Pobre Goblin y pobre Quinn.
Lestat de Lioncourt
Aún puedo escuchar las historias que
contaba la Gran Ramona sobre la locura de Manfred Blackwood, el loco,
cuando era tan sólo un niño. Me sentaba en sus faldas y me hacía
prometer que jamás cruzaría el pantano, pues había innumerables
peligros, para confirmarlo. Mi abuela, Sweetheart, me miraba con ojos
amorosos mientras terminaba de hornear alguna de sus tartas de
manzanas, arándanos o peras. Mi abuelo Pops estaba fuera, con la
azada, haciendo su trabajo habitual para plantar los limoneros o arar
los huertos, junto con los muchachos que eran descendientes de los
viejos esclavos. Jasmine era también muy joven, una adolescente, y
solía estar por la cocina hablando de su sueño de ir a la mejor
universidad.
Todavía puedo. Es algo que no me
arrancará jamás el tiempo. Mi dulce y típica vida de chico de
campo, el cual era incorregible para llevar al colegio. El motivo, el
único y especial motivo, que existía era que yo poseía un “amigo
imaginario”. Él se parecía a mí, pero sus actos eran menos
bondadosos con el resto de la familia; pues para mí los empleados de
la granja eran familia.
Tenía diez años cuando correteaba por
el pasto persiguiendo luciérnagas. Era una noche de verano muy
tórrida. Mi madre había llegado tras meses sin dar señales de
vida. Mi abuelo lloraba en su habitación y mi abuela, que siempre
estaba atenta a mí, contenía sus ganas de llorar sentada en la
terraza junto a mi tía Queen. Tía Queen era una mujer muy fuerte,
aunque era mayor que todos en la casa, y siempre aparecía para
tomarse unas merecidas vacaciones.
Ese día noté algo distinto. Ella
decidió que viviría con nosotros para siempre, porque estaba
cansada de viajar. Debí hacer caso a mi instinto y a todo lo que
pude ver en su aura; pero yo era un niño. Goblin, como así llamaba
a ese amigo imaginario, no paraba de saludarla e intentar que lo
mimara igual que a mí. Ella lo ignoraba, como no. Todos lo ignoraban
como si no existiese. En las primeras ocasiones se ponía a llorar,
pero con el paso de los años sólo sentía rabia, ira, impotencia y
dolor. Podía ver esos sentimientos reflejados en sus ojos tan
similares a los míos. Él se parecía a mí en todo, salvo que yo
era un niño y él un fantasma.
Años más tarde he comprendido todo lo
que ocurría. Goblin era mi hermano gemelo muerto a las pocas horas
de nacer. Él tomaba más fuerza con las visitas de mi madre. Todos
en la casa, incluyendo a varias personas del servicio, podían verlo.
El motivo era evidente. La mayoría de nosotros descendíamos de los
Mayfair, una poderosa familia de brujos. Manfred Blackwood no era mi
antepasado, sino su amigo de juergas llamado Julien Mayfair. Ambos
hicieron un pacto para que Julien tuviese relaciones con la nuera de
Manfred, pues su hijo era incapaz de mantener relaciones, y por ende
descendencia. Ambos hijos eran fruto de un engaño a la pobre mujer,
la cual jamás supo que no era su marido quien se disfrazaba, con
máscaras y ropa estrafalaria, para la concepción. Los antiguos
esclavos tuvieron vínculos con los Mayfair, pues hay una rama negra
en la familia, y estos tuvieron contacto con nosotros porque Manfred
los contrataba como hombres libres. Finalmente todo fue encajando.
Incluso encajó el hecho de poder oler a los Taltos, unas criaturas
similares físicamente a los humanos.
Siempre creí que imaginaba las miradas
de tía Queen, miradas de miedo y odio, hacia Gawain, como realmente
se llama mi hermano. Esas miradas que un día se convirtieron en
motivo, más que suficiente, para matarla por parte de ese espíritu
burlesco que, con el paso de los años, acabó siendo cruel.
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