Yo sé que él jamás lo aceptó del todo, pues caía seducido por su aspecto infantil y sus deseos insaciables de seguir siendo su padre y protector. ¡Ah! ¡Louis eras y eres un iluso!
Lestat de Lioncourt
—¿Seguro que quieres
ese perfume?—pregunté tras ella cargado ya con varias bolsas.
Habíamos estado
recorriendo todo París desde hacía varias horas. Las tiendas de
moda más fastuosas se abrían para nosotros y las ostentosas
joyerías no veían inoportuno esperar más allá de la hora del
cierre. Ella iba y venía de un lugar a otro observando todo como si
fueran pequeños tesoros. Por mi parte sentía cierta incomodidad
ante los ojos de todos los empleados. ¿Qué era yo? ¿Un padre
atento o un amante entregado? Ante ellos parecía ambas cosas y
murmuraban a mis espaldas ciertas indecencias que me torturaban.
—Sí—respondió de
inmediato tocando el frasco con la punta de sus dedos.
Se había rociado un
momento la fragancia que era demasiado fuerte para una criatura,
aunque fuese sólo en apariencia, tan pequeña. Me quedé
observándola mientras ella se movía con cierta discreción por el
mostrador de pruebas que había situado en un lado destacado de la
tienda.
—¿No prefieres este
otro menos atrevido?—tomé un pequeño frasco con un sutil olor a
rosas. Era una fragancia mucho más suave y perfecta para ella.
Se giró con el rostro
serio y casi a punto de pedir que me inclinara para abofetearme. Me
había interpuesto entre su codiciado capricho y ella. En las últimas
semanas era incapaz de dar mi opinión porque esos ojos se volvían
fríos y terribles. Veía en ella a una mujer cruel y no a la pequeña
que yo había cuidado con esmero durante tantas décadas.
—No—dijo con firmeza
tomando el frasco de mis manos para dejarlo en su lugar.
—Creo que para
ti...—balbuceé.
—Lo que tú creas no me
basta ni me vale desde hace mucho tiempo, cher—respondió en tono
bajo.
—Pero...
—¿Vas a seguir
tratándome como una niña pequeña?—preguntó con cierta rabia
contenida. Notaba como su pequeña y carnosa boca querían lanzar
acusaciones mayores, pero se contuvo. Quizás se contenía porque
podían escucharnos y vernos los vendedores, un hombre anciano y su
ayudante.
—No pretendo ofenderte,
pero creo que ese perfume es demasiado vulgar para ti—murmuré.
—¿Vulgar por atrevido?
No vi que lo fuese en la mujer que atacaste anoche. Oh... ¿crees que
no te vi?—aquello fue el colmo.
Sentí como si dos mundos
se hubiesen dividido frente a mí con la facilidad que se rompe un
folio. Me vi en otra orilla distinta con una densa neblina y ella
paseando alegremente por la orilla contraria. Era inalcanzable. No
podía sostenerla más como una niña. Yo sabía que no era una
pequeña de seis años pero me negaba a aceptar que no quisiera
actuar de ese modo para mí. Siempre nos habíamos entendido en mitad
de nuestro pequeño salón mientras recitábamos poemas. Sin embargo
nos habíamos convertido en dos monstruos que se odiaban en silencio.
Cínicamente me decía que era una faceta y que eso era sólo causa
de su rabia al no encontrar a otros semejantes a nosotros, pero en el
fondo sabía que ella me odiaba con toda su alma.
—Está bien, está
bien...—dije alejándome para dejar que tomase los frascos que
quisiera.
Recordé brevemente a la
mujer y sus hermosos rizos dorados. Por un momento no me había
percatado que elegía a mujeres que me recordaban a Claudia. Era como
un impulso desesperado de destruir a todas las damas que pudiesen
parecerse para que ella no las viese caminar elegantemente por las
calles. Inconscientemente pretendía borrar cualquier pista sobre
algo que ambos conocíamos bien: ella no podría crecer y jamás
sería la mujer que tanto ansiaba ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario