Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 28 de marzo de 2016

Literatura III

Continua el dichoso tema sobre el Diablo, la literatura... Están viviendo una aventura... ¡Sin mí!

Lestat de Lioncourt


Estaba allí a la hora acordada frente al edificio donde residía. La calle estaba más silenciosa que noches atrás. La luz de la farola incidía suavemente sobre el casco de mi moto aparcada próxima a la acera. Todavía no había decidido subir y ponerme en contacto con él cuando el teléfono sonó. No necesité siquiera ver su número en la pantalla junto a su nombre pues sabía que era él, David Talbot. Me saqué el casco y lo dejé sobre el depósito de gasolina, pues aún estaba sentado sobre el cómodo sillín.

—Sé que llevas ahí abajo algo más de media hora—dijo con un tono educado.

—Buenas noches, David—contesté bajándome del vehículo—. No sabía si podía subir antes—me disculpé—. ¿Puedo subir?

—Sí, nuestro invitado está dispuesto a conversar—respondió e inmediatamente colgó la llamada.

Breve, conciso y misterioso. No creí que fuésemos a tener compañía en aquella insólita reunión, pero supuse que podía ser algún experto en el tema u otro de sus compañeros de Talamasca. Desconocía bien cómo iba a abordar un tema que parecía delicado y peliagudo. Era complejo desentrañar algunos escritos que había sobre Oscar Wilde, así como otros grandes escritores de su época o cercanos él. Eran ilustres caballeros que habían logrado plasmar el horror y la seducción a partes iguales. Las aventuras de sus demonios, por llamarlos de algún modo, eran muy tentadoras y cualquiera se atrevería a emularlas de saber que eran demasiado ciertas.

Entré al edificio sorteando al portero, pues detestaba su mal aliento murmurando un apático “Buenas noches”, para subir al ascensor pulsando el último piso. David había comprado la planta superior, pero sólo habitaba una de las tres viviendas. Siempre había sido discreto y de gustos sencillos además de prácticos. Podría decirse que era un hombre cerrado que ocultaba bajo su disfraz una mente brillante y sofisticada que prefería malgastar su dinero en conservar documentos y conseguir información antes que obtener elegantes muebles o lujosos vehículos donde desplazarse. Si yo tenía esa moto, con la que había llegado a la cita, era porque decidí alquilarla para moverme cómodamente por la ciudad. No soy el primero ni el último de los vampiros que prefiere vehículos poco pesados y de escaso tamaño.

No tuve que pulsar el interruptor ni golpear la puerta con mis nudillos. Noté que estaba abierta, ligeramente encajada, para que yo entrase sin hacer más ruido que el de mis pasos sobre el suelo de madera.

—Cierra, por favor—dijo David.

La puerta se cerró tras mi espalda y me moví entre la maraña de cajas, libros y pequeños archivadores de fotografías que ya eran parte de la intrahistoria de cientos de naciones. Me colé en el salón y noté que el invitado era un hombre joven, atlético y con una mirada poco usual. Noté en un escalofrío que recorrió toda mi médula espinal y electrocutó cada una de mis neuronas. No me agradó la sensación ni el ambiente turbio que se movía alrededor de aquel chico de ojos verdes, similares a las gemas preciosas que lucía Louis, y de tentadora boca carnosa.

—Siéntate—me ordenó mi compañero.

—¿Quién es?—pregunté sosteniendo entre mis manos el casco.

—Una leyenda viva—me confesó—. Deseabas saber si era cierto lo que había escrito Oscar Wilde, así como otros escritores. La venta de las almas al Diablo, así como los trucos sucios en objetos encantados. Él ha sido presa de una maldición desde hace varios cientos de años, ¿cuántos son?—dijo girando su rostro hacia el de nuestro compañero. En un primer momento me miraba a mí, como si intentara apaciguarme, pero luego lo hizo con él como si estuviese inquieto porque yo supiese una verdad que debía quedarse oculta por siempre.

—El objeto de mi maldición se encuentra hundido en las profundidades del océano Atlántico junto a otros codiciados enseres. Posiblemente en una de las cajas fuertes más importantes del poderoso trasatlántico Titanic—su acento era británico y formal. Pude percatarme que ese hombre no era humano, pero tampoco era vampiro. Aquello que estaba ahí sentado podía catalogarse como un “UFO” entre nuestra sociedad actual. Sin embargo, ¿cuántos monstruos y seres de leyenda se mueven por la ciudad sin que sean señalados por los humanos? Cientos. Yo apenas estaba descubriendo que no sólo existíamos los vampiros, brujos y Taltos.

—¿Está bromeando?—pregunté inquieto.

—Es un cuadro y la pintura estaba enrollada en un tubo de metal que lo protegería para siempre, introducido en una de las más resistentes cajas fuertes que encontré y a su vez metido en otra perteneciente al barco. Todavía recuerdo la combinación de números y letras—aseguró.

—¿Qué demonios eres?—dije dando un paso atrás.

—Daniel, intenta mantener la calma y la educación—susurró David.

—Realmente no lo sé—explicó con una sonrisa cortés—. ¿Qué crees que soy?

—No pareces vampiro pero tampoco humano. Los humanos no viven tanto tiempo y menos conservándose jóvenes—contesté sentándome en uno de los sillones que David recientemente había adquirido al fin.


—No lo sé. Una vez fui humano y pretencioso. Deseaba conservar mi posición, belleza, riqueza y poder. Estaba obsesionado con la belleza que reflejaba mi espejo y quería ser el Adonis eterno que muchos contemplaban—dijo inclinándose sobre una pequeña mesilla auxiliar donde había una copa de whisky. Recordé en ese momento lo mucho que amaba esas bebidas y las noches de borrachera que había tenido cuando era mortal. Extrañé el sonido de las tragaperras, a los trasnochadores y el barman empujándome por si estaba muerto o sólo había bebido de más—. En 1529 vendí mi alma al Diablo, o quizás a algo similar al que podemos llamar de ese modo, porque desde entonces me conservo vivo pese a todos los vicios que he sufrido y todos los pecados que sigo acumulando. He conocido más pecados que los bíblicos y profundizado en ellos hasta la inconsciencia—susurró dejando de nuevo el vaso tras dar un pequeño sorbo—. Oscar Wilde me dio por muerto en su novela porque pensé que era un final perfecto para mí, pero sigo vivo y hallando la forma de morir—se echó a reír como si aquello fuese gracioso, pero en realidad lo era de una forma un tanto macabra. Quería morir y no podía. Su cuadro se hallaba en las profundidades de un barco hundido casi inaccesible—. Además, supongo que aunque destruya el cuadro, si no lo ha hecho ya el paso del tiempo, podría no ser mi final. El Demonio jamás me dijo cómo deshacerme de este pecado—confesó encogiéndose de hombros para luego mirarme a los ojos—. Tu historia me recuerda a la mía. Deseabas ser vampiro y cuando lo fuiste perdiste el juicio. Yo lo perdí durante un tiempo.  

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Lestat de Lioncourt