para que el cuerpo no se endureciera y
pudiese usarlo la noche siguiente, así como la paleta sobre la mesa
auxiliar junto a este. Él guardó silencio ante mis precisos
movimientos mientras observaba una vez más mi obra. Hacía algún
tiempo que no pintaba de ese modo ya que parecía haber perdido mi fe
de algún modo. Sólo iba a las paredes de las ruinosas casas de
barrios deshabitados, completamente desangelados y turbios, donde los
disparos silbaban más rápido y fuerte que el propio viento, para
pintar frescos cargados de flores y animales salvajes. Pintaba la
propia jungla en mitad de una selva cargada de insectos llenos de
maldad, los cuales se hacen llamar humanos pero sólo son salvajes
alimañas.
De improvisto, y sin que yo se lo
pidiera, él se levantó tomando el batín borgoña que yo mismo le
había prestado. Acomodó con un gesto simple las solapas y dejó el
cinturón sin ceñirse a su cintura. Paseé mis ojos una vez más por
su delgada figura y permití que sus brazos rodearan mis hombros
mientras su torso se pegaba al mío. Sólo le sobrepasaba por unos
centímetros pero apenas se notaba. Nuestros rostros quedaban a la
misma altura así como nuestras miradas y labios. Su cuerpo emitía
una calidez inusual en un vampiro, pero al ser joven y haber bebido
esa misma noche poseía un calor agradable que aliviaba el frío de
mis manos.
—Maestro de las pinturas—dijo
riendo bajo provocando que se erizara el vello de mi nuca—. ¿Acaso
has pensado en hacer algo más artístico esta noche?—preguntó.
Mis manos se habían colado
deliberadamente bajo su prenda rozando suavemente, con cierta
parsimonia, sus oblicuos marcados y su suave cintura. Apreté mis
pulgares en sus caderas sosteniéndolo con cierto deseo. Su lengua
rozó la comisura derecha de mi boca para pasearse insinuándose
hasta la contraria. No dudé en atrapar sus labios con los míos y
colar mi lengua para dominarlo. Él jadeó aferrándose a mis prendas
logrando que se arrugara mi túnica del mismo tono que su batín.
Unidos nos movimos por la habitación
hasta llegar al lecho conyugal. El colchón nos acogió con sus
sábanas de seda roja y sus numerosos almohadones con borlones
dorados. Yo caí sobre su cuerpo abriendo sus piernas con las mías.
Su vientre poseía un abdomen marcado bastante masculino, pero al ser
tan delgado parecía más insignificante en proporción al mío. No
dudé en estirar mi mano hacia la mesa próxima a la cama, la cual
sostenía una lámpara diminuta de pie acabado en garra de ave
revestida de pan de oro, y buscar cerca del borde una pequeña caja
metálica con unos minúsculos frascos y una jeringuilla de punta muy
fina. Los frascos contenían hormonas suficientes para una noche
llena de placeres prohibidos.
Daniel sacó el cinturón del batín
para rodear su largo cuello y me miró suplicante, mientras yo
clavaba la aguja primero en mí y luego en él. Sus ojos se dilataron
rápidamente y su cuerpo temblequeó expectante. Mi miembro cobró
forma con sólo deslizar la punta de mis dedos, como si fuese un
liviano pincel, sobre sus clavículas, pezones y costados; el suyo
parecía despertar ligeramente inclinado hacia la derecha mientras su
respiración se agitaba. Podíamos notar como las hormonas pedían
que no nos contuviésemos en absoluto.
Caí sobre su boca preso del deseo y
sus manos se colaron entre mis mechones desatando el pequeño
recogido que había hecho horas atrás para poder pintar. Sus muslos
me rodearon invitándome a rozarme sobre su vientre y a penetrarlo lo
antes posible. Sin embargo no iba a ser tan directo porque quería
recrearme. Mi lengua lamía sus dientes, la suya y sus labios que
empezaban a enrojecerse por el salvajismo con el que ambos nos
besábamos.
Tomé la decisión de bajarme de la
cama y quedar frente a él observándolo con ese velo de lujuria
cayendo sobre su perlada figura. Ya había comenzado a sudar siendo
aún más cálido y acogedor que antes. Él se incorporó de
inmediato arrodillándose ante mí como haría un sacerdote, un
iluminado, un beato o un niño inocente ante la imagen de Jesús
crucificado. Sus manos se apoyaron en mis caderas y las mías
quedaron sobre las suyas, agarrándolo fuertemente por las muñecas,
mientras él se introducía mi falo sin delicadeza y con apetito.
Movía su cabeza incapaz de detenerse mientras yo clavaba mis uñas
en sus muñecas. Mis gemidos se alzaron hacia el techo abovedado de
aquella casa construida según mis gustos y necesidades. Los ángeles
del fresco me observaban sin descaro y las nubes esponjosas parecían
regodearse ante la simple imagen de lujuria que estábamos
ofreciendo. Pasados unos minutos lo detuve para arrojarlo con
violencia contra la cama, dejándolo de espaldas a mí, sostuve el
cinturón del batín y rodeé su cuello fuertemente tirando de éste
como si fuese una correa. De inmediato, y sin siquiera palpar su
entrada con mis dedos, le ofrecí mi primera estocada. El chillido se
convirtió en gemido y los gemidos en súplicas mientras el
movimiento de mi pelvis iba creciendo.
La cama se movía como si fuese un
velero en mitad de una temible tormenta. Podía ver los borlones del
dosel agitándose mientras escuchábamos el cabezal golpeando la
pared. Él intentaba aferrarse por todos los medios al colchón y el
mar de seda que se extendía bajo su cuerpo, pero no pudo. Sus
rodillas acabaron finalmente en el suelo de mármol y finalmente sus
manos se agarraron a uno de las columnas, talladas por manos
artesanales, del dosel mientras yo oprimía más su garganta y tiraba
de su pelo sin control alguno. Giró su rostro para mirarme unos
segundos ofreciéndome una imagen idílica de sus mejillas cargadas
de rubor y una mirada llena de lujuria. Sus dedos buscaban afianzarse
a la columna sosteniéndose en los lirios tallados en la madera.
—Marius... —jadeó cuando me
incliné lamiendo el sudor que recorría la cruz de su espalda—.
Maestro... —añadió moviendo más rápido y de forma contraria sus
caderas logrando que clavara mis dientes en su hombro derecho,
bebiendo así un par de sorbos, mientras él eyaculaba manchando las
sábanas y el suelo. Por mi parte hice lo mismo dentro de él
quedándome quieto y enterrado entre sus glúteos firmes y redondos.
Solté el cinturón y comencé a llenar de besos su espalda mientras
él intentaba retomar el control de sus emociones.
—Tenías razón, Daniel, no era
necesario que posaras durante tanto tiempo frente a mí—dije aún
jadeante—. Pues conozco cada milímetro de tu cuerpo.
1 comentario:
Tu forma de escribir me encanta y me conmueve como pocas cosas, sigue así querido vampiro.
Publicar un comentario