Marius y Santino tenían una guerra abierta más allá de las "manos".
Lestat de Lioncourt
Esperé durante algunos minutos fuera
de aquella tienda. Habíamos entrado forzando la puerta para buscar
algunas prendas bárbaras que los mortales vieran elegantes. Sólo
eran un par de trajes oscuros, unas camisas de algodón y unas
camisas de seda. Los zapatos que él necesitaba ya los habíamos
tomado del mismo modo de otra tienda cercana. Él los había robado
sin disimulo del escaparate, mientras que yo me entretenía en
limpiarlos dentro del vehículo que conducía como si fuese una
bengala por las abarrotadas calles de esa ciudad.
Teníamos que tener nuestro mejor
aspecto para colarnos en aquel recinto. La documentación falsa de
investigadores policiales la había conseguido en un pequeño hurto
de un par de cadáveres, policías claro está, y coloqué nuestras
fotografías hechas con ciertas prisas en un fotomatón de una
estación de metro.
Cuando le vi salir de la tienda
perfectamente vestido, e incluso perfumado, provocó en mí un
extraño sentimiento. No parecía el cretino que me asaltó siglos
atrás pidiéndome ser parte de su estúpida secta. Era un hombre
elegante y atractivo que sonreía amargamente porque sus ojos
mostraban cierto luto.
—¿Estás preparado para acabar con
todo esto?—pregunté.
—De nuevo trabajando codo con codo...
¡Quién nos lo iba a decir!—dijo carcajeándose sin ganas—.
Lástima que esta vez Armand no esté aquí para verlo.
—No menciones a Armand. No tienes
derecho alguno a mencionar su nombre—respondí con furia.
—Fue mi discípulo durante más años
de los que tú lo disfrutaste—me dijo mirándome a los ojos—. Su
muerte ha sido terrible para mí. He visto arder su cuerpo
ascendiendo hacia los cielos, ¿cómo quieres que me sienta? Marius,
yo salvé a ese monstruo con rostro de ángel por algo y no fue
precisamente para torturarte—esa primera confesión me impactó,
pero no tanto como las siguientes.
Durante algunas horas tuvimos que estar
cerca confiando el uno en el otro para robar el maldito velo de la
Verónica y deshacernos de ciertas pruebas sobre la existencia de
vampiros, demonios o cualquier anotación que nos vinculara.
Talamasca podía investigarnos si querían, pero los demás humanos
no nos harían el favor de estar alejados de nosotros y dejarnos
vivir en paz como lo habíamos hecho durante siglos. Cuando la misión
terminó regresó la ropa a la tienda dejándola tirada sobre el
mostrador, se colocó sus prendas de cuero y diversos anillos para
luego girarse mirándome a los ojos.
—Ahora sabes que amo a Armand y lo
voy a amar siempre, igual que a Pandora. Me odiabas hace unas horas
pero ahora aún más, ¿no es así? Yo he logrado cambiar por amor,
sin embargo a ti no hay quien te cambie o te haga cambiar porque no
sabes hacerlo—se encogió de hombros y se acomodó su chaqueta para
irse a su coche abollado, viejo y con olor a limón—. Me vuelvo a
casa, a mi refugio de antisocial, porque soy así. Soy tan antisocial
como tú, pero yo al menos lo acepto—me dio un golpe suave en el
pecho justo en el corazón mientras me miraba sin perder detalle de
mi rostro, así como yo no perdía detalle alguno del suyo—. Pecado
éramos y pecado somos pero no hay Dios o Demonio que nos castigue.
Yo arrastro muchos pecados del mismo modo que tú los arrastrarás
siempre. Por mucho que pintes ángeles en hermosos frescos no dejas
de ser un descreído en todos los sentidos. No crees siquiera en el
amor profundo y sincero porque tú no eres capaz de ofrecerlo, pero
yo sí creo en eso. Tal vez no crea en Dios ni el Diablo, quizá todo
esto de Lestat sólo ha ayudado a creer en otras fuerzas que nos
rodean y manipulan, pero tú estás dudando porque estás viendo que
le quieres. Y no, no hablo de Lestat. Quieres a Armand, necesitas
creer que ha sobrevivido de algún modo, porque el sólo hecho de
saber que está muerto y no has podido reparar la herida te destruye.
No dije nada porque la ira me envolvía
nublando mi mente y atando mi lengua. Sabía que si lo destruía ahí
mismo Pandora no volvería a dirigirme la palabra y en estos momentos
tenía cosas en las que pensar. La posible muerte de Mael rondaba
también en mi cabeza convirtiéndose en un fantasma molesto, al
igual que la de Armand que me destruía convirtiéndome en un idiota
más que asumía una derrota antes de afrontar siquiera una batalla
y, por supuesto, también me hacía daño saber que Lestat estaba en
un estado deplorable. No era momento de discusiones. Yo sabía que
podía cobrarme esas palabras en algún momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario