No sé qué sentí cuando te vi por
primera vez. Creo que me dio un vuelco en el corazón y mis manos se
aferraron firmemente en la barandilla donde estaba situado. Había
llegado al hostal hacía tan sólo unas semanas en busca de soportar
la muerte, su corto y sufrido recorrido, junto a mi padre. El yacía
en la habitación contigua tosiendo, sintiéndose morir sin morirse,
por el contrario yo parecía gozar de una buena salud, posición y
grandes deseos que no lograba sofocar. Quería alejarme de él, de su
hedor de moribundo y sus palabras victimista sobre el amor, el
respeto y la necesidad que tenía hacia mí.
Había surcado los mares para vivir una
gran aventura, recorrí ciudades que hoy en día están prácticamente
desaparecidas. Incluso estuve en Londres antes del gran incendio que
arrasó distritos completos, dejando humeante y destruida aquella
hermosa vista desde el río. Caminé por el desierto, lloré frente a
una lápida sin cuerpo y tuve que decir adiós a mi madre. Ella quiso
recorrer mundo a solas. Yo, por el contrario, no sé vivir en
soledad; y, mucho menos, soportar el dolor de la pérdida de un ser
amado.
Cuando nos encontramos tú habías
perdido a tu hermano, el cual significaba demasiado para ti, y yo
había perdido a Nicolas. Ambos sufríamos ciertos remordimientos que
latían como mariposas oscuras sobre nuestras almas. Por eso, cuando
te vi, sentí que te necesitaba. Supe que eras el idóneo. Vi en tus
verdes esmeraldas la tortura de una vida insatisfactoria. Comprendí
que debía tomarte entre mis brazos y ofrecerte la vida eterna. Tú
la merecías más que nadie en esta ciudad. Tenía que mostrarte la
belleza ecléctica de la noche.
Bajé de inmediato, dejando a mi padre
solo, y recorrí las calles detrás de tu espalda algo estrecha, de
figura esbelta y elegantes pisadas. Podía ver en ti la hermosura de
París, lo bohemio, de tantos y tantos poetas frustrados y músicos
malditos. Aspiré tu filosofía decadente y amé esos labios
ligeramente fruncidos. Quería besar tus mejillas y colar mi nariz
entre tus oscuros cabellos. Sí, quería. Deseaba tocar esa maraña
ondulada que caía elegantemente sobre tu espalda. Te imaginé
desnudo, recostado en mi cama como un maravilloso premio de esta
vida, y sentí escalofríos.
Siempre supuse que te convertí porque
en tus ojos vi el dolor de Nicolas, al cual no logré salvar, pero
admito que también estaba enamorado de todas tus restantes virtudes.
Esa melancolía eterna me hacía suspirar e imaginaba que lograba
colocar una sonrisa en tu boca. Sí, lo imaginaba, Louis.
Por eso, amor mío, nunca voy a
cansarme de ti porque te he amado desde el primer momento.
Lestat de Lioncourt
1 comentario:
Perfecto <3
Estas memorias son amor puro ~
Gracias por compartirlo <\3
Saludos~
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