Los siguientes párrafos son de un encuentro entre Michael y Oberon. Los Mayfair no sé como verán esto, pero es algo habitual el incesto y los juegos de cama. Aunque el corazón de Michael es de Rowan su cuerpo precisa caricias que no le ofrecen y Oberon es un macho Taltos demasiado joven como para contenerse.
Recordemos que Michael habla de llevarse mejor con los hombres que con las mujeres cuando son pareja. Hay quizás una clara intención de este en desvelar su sexualidad ¿o sólo es una forma de decir que las relaciones sentimentales nunca fueron su fuerte? ¡Qué se yo! ¡Sólo soy un vampiro!
He decidido que este tema puede mezclarse bien con estas memorias. De hecho, esta artista es considerada por algunos de mis compañeros como la perfecta para los Mayfair.
Lestat de Lioncourt
—¿Acaso creías que iba a ser fácil
tratarme?—dijo en aquella inmaculada habitación. Él parecía
sumido en una paz fría pero todo era una fachada. Había decidido
pintar cada muro de su alma con una práctica frialdad porque no
quería que viesen que seguía siendo un niño. Sus padres habían
muerto en penosas circunstancias y el mundo parecía haber caído
sobre él. Ahora tenía la responsabilidad de ser el único macho de
su Pueblo Secreto, de una raza de seres superiores aplastadas por
guerras internas y la ambición del hombre.
Había escuchado algunas habladurías
sobre lo ocurrido con el Padre Kevin. Este había pedido
encarecidamente no volver a visitarlo. Cada vez que lo hacía salía
agitado y perdido murmurando que iría al infierno. Desconocía los
motivos que le llevaban a Oberon a tratar mal a las personas, pero
sospechaba que no era un trato cruel el que experimentaba aquel joven
sacerdote de cabellos rojizos, ojos de esmeralda y nariz salpicada de
pequeñas pecas.
—No, no esperaba menos—contesté
sacando un cigarrillo—. ¿Te importa?
—Sí, porque podemos vivir casi
eternamente pero también podemos morir de cáncer. No quiero morir,
¿sabes? Y menos pegado a cientos de máquinas. No,
gracias—respondió.
—Bien, bien... —dije guardando el
cigarrillo y el mechero.
—Abuelito dime tú... —comentó a
cantar de forma cínica—. No, dime de verdad ¿qué
esperas?—preguntó incorporándose de la cama.
No me impresionaban sus más de dos
metros de estatura porque conocía a su padre. Admito que cuando lo
veo observo a ese hombre culto, sosegado, lleno de una soledad que le
destruía a pasos agigantados y con una chispa de vida grandiosa. Sus
ojos claros eran los de Ashlar. Tenía la misma mirada y una sonrisa
que podía doblegar a cualquiera. Pero él no era Ashlar. Mi hija
Morrigan era salvaje y no tenía escrúpulos a la hora de decirte
todo lo que sentía. Se convirtió en una verdadera carga cuando
comprendí que era indomable, sin embargo jamás hubiese deseado que
muriera y menos congelada. Él estaba ahí como una mezcla perfecta
de ambos intentando averiguar qué esperaba de él.
—Que seas como tu padre—respondí—.
Ojalá seas un emprendedor amable y carismático. Alguien que pese al
dolor no culpa a todos de sus problemas y sabe escuchar—dije.
—Como mi padre...—aquello hizo que
su juvenil rostro de hombre casi adulto se consternara. Rápidamente
se aferró al cabezal de la cama y tembló como un junco movido por
una suave brisa. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas y su boca
sonrosada se apretó intentando contener un par de suspiros, los
cuales se terminaron escapando mientras buscaba donde ocultarse.
Rápidamente me incorporé tomándolo
entre mis brazos aunque él rebasaba mi altura. Abracé aquel cuerpo
como si fuese el de un niño antes de notar como se arrodillaba y
rodeaba mis caderas con sus largos brazos. Impuse mis manos sobre sus
cabellos oliendo sus hormonas desatadas. Era un buen hombre, aunque
en realidad no dejaba de ser un niño sin infancia, y yo le había
hecho llorar. Había logrado que llorara con sólo mencionar a su
figura paterna. Él no tenía padre y yo no tenía hijos.
—Estoy aquí porque eres el hijo de
mi hija con un buen hombre. Tal vez no fue sensato que desaparecieran
del mundo conocido, pero no me arrepiento de haberla dejado marchar.
Ahora tengo un nieto que desearía que fuese mi hijo—musité antes
de pasar mis dedos por su cuero cabelludo con suaves círculos y
caricias. Hundía mis dedos en sus ondulados cabellos, lograba que se
perdieran hasta su nuca y luego nuevamente empezaba con la raíz de
los mechones próximos a la frente. Era mi forma de calmarlo porque
no sabía qué hacer o decir.
El aroma de sus hormonas me golpeaban
la nariz continuamente. Controlaba mis impulsos de oler su piel y
palpar sus mejillas igual que lo hacía con su padre, madre y sus
hermanas. Él temblaba colocando sus manos en mi espalda baja
mientras se lamentaba en un silbido. Esas palabras rápidas como un
canto ancestral golpeaba mis oídos. No lograba entender qué decía
pero pronto me di cuenta que suplicaba.
—¿Quieres que te ame y
respete?—pregunté abarcando su rostro con mis manos.
—Quiero amor—dijo antes de colocar
su boca contra mi bragueta.
No me había percatado de lo excitado
que estaba por su aroma. Siempre intentaba ignorar ese dulzón
perfume que lo envolvía haciéndolo tan cálido, apetecible y
extraño. Sólo los brujos y otros Taltos podrían sentir ese aroma
golpeando una y otra vez las fosas nasales. Oberon también
olfateaba, pero lo hacía de forma distinta y vulgar. Abría con
fuerza sus fosas nasales contra el cierre de mis pantalones.
Definitivamente él no dudó ni un segundo en bajar la bragueta con
sus propios dientes para oler mi entrepierna.
Me sorprendí ayudando a bajar mis
pantalones hasta mis tobillos junto a mi ropa interior. Sus ojos
azules se clavaron en los míos, tan parecidos y distintos, mientras
agarraba mis testículos con la mano izquierda mientras con la
diestra levantaba mi pene. Con sensual provocación besó mi glande
deslizando la piel sobrante con sus dedos. Su lengua acarició el
meato sin dejar de mirarme con esas lágrimas salpicando sus
ruborizadas mejillas. Por un instante me dije a mí mismo qué hacía.
Yo amaba a Rowan y ella era mi vida. Ya le había sido infiel una vez
y provoqué un desastre, pero hacía tanto tiempo que un hombre no se
arrodillaba ante mí para complacerme que me dejé llevar.
Un tierno beso sobre la punta de mi
miembro fue el inicio de seductora caricias con los labios y la
lengua. Lengüeteaba mi glande como si fuese un helado y su mano se
movía con soltura por toda su extensión. Las venas comenzaban a
contener la dureza de ese pedazo de músculo que cobraba vida. Sentía
como palpitaba mientras él gozaba con esas miradas llenas de
lujuria. No dudó en engullirlo por completo para luego cerrar los
ojos como una jovencita virginal. La mano zurda apretó mis
testículos con cierta rabia y las mías le agarraron con fuerza
ambos lados de la cabeza. En un momento estaba clavándome dentro de
él con furia. Sus manos se apartaron de mi sexo y se colocaron en
mis caderas, casi clavando sus uñas, permitiéndome que me moviera
con rabia dentro de aquella húmeda cavidad.
Cada estocada era más firme y rabiosa
que la anterior. Él temblaba mientras soportaba esos terribles
juegos. Sin embargo no tardó en liberarse a duras penas y tirarse al
suelo mientras se quitaba aquellos simples pantalones de pijama. Su
sexo estaba despierto y era ligeramente mayor que el mío, pero lo
que él deseaba de mí no era penetrarme. Me miraba como las furcias
baratas de un local de alterne. Tenía los ojos nublados por la
necesidad.
Aquel gigante estaba pidiéndome que lo
sometiera. Sus piernas estaban abiertas mientras su mano derecha
hundía dos dedos en su entrada. Él me decía que estaba listo,
aunque yo tenía mis dudas. Finalmente aparté su mano, abrí mejor
sus piernas y levanté sus caderas para penetrarlo. Sus tobillos
quedaron en mis anchos hombros y mis manos se colocaron sobre su
pelvis. Rápidamente escuché sus largos y escandalosos gemidos
mientras su respiración se volvía dificultosa como la mía.
Sus manos fueron a la parte superior de
su pijama para tirar de la obertura, haciendo saltar cada uno de los
botones de nácar, y mostrarme así sus pezones cafés tan duros como
su miembro. Él estaba allí tocándose por completo. Se masturbaba
con la derecha y con la izquierda pellizcaba sus pezones o llevaba un
par de dedos a su boca y los mordía sutilmente. Me provocaba. Quería
alentarme alimentando así al monstruo que contenía a diario. Me di
cuenta que di rápido con su próstata porque temblaba con cada
arremetida.
Él llegó antes al orgasmo apretándome
con rabia en su interior, pero no tardó en incorporarse y colocar su
boca alrededor de mi glande. Con una sola mirada y ese gesto hizo que
me viniera en su boca. Él succionó con apetito bebiendo cada gota.
Yo acabé recostado en el suelo y él se colocó sobre mí lamiendo
mi cuello, acariciando mis pectorales por debajo de mi camiseta y
dejando que sus labios silbaran una melodía que parecía un canto al
amor, la lujuria y el desenfreno.
—Reconozco que espanté a Kevin con
sexo sólo para que tú vinieras a castigarme—dijo como terrible
confesión—. Abuelo Michael, mi llave, ¿me abrirás cada
anochecer? ¿Alimentarás a este hambriento Taltos?—preguntó antes
de girarme el rostro para que le contestara.
—¿Y mi mujer?—susurré casi sin
aliento.
—¿Ella te busca entre las sábanas
frías de tu cama?
Esa pregunta hizo que me diera cuenta
que hacía meses que Rowan y yo no teníamos intimidad. Aquello me
preocupó, pero él hizo que perdiera el hilo de cualquier
pensamiento cuando mordió una de mis orejas, silbó suave cerca de
ella y me ofreció una calma que creí haber perdido. Desde entonces,
cada noche, visito a Oberon y lo alimento de esa forma tan erótica y
sexual.
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