Ha pasado dos años desde que
comprendimos que el mundo era distinto a lo que conocíamos, que
nuestro Jardín Salvaje era más exótico, y aún nos falta mucho por
hacer para integrarnos unos con otros. Todavía nos cuesta entender
las circunstancias en las que nos vemos envueltos, el dolor que aún
marca cada milímetro de nuestra piel nos lo impide. Hay que dejar
atrás el peso muerto de las desgracias y enfocarnos en el
virtuosismo de la unión. Esta enseñanza tenemos que compartirla y
hacerlo con el único sentimiento válido en este mundo: el amor.
Recuerdo que he cometido muchos
errores, muchos pasos en falso, muchas decepciones, he recorrido
valles de espinas y barro creyendo que eran amapolas, he caído en
depresiones tan profundas que prácticamente era alimento de brea y
aquí estoy. Quise ser tantas cosas, me empeñé en tantas aventuras,
y aunque algunas fracasaron, y otras sólo eran ilusiones en mitad de
un desierto, valió la pena. Me arriesgué. Buscaba la felicidad y la
libertad. Si no se es libre no se puede ser feliz. Hay que entenderse
a uno mismo y comprender que cualquier circunstancia es buena para
salir a flote con una sonrisa atrevida.
En ocasiones echo la vista atrás por
pura nostalgia. Y veo a mi madre sentada en el alfeizar de la ventana
de su fría y húmeda habitación, con un libro de poemas entre sus
delgadas manos y los ojos perdidos en la lontananza del valle.
También escucho de fondo el crepitar de la hoguera de la chimenea,
la cual se aviva de vez en vez. La nieve cayendo. El sentimiento de
desasosiego por la inminente muerte, el pasar rápido de los días,
el sonido a lo lejos del disparo de mi escopeta y el ladrido de mis
perros de caza trayéndome la cena del día siguiente. Incluso puedo
respirar el perfume sudoroso de los senos de las mujeres con las
cuales me encontré una y otra vez, en pajares y esquinas inmundas,
para luego perderme en la belleza bucólica de la triste mirada de un
músico desgarrado. Aún escucho su violín mientras de sus labios
sale un murmullo de palabras de amor que no supe entender, cuidar y
avivar. Todo está ahí. Parece que nada se ha movido de su lugar.
Puedo estirar los dedos y tocarlo, pero entonces despierto. Han
pasado siglos, no soy humano y tengo un destino que me encanta. He
salido favorecido de cada arriesgado plan. Soy un líder.
Sin embargo, ¿queréis sinceridad?
Aquello de lo que estoy más orgulloso es de estar en estos momentos
con él entre mis brazos. Louis descansa agotado tras horas usando su
privilegiado Don de la Nube. Los cielos ya no son un misterio para
él. Él me ama, yo le amo. Pero también amamos profundamente a los
que nos acompañan. Somos una pequeña parte de una enorme familia.
Somos flores salvajes en un salvaje jardín.
Lestat de Lioncourt
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