Mona y Tarquin no dan señales de vida, pero este escrito ha llegado a mi poder ¿por qué? ¿Para qué? ¿A cuenta de qué?
Lestat de Lioncourt
—¿Por qué lo has hecho?—preguntó
entrando de improvisto en la zona de mi despacho.
Habíamos comprado un pequeño loft en
Amsterdam cuando las quemas se propagaron por todo el mundo. Durante
algunos días estuvimos caminando por el campo, tal y como pedía el
vampiro llamado Benjamín. Para mí no había problema en caminar sin
rumbo por caminos polvorientos, enfangados o llenos de maleza.
Recordé el zumbido de los insectos cerca de mis oídos, intentando
apoderarse de mi sangre y de mi paciencia, en Sugar Devil Island
mientras merodeaba aquellas tierras pantanosas y me dejaba guiar por
sus misterios, tesoros y fantasmas.
Quise volver a mi vieja granja y
recorrer los pasillos de la mansión, observar el retrato de Virginia
Lee y acariciar los camafeos de mi tía Queen por última vez. No
sabíamos si íbamos a vivir o morir, pero quería recordar todo
aquello como si hubiese sido ayer mismo. Necesitaba estrechar a mi
hijo, que ya es un adolescente, y decirle que lamento ser un padre
ausente que sólo sabe enviar dinero a través de fondos de inversión
difíciles de seguir porque se encuentran en paraísos fiscales.
Ella, por el contrario, sólo se
quejaba. No quería volver a Nueva Orleans a buscar a Lestat ni a
ninguno de sus vampiros más cercanos. Pero yo sé que no era por
nuestro viejo amigo, sino porque no quería enfrentarse a Julien
Mayfair tras todo lo ocurrido. Había un saco de huesos diseminado
por un campo santo y los huesos llevaban el nombre de cada una de
nuestras heridas, recuerdos, esperanzas rotas, malos consejos y
fallidos intentos de adolescentes rebeldes. ¿Para qué volver allí?
Pues por nostalgia como si fuéramos ya unos ancianos deseando llegar
al hogar para descansar al fin en una tumba sin nombre, pero ella no
se sentía de ese modo. Noté entonces lo distintos que éramos ella
y yo y di gracias a Lestat por haberla convertido. Me gustaba
apreciar esas diferencias y degustarlas cada noche como si fueran
nuevas.
—Ha estado llamando a varias agencias
y he tenido que matar a uno de sus espías, ¿tú qué crees?—dije
girándome para verla.
Ese rostro dulce parecía sosegado pero
su mente elocubraba alguna locura. Sabía que era inquieta y lo supe
nada más hablar unas horas. Del mismo modo supe que quería casarme
con ella y vivir por siempre atado a su cintura. Estaba preciosa como
el primer día que nos vimos y como cualquier otro día. Sus labios
tenían un llamativo tono carmesí similar al de su vestido de
fiesta. Seductora a más no poder y yo un idiota rendido a al borde
de sus tacones.
—Lo dices como si te importara matar
ahora—murmuró dando un par de pasos hasta mi silla, para colocarse
a horcajadas sobre mí tras subir sutilmente su estrecho vestido.
—No me gusta matar inocentes porque
siento mis manos manchadas de sangre—respondí tomándola por la
cintura perdido en sus ojos verdes. Podía notar sus manos jugando
con la solapa de mi traje, con la punta de mis rizos y con mi pómulos
algo marcados. Ella me erizaba la piel como si fuese la presencia del
mismísimo Diablo.
—Quinn, no te preocupes más—dijo
tomándome del rostro—. No quiero volver, no quiero ataduras, no
quiero reglas, no quiero dar explicaciones y sobre todo no quiero
verle.
—Mona, cálmate—dije de inmediato—.
No te he pedido que vayas a verle ni hagas una visita conmigo a Nueva
Orleans.
—¿Vas a volver? ¡Quinn!—se
exasperó e incorporó de inmediato dando un par de fuertes taconazos
sobre el parquet.
—No te pongas histérica, por
favor—me recosté en aquella cómoda silla de cuero, como si fuese
un ejecutivo a punto de enviar a la quiebra a la competencia, y la
miré como si fuese un regalo divino. Me recreaba en sus curvas y en
su forma de agitarse por todo y por nada.
—No estoy histérica...—mintió—.
Sé que quieres ver a tu hijo y saber cómo está todo. Desaparecimos
sin más y posiblemente algunos no vivan más de unos años
más...—bajó sus párpados pensando en Michael, Nash y otros
tantos que queríamos. Pero sobre todo lo decía por mí porque yo no
toleraba demasiado los funerales ni las despedidas.
—Lo dices por Nash—susurré.
—Sé que él te ama y que tú le
quieres a tu modo. Estás muy agradecido con ese hombre.
No se equivocaba. Durante años jamás
creí que él me amara, pero ahora cuando ves todo desde fuera, con
otra perspectiva, puedes notar el amor fluyendo en sus palabras y en
cada uno de sus abrazos. Me deseaba, me codiciaba, me protegía y me
dejó libre para que estuviera con la mujer que me arrebató el
corazón desde el primer segundo. Nos comportamos como Taltos
salvajes en mitad de un ritual de apareamiento y no nos importó en
absoluto. No hubo pudor ni tabúes porque no son bienvenidos a un
mundo efímero y poco práctico como el que vivíamos. Pero ahora he
tenido tiempo de releer mis memorias, de plantearme muchas
situaciones y tener muchísimos “Y sí...” en mis labios, en mi
mente y en mi corazón.
—Por supuesto que lo estoy. Él ha
estado cuidando de Tommy—respondí.
—¿Y qué harás? Dime. ¿Volver?
¿Hacerle saber al monstruo de Petronia que estás vivo?—sus ojos
se fijaron en los míos con cierto pavor, ¿o tal vez el pavor
provenía de mí?
—No sé si ese monstruo sigue vivo...
¿has visto cuántos están muertos? Dios... salimos vivos por puro
milagro—susurré agitándome.
Recordé aquella noche terrible.
Habíamos viajado para visitar a Maharet a lo profundo del Amazonas.
Durante algunos años estuvimos encerrados en la biblioteca. Sólo
salíamos a divertirnos algunas noches, pero la mayoría de ellas las
pasábamos leyendo y redactando información para mantenerla a salvo
más allá de los libros. Nosotros queríamos una copia de todo lo
que allí había y Maharet aceptó si le ofrecíamos parte de la
historia que teníamos en nuestro linaje.
Era una mujer comprensiva y deseosa de
escuchar buenos relatos que la mantuvieran cerca del mundo real.
Khayman solía pasar las noches en silencio escuchando nuestros
relatos, riendo de vez en cuando o caminando junto a ella
completamente embelesado.
Thorne aplaudía como un niño cada vez
que llegábamos al final de una historia y pedía más como el
público más entregado. Estaba ciego aún cuando llegamos y al
recuperar la vista pudimos contemplar que tenía mirada de niño pese
a su tamaño, su inteligencia y su fuerza bruta. Era demasiado
inocente.
Mekare no hablaba y de vez en cuando
recibía visitas de dos viejos miembros de Talamasca. Quise acercarme
a David Talbot, pero había muchos jóvenes en la sala y decir en
alto el nombre de Lestat, aunque sólo fuese mentalmente, provocaría
una avalancha que no quería. Allí quería ser uno más, un chico
cualquiera deseoso de tener información de primera mano.
Una noche nos quedamos a solas con
todos vigilado únicamente por Khayman. Los últimos días había
estado con los auriculares puestos escuchando viejas canciones de
rock. Pude notar que el cantante tenía un tono similar al de Lestat,
pero no me atreví a preguntar si era él. Mantuve la distancia hacia
el gran guerrero y guardián de Kemet hasta aquel día en el cual le
dije que vendríamos pronto, que nos marchábamos a comprar algunas
prendas y artículos de artesanía. Él sólo asintió. Horas más
tarde una columna de humo surgía de la espesura del Amazonas cuando
nos acercábamos, los gritos de horror y contemplar a Mekare en
movimiento por la jungla quemando a jóvenes, igual que Khayman,
provocó que no descendiéramos ni a recoger nuestras cosas. Huimos
de allí.
—¿Ahora llamas milagro a comprarme
zapatos?—preguntó echándose a reír mientras se quitaba los
zapatos y los dejaba sobre la mesa.
—Ah... eres incorregible—murmuré.
—Admite que acepto usar estos tacones
porque son tu fetiche—dijo apoyándose en la mesa dejando que sus
pechos se vieran turgentes e insinuantes en aquel escote en forma de
gran V. Su piel era tersa y parecía hecha de seda con un aroma
dulzón similar al que pude oler en su jardín. Ella era pícara y
atrevida, con una inteligencia demasiado viva y una mirada que te
ahogaba en miles de emociones.
—Y el tuyo—susurró colocándose
junto a mí, sentándose en la mesa dejando sus piernas suavemente
abiertas y tomando mi mano derecha para colarla entre ambas. Palpé
sus muslos cálidos y el borde de su prenda íntima. Ya no era igual
a ser humano, no me excitaba de ese modo, pero jamás negué a
tocarla como si fuese un objeto valioso e imposible de ser igualado.
—Estamos hablando de ti y no de mí,
mi noble Abelardo—murmuró colocando su frente sobre la mía para
luego reír como una niña que hace una travesura.
—¿Crees que debería llamar a
casa?—pregunté.
—No—dijo sacando mi mano de entre
sus faldas para luego sentarse en mis rodillas—. Si llamas sabrán
donde estamos. El dinero ya les dice que estamos vivos, aunque tú
mismo has preferido que sólo lo sepa Jasmine y ella sabe cerrar su
mente a cualquiera.
—Lestat sufre...
—Lestat sólo sufre realmente si le
pasa algo a su rostro, a su madre o a Louis—aseguró tras darme un
beso en la mejilla—. ¿Me acompañas? Deseo caminar por la ciudad y
olvidarme de esta conversación absurda—se incorporó y tiró de mí
provocando que me levantara—. Ah, por cierto, he estado jugando en
La Bolsa y hemos ganado unos cuantos millones que me encantaría
derrochar en algo lujoso, ¿qué tal un descapotable? Creo que será
divertido disfrutar de la velocidad en un coche como ese.
Deseé decirle que no necesitaba un
vehículo así para divertirme a su lado, pero sólo me encogí de
hombros y decidí escuchar a mi delicioso demonio de cuerpo de mujer
y rostro aniñado. Dos jóvenes, casi adolescentes, correteando por
una ciudad tan inmensa resultábamos insignificantes y por lo tanto
la magia surgía efecto. ¿Y cuál era la magia? Desaparecer ante la
mirada de cualquiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario