—No eres capaz de disfrutar de la
vida sin destruir la mía en pedazos—dijo con sus ojos llenos de
lágrimas sanguinolentas.
¡Ah! ¡Cuánto odiaba y amaba esas
lágrimas! ¡Qué hermoso se veía y cuán horrible podía sentir mi
corazón dando un vuelto, o tal vez dos, al contemplarlo en esas
terribles circunstancias! Y lo hacía por mí y no por otro. No eran
lágrimas de cocodrilo sino lágrimas de un hombre que no sabía
esconder ya sus sentimientos. Él sabía que ya no éramos monstruos
legendarios sino una nueva raza, una mezcla perfecta, que caminaba
como si fuéramos los superhombres de Nietzsche que surgimos tras la
muerte de Dios.
—¿Tu vida?—pregunté achicando los
ojos para estallar en carcajadas—. ¡Yo no he hecho nada para
destruir tu vida!—agité los brazos y luego me eché hacia atrás
acomodándome en un sillón de orejas.
Estábamos en París, en el edificio
que había adquirido Armand para él. Ahora lo usaba asiduamente sólo
para poder despejarse leyendo ociosamente libros de todo tipo. Había
encontrado incluso revistas de decoración amontonadas cerca de la
entrada de la vivienda y libros que ofrecían con los periódicos más
sensacionalistas. Louis no podía vivir sin leer aunque fuera
literatura ligera, pero amaba autores sesudos que le hicieran meditar
durante horas dando vueltas y vueltas por las habitaciones, con el
ceño fruncido y las manos tras la espalda. Louis meditaba demasiado
y yo amaba las novelas de acción y llenas de problemas donde los
hombres, débiles y heroicos a la vez, lograban sobrevivir.
—¡Has expuesto la tuya sin
importarte nada! ¡Lo has hecho otra vez!—se quejó.
—¡Sólo he ido a investigar unos
hechos del pasado! ¡Sólo iba a buscar una tumba y nada más!—grité.
La tumba era la de Akasha. Tras la
muerte de Maharet, Khayman y Mekare no había parado de pensar en
ella. Quería saber dónde se encontraba su cuerpo para dejar un
ramillete de lirios y ofrecerle mis disculpas. No sabía porqué
quería ofrecerle disculpas, pero sentía que debía hacerlo.
—¿Y si su espíritu está allí
esperándote? ¿Y si encuentras su tumba y ella está de algún modo
viva?—preguntó subiéndose a horcajadas sobre mí mientras me
agarraba las solapas de mi chaqueta.
—¡Tonterías! Ahora soy más fuerte
y poderoso. Puedo con un espíritu como el suyo—dije acercando mi
rostro al de él. Podía contemplar sus ojos brillando como los de un
gato callejero. Tenía la mirada torva e inquisitiva, libre quizás
de estas culpas que podían caer una a una como pesadas losas sobre
mí, y también veía lo desesperado porque le diese la razón.
—¡No eres Dios!—gritó furioso
empujándome contra el respaldo.
—¡Casi puedo serlo, Louis! ¡Además
no sólo acabaría con tu vida sino con la de todos! ¡Sé lo que me
hago!—grité levantándolo de mis rodillas para agarrarlo de los
brazos. Mis manos rodearon como las largas patas de una araña sus
brazos, algo más delgados que los míos, mientras lo miraba
embelesado sin que se percatara.
—Aunque no pasara nada... Aunque sólo
destruyera un pedazo de tu alma... Aunque sólo sintieras angustia y
cayeras de nuevo en una depresión terrible...—balbuceó rompiendo
a llorar una vez más. Esas lágrimas me estaban volviendo loco y me
debilitaban como a Superman la Kriptonita—. ¡Aunque sólo fuese
eso! ¿Sabes cómo me sentiría? ¡No, no lo sabes! ¡Cómo vas a
saberlo!
—Louis...—suspiré agotado y
agobiado. Quería pedirle perdón, pero él parecía dispuesto a
querer abrir su corazón allí mismo. Así que sólo suspiré su
nombre esperando que se callara. Si abría de nuevo su pecho y me
mostraba sus sentimientos era capaz de arrojarme a sus pies llorando.
—Te amo, Lestat—dijo con cierta
facilidad, aunque eso no implicaba en absoluto que no fuese sincero—.
¿No ves que no sé vivir sin ti? ¿No ves que no sé siquiera dar un
paso sin ti? He vivido algo más de una década aislado del mundo
porque no me parecía tan maravilloso sin ti. Fuera puede haber miles
de piedras preciosas, de mundos de incalculable valor, e historias
imposibles de creer si no se viven pero todo me parece humo, cenizas
y basura amontonada cubierta de polvo si tú no estás a mi lado para
darle un precio.
Guardó silencio dejando que sus
lágrimas me acuchillaran y mis manos se aflojaran. Deslicé mis
dedos hasta su cintura deseando besarle como hacía tiempo que no lo
hacía, pero sólo pude repetir su nombre una y otra vez.
—Louis, Louis, Louis...
—No intentes callarme—musitó casi
sin aliento—. No intentes callarme cuando intento ser sincero
conmigo mismo de una maldita vez.
—Está bien...—dije pegándolo
contra mí con cierta ternura. Sólo he podido ser tierno con cuatro
seres en este mundo: Mi madre, Claudia, Rose y Louis.
—Siempre he sabido la verdad pero la
he negado para no hacerme daño. Te juro que no lo hacía
conscientemente, sin embargo con el paso de los años he ido
arrancando el velo poco a poco y contemplando una verdad más
hiriente que los propios rayos del sol.
¿Esperaba esa confesión? Sí. ¿Pero
esperaba esa sinceridad que destruía cada poro de mi alma? No. No lo
esperaba. Coloqué mi mano derecha sobre sus oscuros y ondulados
cabellos y la otra la dejé sobre sus dorsales. No me importaba que
manchara mi camisa de seda blanca con su sangre. ¿Qué importaba?
Estaba sosteniendo al ser que me daba aliento cuando lo perdía.
—Sigue, te estoy escuchando—dije.
—Acepto que sin ti no sé vivir
porque me he vuelto un idiota—balbuceó apoyando su mejilla derecha
sobre mi hombro derecho.
Deseé que el tiempo se detuviera en
ese momento y que él no se marchara jamás. Quise quedarme allí de
pie con él entre mis brazos suplicando por un amor que era suyo
desde hacía siglos.
—¿Dependes de mí?—pregunté con
los ojos cerrados intentando paladear cada segundo.
—No, no es eso—dijo—. Sólo que
mi vida se vuelve terriblemente aburrida, barata y oscura. Contigo
los días son mejores y no es porque te idealice.
—¿Y por qué es según tú?—dije
esperando una respuesta que me hiciese comprenderlo del todo.
—Porque hace tiempo decidí con quien
deseaba vivir cada segundo de mis días sobre la Tierra.
—Tú eres mi corazón—admití—.
Allí donde voy todos los caminos indican tu posición. Busco
desesperadamente el lugar en el que te encuentras para atraparte
entre mis brazos y llenar tu rostro de sinceros besos de amor. Puedo
tener el mundo entero a mis pies, estar rodeado de gente fascinante
que me adula y aprecia, pero me faltas tú. Pienso en ti y
sonrío—guardé unos segundos de silencio esperando poder retomar
el aliento, pues lo perdía—. ¿Te has planteado alguna vez por qué
sonrío tanto? Sonrío porque te imagino maldiciendo hasta a mi
sombra cuando cometo una tontería, sonrío porque sé que sólo tú
eres capaz de embelesarme con sólo una mirada y sonrío porque
recuerdo tus caricias indecentes de niño bien educado.
—¿Por qué te has convertido en
profeta de mi religión?—preguntó.
—¿Y cuál es tu religión?—dije
echándome a reír bajo mientras lo estrechaba con firmeza contra mí.
—Intentar ser feliz pese a todo. Una
religión que tú creaste y me mostraste—dijo con una sinceridad
arrolladora.
¿Realmente yo le había enseñado eso?
No lo sé. Pero siempre intento ser feliz pese a las dificultades. Mi
madre siempre se preocupó porque fuese feliz, como cualquier madre,
y yo comprendí ese punto cuando Rose fue creciendo y me demostró
que no hay nada peor que la infelicidad en un hijo. Sin embargo ya
tenía la lección bien aprendida e intentaba luchar contra las
depresiones en mis ratos de pena, en mis rincones donde me lamentaba
alejado de todo y todos, para poder surgir con fuerza como la
tempestad que viene tras la calma en una tormenta.
—Louis...—dije su nombre con cariño
y entrega, pero en un tono suave como una caricia a media luz—. Si
dejara de hacer locuras dejaría de ser yo. Soy un vampiro que sólo
sabe vivir al límite, entre momentos de peligro y otros solitarios
donde me hundo en mis recuerdos, y tú deberías...
—Debería asumirlo—dijo alzando su
rostro para dejar su boca cerca de la mía.
—Sí—susurré apoyando mi frente en
la suya.
—La próxima aventura, Lestat,
llévame aunque sea peligrosa. Llévame contigo a los infiernos si
allí deseas ir—sus manos soltaron mis solapas, ya terriblemente
arrugadas, para rodearme por los hombros con sus brazos y juguetear
con algunos de mis dorados y rizados mechones.
—Está bien... te lo prometo—dije
justo antes de cerrar los ojos mientras dominaba su boca. Esos labios
carnosos estaban suplicando porque lo besara.
Lestat de Lioncourt
2 comentarios:
Hermoso <3
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