—¿Por qué estás aquí? Creí que
estarías perdido en mitad de la jungla de asfalto y tecnología que
es Nueva York—comenté desde la puerta.
Había regresado a Nueva Orleans
buscando unos viejos documentos que necesitaba. Me sorprendió que él
estuviera allí con el fuego de la chimenea encendido. Armand no era
de entrar en propiedades ajenas sin pedir permiso y si estaba allí
era por algún buen motivo. A veces no comprendía del todo su
intrincada mente que parecía estar llena de desastrosos momentos
cargados de dolor y desesperanza, pero intentaba hacerlo sólo porque
le amaba como se aman a los hermanos y a los grandes amigos. Sé que
jamás le he dicho de viva voz todo lo que siento, sin embargo creo
que ya no es necesario porque nos comunicamos con nuestros gestos y
con miradas que lo dicen todo.
—Necesitaba hablar contigo y no te
encontré en París—susurró con los ojos perdidos en las ascuas.
—¿Hay algún problema?—dije sin
moverme del sitio.
—¿Tiene que haber problemas para que
te busque?—respondió girando su rostro hacia mí.
Era profundamente hermoso. Creo que
jamás he visto un rostro como el suyo. Siempre he sentido que
hablaba con un ángel en vez de con el monstruo sediento de venganza
y sangre. Posee una belleza propia de iconos religiosos arrancados de
las manos de un pintor del renacimiento. Cualquiera se postraría
ante él para besar sus delgadas manos y sus pequeños pies. Tiene
una estatura que le hace parecer frágil pero posee la fuerza de más
de cien hombres. Cuando me observa siento que lee mi alma con suma
facilidad aunque es imposible puesto que nuestras mentes están
cerradas desde hace mucho tiempo.
—No, no necesariamente—contesté.
—Acércate—dijo poniéndose en
pie—. Necesito un abrazo... —murmuró temblando y entonces me
percaté que estaba aguantando las lágrimas.
Las suelas duras de mis botas sonaron
sobre las tablas de madera mientras abría mis brazos, por el
contrario él no se movió. Armand aguardó que llegara hasta su
menudo y tembloroso cuerpo para que lo estrechara con sincero cariño.
Mis manos se enredaron entre sus largos cabellos cobrizos permitiendo
que rompiera en llanto contra mi pecho.
Con absoluta sinceridad aún no sé el
motivo de su llanto ni qué le movió a buscarme a mí y no a otro.
Él está rodeado de un pequeño grupo de inmortales que pudieron
ofrecerle un abrazo igual de sincero que el mío, pero me buscó a
mí. Yo siempre he sido su antónimo en muchos aspectos y quizás en
otro hubiese hallado mayores apoyos. No me quiso confesar nada sólo
rogó que no le soltara. Estuvimos de pie, uno aferrado al otro, por
más de media hora.
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