Podemos saber, gracias a Manfred, como es Petronia en la intimidad. También podemos averiguar un poco de Arion.
Lestat de Lioncourt
—Hacía tiempo que no venía por
aquí—dijo mientras se agachaba a introducir la llave en la pequeña
ranura de la cerradura, giraba suavemente su muñeca y provocaba que
la persiana de metal se izara como una bandera de guerra. Hizo un
ruido terrible para los finos oídos de un vampiro, pero para un
humano era ligeramente soportable. Después buscó en aquel enorme
llavero otra llave dorada, larga y muy dentellada, que abrió la
puerta pesada de madera con hermosas vidrieras de colores y luego,
con mucha rapidez, desactivó la alarma—. Ha sido toda una
sorpresa—añadió encendiendo las luces—. ¿Comprará varias
prendas o sólo alguna en especial? ¿Ya vio las hermosas americanas
de primavera de nuestro catálogo online? Nos estamos modernizando.
—Trátame de tú—su voz sonó
áspera y firme aún en el rellano de aquella puerta.
Al entrar observó las nuevas prendas
colocadas cada una en un maniquí sin rostro, pero que rellenaban a
la perfección tallas similares a las suyas. La moda cada vez admitía
más a los hombres poco corpulentos, muy delgados, y también otros
no tan altos o ligeramente obesos. Pero todavía se veían hermosos
trajes que sólo un hombre de hombros amplios, como era el caso de
Arion, podían llevar y sentirlos como un guante.
—Lo siento, la costumbre—comentó
acercándose a la vitrina de los lujosos gemelos—. ¿Deseas ver
algunos de nuestros bonitos gemelos?—dijo señalando la estantería.
—Sabes que fabrico mis propios
gemelos y son contadas las ocasiones en las cuales compro alguno—dijo
paseando sus ojos oscuros por toda la tienda.
—Petri, ¿de verdad crees que
necesitas nuevos trajes? Algunos todavía no te los
pusiste...—murmuré tras su pequeña espalda.
—Manfred, te he traído como
acompañante porque las compras siempre son aburridas, tediosas e
insípidas. Si vas a estar quejándote, como estás a punto de hacer,
mejor lárgate a corretear jovencitas por las plazas más pobladas de
la ciudad. Ve, corre. Seguro que aún hay algún café abierto y
muchachitas a las que reírles las gracias cual viejo verde—aquellas
palabras fueron certeras y dolorosas, pero no me acobardé.
—No, mejor me quedo—dije.
El comerciante jamás supo la edad real
de Petronia. Llevaba vendiéndole trajes desde hacía veinte años y
empezaba a sospechar que no era un ser común. Sin embargo lo que sí
creía, casi a pies juntillas, es que era un hombre y trataba con un
igual. En su mente pensaba que yo era su rico amante que solía
acompañarle para pagar todos sus lujos, aunque siempre me echaba en
cara mis líos de faldas. En realidad ella siempre me ha atado en
corto esperando que no cayera más en brazos de estafadoras como
Rebeca. Aunque decir que Petronia es un “ella” es muy aventurado.
—Mira, Manfred, ¿qué te
parece?—dijo tras un buen rato observando camisas por su cuenta—.
Este gris es muy elegante y he leído en las revistas que se lleva
bastante.
—Eres muy pálido—murmuré—. Te
sentaría mejor un tono chocolate.
—Son tonos de invierno los oscuros,
los más claros son para primavera y verano—aseguró el
comerciante—. Tengo una hermosa camisa blanca con rayas finas de
color azul azafata con un chaleco de lana del mismo tono a juego con
sus pantalones y una americana exclusiva de esta tienda. Los chalecos
han vuelto a llevarse y estarán en tendencia algunos años. Es un
complemento que estiliza, es elegante y en ti queda muy bien.
Recuerdo que te has llevado unos cuantos hace unos años—decía
deleitándose con su cuerpo e imaginándose a Petronia sin nada de
ropa.
—Siempre acabo llevando colores
oscuros—murmuró—. Asumiré el riesgo de llevarme algo oscuro
otra vez, pero también quiero algo más... ¿llamativo?—vigilaba
todas las prendas sin dejarse convencer con un simple vistazo.
—Los estampados se siguen llevando,
igual que el color blanco porque da un tono de atención a chaquetas
más oscuras, también tenemos camisas celestes, de mil rayas y
desiguales. Sí, desiguales—dijo acercándose a uno de los
maniquíes—. Tiene un tono verde más oscuro y otro más suave. El
lado derecho es el oscuro y el claro es el izquierdo. Los botones son
de nácar muy bonitos, pequeño y poco llamativos.
En ese momento entró en la tienda
Arion. Él no solía asomarse por las tiendas cuando nos
encontrábamos llenando su armario. Siempre había decidido ser fiel
a un estilo y adquiría sus prendas dándoles indicaciones a varios
de sus empleados. El empresario se movió rápido para impedirle que
entrara.
—Lo siento, sólo se ha abierto para
un cliente especial—comentó.
Arion no era estúpido. Si esa tienda
se habría para Petronia era porque aquel hombre llevaba deseando
saltar sobre él desde hacía décadas, por eso se movió rápido y
se colocó al lado de su creación besando dulcemente su cuello.
—Lamento no haber venido en otras
ocasiones, ¿puedo elegir contigo?—preguntó estrechándolo por las
caderas.
—Celoso...—murmuró bajo mirando
las baldosas de la tienda—. No te preocupes, Héctor, es mi marido.
—Suena bien eso de marido—dijo
Arion de forma imperceptible para el oído humano.
Creo que fue la última vez que fuimos
a “Cortes y confecciones Héctor Lariza”. Aquel pobre iluso no
volvió a abrir tan tarde su tienda para Petronia. Sin embargo dudo
que Arion se lamente por ello. No obstante creo que Petronia jamás
perdonará haber perdido tan buena boutique. Esto es algo que he
confirmado esta noche nada más incorporarme. Llevaban dos horas
discutiendo. Ella ha roto el tablero de ajedrez y él ha destrozado
uno de sus vestidos de noche, después como si nada se han arrancado
la ropa y han comenzado a besarse rodeados de todo el desastre que
ellos mismos han realizado. A veces me pregunto si Petronia realmente
es la única fiera o si en esta casa conviven un par de leones
intentando marcar su territorio.
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