—No debiste—dije entrando en la
biblioteca, su zona favorita de aquella vieja vivienda, y él
rápidamente bajó el libro y lo cerró echándolo a un lado del
diván donde se había sentado.
Louis había regresado a mi lado hacía
tan sólo unos días, pues ijo que me extrañaba y necesitaba estar a
mi lado. Es cierto que ambos lo necesitamos, pero en ocasiones la
convivencia es catastrófica y discutimos por necedades. Tal vez es
por nuestra forma de ver y sentir el mundo que nos rodea. Aunque
seamos sinceros, ahora el mundo ha cambiado y nuestras visiones
coinciden algo más. Esa ya no es una barrera para la comunicación.
Sin embargo, seguimos haciéndolo como si deseáramos recuperar la
pasión después de un acto tan lamentable.
—¿Qué no debí?
Tenía un aspecto bastante atractivo.
Quizá era la luz, tal vez la ropa clásica que había decidido usar
esa noche o el hecho de haberse alimentado hacía tan sólo unas
horas. Louis siempre me ha parecido muy hermoso y me ha tenido a sus
pies. Sus ojos cargados de un verde lacónico me recuerda lo bueno,
lo malo y lo terrible del ser humano. Cada una de las lágrimas que
vierte, así como la indiferencia con la que a veces me observa o su
paciencia exacerbada escuchando mis impertinencias logran cautivarme.
Somos dos polos opuestos que deciden atraerse, igual que el fuego y
la paja o la sed y el agua. Si bien, después de tantos días
alejados entre enormes horas de silencio, las cuales parecían mares
profundos que nos ahogaban y aislaban el uno del otro, me parecía
más atractivo porque su belleza indómita parecía marcar sus
pómulos, juguetear con sus carnosos labios y anclarse en sus
pobladas y largas pestañas.
Sus largos dedos blanquecinos
comenzaron a jugar con uno de los largos mechones ondulados de su
cabeza oscura. Parecía algo inquieto como si esperara que explotara
para hacerlo él también causando más estragos que sus viejos
incendios. Sin embargo, lo dejó por la paz y se irguió aguardando
mi respuesta.
—Decirle a Rose que habíamos
discutido. ¿Acaso tenías que preocupar a todo el mundo?
Ante mi respuesta sólo frunció el
ceño y torció el gesto, para luego luego suspirar. Estaba
oprimiéndolo quizá y no me estaba percatando. Muchas veces opinaba
y decía las cosas sin pensarlas demasiado bien. Él podía hablar de
los temas que quisiera, por peliagudos que fueran, pero a veces
sentía la necesidad de callarlo.
—Lestat, por favor—murmuró en un
tono algo meloso—. ¿Acaso tienes que buscar una excusa para venir
a conversar conmigo, mon coeur?—preguntó acercándose a mí para
echar sus brazos sobre mis hombros y recargarse contra mi cuerpo.
Tenía una cintura llamativa, pues
poseía algo de cadera; era posible que no fuese tan acentuada como
la de Armand, pero ahí estaba. Sus glúteos firmes remataban la
jugada junto con unas piernas bien formadas. Pero su cuerpo vestía
siempre ropa poco entallada que no mostraba demasiado su figura.
—Quiero hacer las paces contigo y tú
conmigo, ¿pero por qué tenemos que hacerlo siempre en medio de una
discusión? Sobre todo ahora que podemos usar otros medios—alzó su
rostro y besó mi mandíbula, para luego ocultarlo bajo esta
mordisqueando mi cuello sin perforarlo.
“Los otros medios” eran
provenientes de la ciencia. La perfecta e ingeniosa creación de
Seth, el médico hindú Fareed, había logrado una proeza hacía unos
años con unos inyectables de testosterona y otras de mezclas de
estrógenos, progesterona y testosterona para las mujeres. Ahora se
tomaban en dosis medidas a lo largo de los días para lograr avivar
el deseo hacia el sexo, el cual se veía vinculado sólo a los besos
de sangre y poco más. La función eréctil continuaba en nosotros,
pues incluso nuestros miembros se hallaban ligeramente duros y
dispuestos a todo.
—He decidido cumplir una de tus
fantasías—dijo respirando en mi cuello hasta marcharse hacia una
de mis orejas, en concreto la derecha, para mordisquear mi lóbulo y
lamer parte de esta. Rió bajo algo perverso cuando sus manos
acariciaron mi nuca y bajaron lentamente hacia mis hombros, después
hacia mi torso y por último a mis caderas—. Quiero pedirte
disculpas por haber empezado una discusión tan banal la otra noche y
deseo hacerlo de tal modo que no puedas mirar a otro, u a otra, sin
pensar en mí y en lo mucho que me necesitas. Deseo ser tu único
pensamiento y te sientas enfermo.
—Louis...—balbuceé entre excitado,
embelesado por ese tono de voz que usaba conmigo, y preocupado porque
él normalmente no era así.
—Ve a la habitación y espérame
allí—añadió mientras colaba su diestra entre mis piernas, para
rozar con sus dedos mi bragueta—. Ve—insistió.
Por un momento me lo pensé. Podía ser
posible que fuese su venganza y no apareciese, dejándome algo
urgido, pero eran más las ganas de averiguar su premio que de saber
si era un castigo. Así que me aparté y me marché raudo hasta la
habitación que compartíamos al otro extremo del castillo.
Una vez allí me deshice las prendas
que llevaba, desde la camisa que me había regalado Marius hasta los
zapatos y calcetines. Daba por hecho que el premio era sexual, pues
para mí no había dudas. Así que me eché en la cama acomodándome
entre los múltiples almohadones esperando que él apareciese.
Tardó algo más de diez minutos, pero
al llegar lo hizo con su habitual bata de seda verde botella y con el
cabello suelto echado hacia atrás. Cerró la puerta tras de sí y me
miró con las mejillas algo sonrojadas. Después me hizo un gesto
para detenerme, pues me incorporé casi de inmediato, pero al parecer
había algo más.
—Louis, ¿qué pretendes?—pregunté.
Él sólo me miró y se giró para
tomar una caja que había en el suelo cerca de la cómoda, en la cual
no había reparado, y sacó unos hermosos tacones de aguja. Suspiró
largamente y se deshizo de sus cómodas zapatillas. Entonces me fijé
en sus pies abriendo enormemente los ojos por la sorpresa, pues
llevaba medias. Una vez se colocó los zapatos desanudó nervioso el
cinturón de la bata y la dejó caer.
—No sé porqué hago caso a
Armand...—balbuceó con la cabeza gacha debido a la vergüenza que
sentía y coloreaba sus mejillas.
Por alguna extraña razón había
decidido realizar una de mis estúpidas fantasías, la cual le conté
hacía tiempo y creí que había olvidado. Había sido síntoma de
discusión pues para él era rebajarse, pero ahora entendía que era
algo divertido y le podía sentar demasiado bien.
Llevaba medias y un liguero negro con
un bonito encaje de rosas que iba a juego con unas minúsculas
braguitas que poseían “truco” para ocultar su miembro y un
hermoso corsé masculino, el cual había sido modificado para
añadirle algunos moños de color verde oliva similares a los lazos
que unían las medias del liguero así como el tono de los zapatos.
Caminó dificultoso hacia mí, pero
logró erguirse y hacerlo con cierta naturalidad. No me reí ante su
torpeza, sino que me incorporé saliendo de la cama para tomarlo por
la cintura y besarlo lentamente. Él puso sus manos sobre mis hombros
clavándome un poco sus afiladas uñas. Sus ojos estaban cerrados
como los de una quinceañera en su primer beso verdaderamente
romántico. Era demasiado hermoso, demasiado perfecto y demasiado
encantador porque estaba haciendo algo muy importante para mí.
Realmente era un premio y no un castigo.
Con cuidado me llevó hacia uno de los
costados de la cama y me sentó allí. No sé si lo hizo porque le
resultaba complicado hacerlo con los zapatos o porque quería
postergar el momento. Después se acercó a la mesilla de noche y se
pintó los labios con un carmín intenso gracias a un gloss, el cual
realzó aún más sus labios carnosos demasiado eróticos. Luego me
miró como un cordero a punto de ser llevado al matadero.
—Debes permitirme seducirte hasta que
te pida que seas brusco. Deja que te de placer y te provoque hasta
que surja la fiera que hay en ti—decía acariciando mi rostro,
delineando mis rasgos, para luego ofrecerme un corto beso en los
labios que me manchó con su labial.
Me quedé mirándolo mientras abría
las piernas y le dejaba ver mi miembro erguido, aunque no por
completo, palpitando y deseando que fuese él quien lograse la
erección completa. Él suspiró tras una respiración agitada y
acabó de rodillas con un movimiento bastante sensual, el cual nunca
le había visto e imaginaba que había aprendido tal vez mirando
pornografía. En ese momento, y también ahora, preferí no saber
como lo había hecho.
Con la diestra tomó el miembro por la
base y con la zurda, tras arañar un poco mi vientre y mis muslos,
agarró los testículos para acariciarlos lentamente. Por supuesto,
aún no estaban llenos de la carga seminal, sino que todavía tenían
que hincharse de forma más notoria para poder ofrecerle mi simiente.
Luego besó el glande aún encapuchado, lo lamió por el meato y
decidió comenzar a jugar con la piel que lo recubría tirando
suavemente de esta con los dientes. Al final introdujo la lengua
entre el prepucio y el inicio de mi hombría, para luego deslizarla
hasta y comenzar con succiones suaves. Todo eso lo hizo sin dejar de
mirarme. Por mi parte jadeé aferrado a las sábanas entretanto me
preguntaba como era posible que se mostrase tan decidido.
—Louis...—dije antes de soltar un
gemido porque tuvo la habilidad de llevarse por completo el miembro a
su boca, atravesando su garganta y dejando que sus labios marcaran la
base y parte de los testículos. La mano que sujetaba el miembro pasó
a acariciar mis muslos arañándome y a bajar hasta las ingles y
pasarse tras los testículos para juguetear, con ligeros roces, en mi
entrada.
Entonces apretó la bolsa escrotal y me
miró con los ojos llenos de lágrimas por lo que estaba haciendo,
pues sentía arcadas, pero no se detuvo. Permaneció algunos segundos
con mi masculinidad para luego retirarla lentamente hasta sacarla por
completo. El pequeño hilillo de saliva que se formó entre este y su
boca se rompió, aunque él decidió pasarse la lengua por sus
labios, de comisura a comisura, para después escupir y comenzar a
masturbar enérgico, hasta que detuvo el ritmo y apretó el glande;
la mano de los testículos bajó hacia donde estuvo la otra y hundió
un dedo que acertó de pleno con mi próstata. Yo por mi parte gemía,
jadeaba y gruñía como un perro salvaje.
Cuando decidió que era suficiente se
levantó y comenzó a moverse en un baile erótico; al principio era
torpe, pero fue ganando confianza y logró que me quedara encandilado
aún más con el movimiento de su trasero al girarse. Sobre todo
cuando se dio un par de azotes con la mano bien abierta y los apretó
con fuerza. La braguita que llevaba era un tanga que por detrás
apenas dejaba algo a la imaginación.
—Lestat... ¿hago el
ridículo?—preguntó deteniéndose.
Mi respuesta fue más que obvia porque
estiré mi brazo derecho, lo arrojé a la cama y lo coloqué de
espaldas a mí. Mi boca fue directa a su nuca, mordiéndolo como lo
hacen algunos animales durante la cópula, e inmediatamente después
lamí la cruz de esta y besé sus omóplatos. Estaba muy caliente y
él tendría que pagar las consecuencias de sus lascivos actos.
Los mordiscos no quedaron en su cuello,
sino que fui hasta sus glúteos y enterré mis dientes hasta
perforarlos. Unas marcas que no cerré con unas gotitas de mi sangre,
sino que dejé abiertas para que se fueran cerrando con el paso de
los minutos. Después retiré el hilo del tanga y observé su
entrada. Mi miembro dolía porque pedía estar encerrado entre sus
carnes, pero yo quería escuchar más que gemidos y jadeos bajos.
Decidido a ello, me puse manos a la obra e introduje mi lengua en su
entrada, así como succioné esta, mientras él se revolvía
aferrándose a las sábanas hasta deshacer por completo la cama.
Penetraba con mi lengua y masajeaba su
trasero, pero al final mi derecha se coló entre el colchón y su
figura para enterrarme dentro de su ropa interior. Saqué su miembro
del pequeño compartimento que tenía la prenda para ocultar su sexo
y comencé a masturbarlo; estaba húmedo y duro, una muestra más que
aquellas perversiones también le encantaban.
Al apartar mi boca decidí poner mis
manos sobre sus caderas y tirar de él hacia el borde de la cama,
dejé su torso puesto contra el colchón, eché hacia el lado derecho
su cabello retirándolo de la cara, pegué ese lado a las sábanas y
levanté sus caderas. Por último, con la ayuda de la mano derecha,
metí mi hombría de una sola vez y fue una estocada certera; era
como si una espada hubiese entrado en el corazón de su víctima, o
como la lanza que mató a Cristo. Él chilló y yo gruñí como una
bestia. Después lo agarré de las muñecas y tiré de sus brazos
hacia atrás para empezar a penetrarlo fuerte, tan fuerte y rápido
como pude, así como profundo. Mis testículos sonaban una y otra
vez, mientras los dos nos desgañitábamos repitiendo nuestros
nombres junto a palabras lascivas.
Cuando eyaculé él se contrajo por
completo, pues había estado dando en su próstata una y otra vez y
el chorro caliente de mi esperma logró desatar todo. Por mi parte
había sentido un latigazo de placer desde los testículos subiendo
por todo mi cuerpo con un placentero hormigueo, el cual llegó hasta
mi nuca y miembros superiores. Los dedos de mis manos se engarrotaron
más contra sus muñecas, las cuales estaban maltrechas por el agarre
y las violentas arremetidas, y los de mis pies se abrieron mientras
mis piernas se tensaban junto con mi vientre. Por la suya pude ver
como los dedos de sus manos y pies se cerraron, su entrada apretó
con delirio mi miembro deseando que no saliese y poder exprimir hasta
la última gota, entretanto su espalda se arqueaba y sus piernas
temblaban.
De esto hace unos días y aún se
avergüenza cuando le susurro cosas sucias. Me ha prometido que no le
diga a Armand que finalmente siguió alguno de sus consejos. Hoy le
he pedido que vuelva a hacerlo, pero sólo ha huido encerrándose en
la capilla. Tal vez tenga que ir allí y hacer que rece por sus
pecados de una forma poco convencional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario