Un relato de Davis, el bailarín de raza negra, que puede que os conmueva.
Lestat de Lioncourt
Aquellas noches no volverán. Por mucho
que yo desafíe al tiempo y a los recuerdos, no volverán.
Ocurrieron, una tras otra, como un destello de una luz fugaz. Eso
fueron. Un momento de chispa, una oportunidad mágica para ser feliz
y entregarnos a la más deliciosa locura. La música rock elevándose
por los muros frágiles de aquellos locales, el murmullo de cientos
de almas conversando sobre aquellos libros que habían encendido una
llamarada en los corazones, almas y pensamientos de cualquiera, y,
las pintadas de advertencia en urinarios y mesas.
Killer estaba inquieto. Se movía por
toda la ciudad murmurando que debíamos ir al concierto. No teníamos
entradas aún. Baby Jenks jugaba con las graciosas coletas
doradas que yo le había hecho, pues parecía una colegiala y no un
vampiro que llevaba un par de años cazando hombres. Ella había
sufrido mucho, Killer también y yo había tenido una buena vida.
Sólo había sufrido algo de racismo e incomprensión, pero como
bailarín logré cierta fama en mi ciudad antes de mudarme a San
Francisco. Allí conocí a ambos. Nos convertimos en una pequeña
familia que terminó siendo un club de moteros con colmillos y ganas
de aullar en mitad de la noche.
Muchos querían matar a Lestat, pero
nosotros lo admirábamos. Queríamos aparecer en el concierto para
ayudarlo. Aplaudíamos incesantemente sus canciones como si fueran en
directo, aunque sólo eran transmisiones en programas de música de
Mtv. Nos preguntábamos cuántos vampiros conocían realmente a
Lestat, quienes eran los que más amaba y si Louis aparecería
aferrado a su brazo aquel día.
Deseábamos que nos respetara, nos
conociera, nos amara y nos dejara estar con él algunos días.
Queríamos aprender. Deseábamos ser parte del selecto club que él
llamaba amigos, hermanos, hijos... Admito que suena estúpido, pero
para nosotros era algo tan fácil de alcanzar que nada más conseguir
las entradas, robadas a los cadáveres de un par de víctimas,
corrimos a buscar la primera fila en el concierto.
No sé porqué ella desapareció. Se
esfumó de nuestro lado. No podía sentirla, ni encontrarla. Me
pareció un feo presentimiento, pero Killer aullaba cada canción. Su
rostro dulce, pese a ser un hombre, me encandilaban. Acabé abrazado
a él besándolo en mitad de una de las canciones más apabullantes
que poseía Lestat. Hablaba sobre una reina dormida, un monstruo
milenario, que aguardaba su momento. Entonces, de la nada, ella
apareció arrasando con todo.
Noté como Killer tiraba de mí entre
la maraña de gritos, sangre, vísceras y fuego; pero en algún
momento, supongo que por los golpes y empujones, mis oscuros dedos se
separaron de su pequeña mano de mármol. Intenté salir de aquel
horror, pero los muertos caían a mi alrededor. En el parking no
encontraba mi coche. Me eché a temblar cuando la vi saliendo del
estadio con aquellos ojos de pupilas dilatadas. Quise correr, pero no
pude. Si bien, alguien me tomó entre sus brazos y me salvó la vida.
Ese alguien era Gregory, con quien
comparto mi vida desde entonces. Él me ha intentado curar de mis
momentos de locura, debido a todo el trauma que viví. Sin embargo,
no dejo de pensar en Killer. No puedo dejar de pensar en él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario