Continua el dichoso tema sobre el Diablo, la literatura... Están viviendo una aventura... ¡Sin mí!
Lestat de Lioncourt
Estaba allí a la hora acordada frente
al edificio donde residía. La calle estaba más silenciosa que
noches atrás. La luz de la farola incidía suavemente sobre el casco
de mi moto aparcada próxima a la acera. Todavía no había decidido
subir y ponerme en contacto con él cuando el teléfono sonó. No
necesité siquiera ver su número en la pantalla junto a su nombre
pues sabía que era él, David Talbot. Me saqué el casco y lo dejé
sobre el depósito de gasolina, pues aún estaba sentado sobre el
cómodo sillín.
—Sé que llevas ahí abajo algo más
de media hora—dijo con un tono educado.
—Buenas noches, David—contesté
bajándome del vehículo—. No sabía si podía subir antes—me
disculpé—. ¿Puedo subir?
—Sí, nuestro invitado está
dispuesto a conversar—respondió e inmediatamente colgó la
llamada.
Breve, conciso y misterioso. No creí
que fuésemos a tener compañía en aquella insólita reunión, pero
supuse que podía ser algún experto en el tema u otro de sus
compañeros de Talamasca. Desconocía bien cómo iba a abordar un
tema que parecía delicado y peliagudo. Era complejo desentrañar
algunos escritos que había sobre Oscar Wilde, así como otros
grandes escritores de su época o cercanos él. Eran ilustres
caballeros que habían logrado plasmar el horror y la seducción a
partes iguales. Las aventuras de sus demonios, por llamarlos de algún
modo, eran muy tentadoras y cualquiera se atrevería a emularlas de
saber que eran demasiado ciertas.
Entré al edificio sorteando al
portero, pues detestaba su mal aliento murmurando un apático “Buenas
noches”, para subir al ascensor pulsando el último piso. David
había comprado la planta superior, pero sólo habitaba una de las
tres viviendas. Siempre había sido discreto y de gustos sencillos
además de prácticos. Podría decirse que era un hombre cerrado que
ocultaba bajo su disfraz una mente brillante y sofisticada que
prefería malgastar su dinero en conservar documentos y conseguir
información antes que obtener elegantes muebles o lujosos vehículos
donde desplazarse. Si yo tenía esa moto, con la que había llegado a
la cita, era porque decidí alquilarla para moverme cómodamente por
la ciudad. No soy el primero ni el último de los vampiros que
prefiere vehículos poco pesados y de escaso tamaño.
No tuve que pulsar el interruptor ni
golpear la puerta con mis nudillos. Noté que estaba abierta,
ligeramente encajada, para que yo entrase sin hacer más ruido que el
de mis pasos sobre el suelo de madera.
—Cierra, por favor—dijo David.
La puerta se cerró tras mi espalda y
me moví entre la maraña de cajas, libros y pequeños archivadores
de fotografías que ya eran parte de la intrahistoria de cientos de
naciones. Me colé en el salón y noté que el invitado era un hombre
joven, atlético y con una mirada poco usual. Noté en un escalofrío
que recorrió toda mi médula espinal y electrocutó cada una de mis
neuronas. No me agradó la sensación ni el ambiente turbio que se
movía alrededor de aquel chico de ojos verdes, similares a las gemas
preciosas que lucía Louis, y de tentadora boca carnosa.
—Siéntate—me ordenó mi compañero.
—¿Quién es?—pregunté sosteniendo
entre mis manos el casco.
—Una leyenda viva—me confesó—.
Deseabas saber si era cierto lo que había escrito Oscar Wilde, así
como otros escritores. La venta de las almas al Diablo, así como los
trucos sucios en objetos encantados. Él ha sido presa de una
maldición desde hace varios cientos de años, ¿cuántos son?—dijo
girando su rostro hacia el de nuestro compañero. En un primer
momento me miraba a mí, como si intentara apaciguarme, pero luego lo
hizo con él como si estuviese inquieto porque yo supiese una verdad
que debía quedarse oculta por siempre.
—El objeto de mi maldición se
encuentra hundido en las profundidades del océano Atlántico junto a
otros codiciados enseres. Posiblemente en una de las cajas fuertes
más importantes del poderoso trasatlántico Titanic—su acento era
británico y formal. Pude percatarme que ese hombre no era humano,
pero tampoco era vampiro. Aquello que estaba ahí sentado podía
catalogarse como un “UFO” entre nuestra sociedad actual. Sin
embargo, ¿cuántos monstruos y seres de leyenda se mueven por la
ciudad sin que sean señalados por los humanos? Cientos. Yo apenas
estaba descubriendo que no sólo existíamos los vampiros, brujos y
Taltos.
—¿Está bromeando?—pregunté
inquieto.
—Es un cuadro y la pintura estaba
enrollada en un tubo de metal que lo protegería para siempre,
introducido en una de las más resistentes cajas fuertes que encontré
y a su vez metido en otra perteneciente al barco. Todavía recuerdo
la combinación de números y letras—aseguró.
—¿Qué demonios eres?—dije dando
un paso atrás.
—Daniel, intenta mantener la calma y
la educación—susurró David.
—Realmente no lo sé—explicó con
una sonrisa cortés—. ¿Qué crees que soy?
—No pareces vampiro pero tampoco
humano. Los humanos no viven tanto tiempo y menos conservándose
jóvenes—contesté sentándome en uno de los sillones que David
recientemente había adquirido al fin.
—No lo sé. Una vez fui humano y
pretencioso. Deseaba conservar mi posición, belleza, riqueza y
poder. Estaba obsesionado con la belleza que reflejaba mi espejo y
quería ser el Adonis eterno que muchos contemplaban—dijo
inclinándose sobre una pequeña mesilla auxiliar donde había una
copa de whisky. Recordé en ese momento lo mucho que amaba esas
bebidas y las noches de borrachera que había tenido cuando era
mortal. Extrañé el sonido de las tragaperras, a los trasnochadores
y el barman empujándome por si estaba muerto o sólo había bebido
de más—. En 1529 vendí mi alma al Diablo, o quizás a algo
similar al que podemos llamar de ese modo, porque desde entonces me
conservo vivo pese a todos los vicios que he sufrido y todos los
pecados que sigo acumulando. He conocido más pecados que los
bíblicos y profundizado en ellos hasta la inconsciencia—susurró
dejando de nuevo el vaso tras dar un pequeño sorbo—. Oscar Wilde
me dio por muerto en su novela porque pensé que era un final
perfecto para mí, pero sigo vivo y hallando la forma de morir—se
echó a reír como si aquello fuese gracioso, pero en realidad lo era
de una forma un tanto macabra. Quería morir y no podía. Su cuadro
se hallaba en las profundidades de un barco hundido casi
inaccesible—. Además, supongo que aunque destruya el cuadro, si no
lo ha hecho ya el paso del tiempo, podría no ser mi final. El
Demonio jamás me dijo cómo deshacerme de este pecado—confesó
encogiéndose de hombros para luego mirarme a los ojos—. Tu
historia me recuerda a la mía. Deseabas ser vampiro y cuando lo
fuiste perdiste el juicio. Yo lo perdí durante un tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario