—¿Qué haces?—preguntó acercando
una silla para sentarse a mi lado.
Apenas era un adolescente cuando fue
conservado para siempre con ese rostro casi infantil. Sus pequeñas
manos jamás dejaron de ser hábiles, pero ahora demostraban otra
clase de habilidad más allá del hurto y los rápidos engaños en
los cuales la mayoría caía sin percatarse. Bejamín era uno de esos
vampiros jóvenes que habían logrado convertirse en un referente
importante para el pasado, presente y futuro de la comunidad
vampírica global. Comprendía bien cuál era sus funciones y lo
pesado que podía ser un cargo tan importante como mantener
conversaciones y comunicaciones fluidas entre las distintas
generaciones.
—Investigo ciertos rastros...—dije
intentando acceder sin éxito a mi correo electrónico—, pero creo
que antes tendré que llamar a mi agente. He olvidado la clave otra
vez—murmuré recostándome en mi sillón ejecutivo mientras él se
reía bajo por mi torpeza—. ¿Acaso recuerdas mi clave?
—Yo mismo te hice el correo
electrónico para que no ocurriera esto—comentó—. Además, si la
olvido siempre está el recurso de colocar mi número telefónico y
acceder a una clave nueva—dijo girando suavemente el ordenador
portátil hacia él. La pantalla iluminó parcialmente su rostro
oculto bajo el sombrero.
—Haces que todo suene fácil—musité
arrugando la nariz— ¡Pero es complicado!
—No, sólo se te olvida su uso porque
no practicas. Maharet era alguien con quien se podía conversar
durante horas vía teléfono móvil, mails e incluso en redes
sociales. Tenía un perfil falso como si fuese parte de sus
descendientes y conectaba a todos los familiares vivos que existían
en el mundo—decía aquello mientras tecleaba un par de números y
letras tanto en mayúsculas como en minúsculas, para luego dejar que
la clave se aceptara sólo con un pequeño movimiento de ratón y en
un pestañeo estaba la bandeja abierta—. ¿Qué querías mirar?
—Mona tenía un correo
electrónico—respondí—. Mi agente tenía apuntada la dirección
tras buscarla por la red durante meses un detective privado. Rastreó
todo lo que tenía en su ordenador gracias a un compañero suyo
informático...
—Haker, ¿no?—preguntó
tamborileando sus pequeños dedos por el borde de la mesa.
—No lo sé y no me importa. Sólo sé
que pagué cien dólares por toda la información que me hicieron
llegar—contesté mirando el enorme listado de correos sin leer.
Llevaba meses sin abrir la cuenta porque no había tenido tiempo y
porque tenía miedo a no tener una respuesta agradable.
—¿Encuentras el correo?—dijo
viendo los más de mil sobres amarillos y cientos de páginas sin
leer. La mayoría era “SPAM” o “correo basura” promocionando
gafas de sol, complementos, seguros de vida, nuevos vehículos
deportivos y productos de librería o perfumería—. Tomaré tu
silencio como un no rotundo—volvió a hacerse con el ordenador
acercándolo más hacia él para pulsar una pequeña lupa—. Dime la
dirección.
Saqué del bolsillo derecho inferior de
mi chaqueta un papel donde se podía leer con elegante y carismática caligrafía inclinada su
dirección. Él la colocó en la lupa escribiendo en el hueco
apropiado y esta rastreó las páginas sin leer hallando un sólo
sobre. Sin preguntar lo abrió y luego me miró a mí.
—Dice que la dirección ya no existe
o no es válida—contestó.
—Sacaron esta dirección de correos
electrónicos a Quinn—dije rabioso.
—Puede que la eliminara o al quedar
suspendida durante mucho tiempo, sin uso alguno, el correo ha podido
quedar desactivado temporalmente hasta que ella lo reactive—tomó
mi papel y examinó cada letra—. Sí, este servicio cambió hace
algunos años, ¿sabes? Ya ni siquiera existe “hotmail” como tal.
Es posible que lleve años sin usarse.
—¿Cuántos?—pregunté intranquilo.
—Puede que no lo use desde hace casi
una década o un par de años. No lo sé. Son cosas que no se pueden
saber salvo si eres el propietario legítimo de la cuenta—confesó
incorporándose del asiento—. Lestat, creo que deberías asumir que
es posible que no estén vivos. Nadie los ha visto en años.
—Estás siendo muy cruel con este
viejo idiota... —susurré casi sin esperanza. Yo había apostado
que encontraba a Mona ahora que todo estaba más calmado, pero al
parecer fue imposible.
Jamás me había planteado la
posibilidad de ver destruida una de mis obras después de lo ocurrido
con Claudia. Tras Merrick extremé la seguridad entorno a mis
creaciones, pero con mi madre era casi imposible aunque ella jamás
haría tal cosa ni se pondría en peligro si no fuese por mi culpa, y
creía que enviándolos con Maharet, Khayman, Mekare, Thorne, David y
Jesse era lo correcto. Yo había jurado firmemente, sin titubeo
alguno, que estaba haciendo lo que era mejor para ellos pero los
envié posiblemente a la muerte.
—No es tu culpa si ellos han
muerto—me dijo girándose hacia mí con una ligera sonrisa—.
Hiciste bien en enviarlos a buscar más información, a descubrir el
mundo por sí mismos, porque es algo que tú has hecho siempre y te
ha fortalecido. ¿Cómo ibas a saber que Amel sufría y volvería
locos a los vampiros más antiguos, pacíficos y sabios? Olvida eso,
príncipe. Si están vivos aparecerán pronto y podrás abrazarlos.
Si están muertos permanecerán en tu memoria por siempre... —se
encogió de hombros y se marchó—. Por cierto, la clave es
“LouisYouAreMyHeart1791” ¿Te suena la fecha, príncipe?
Claro que me sonaba la fecha. Era algo
importante para mí como para Louis. Recordé que cuando la puse
deduje que no olvidaría algo así. Me eché a reír como un idiota y
luego miré toda la bandeja de entrada. Decidí entonces eliminar uno
a uno cada correo hasta que llegué a uno sospechoso. Abrí el
documento y leí la carta. Era un correo extraño que sólo decía:
“No estoy muerto. Nos veremos cuando tenga una buena historia que
contar. Hemos vivido momentos duros. Gracias por todo. T.B.”
Lestat de Lioncourt
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