—Así que has decidido venir—dije
observándola desde el marco de la puerta a uno de los salones
privados, allí donde nos reuníamos algunos para conversar lejos del
barullo del salón de baile.
Ella estaba enfundada en un traje
masculino. Supongo que para mí, como para otros, era una imagen
atípica. Siempre la recordaba como una mujer enfundada en trajes
ajustados, realzando su escote y mostrando a todos la cintura
estrecha que poseía. En las memorias de aquellos que aprecio Bianca
era una de esas mujeres fatales, que amaban las joyas y los perfumes
de fragancias florales. Si bien, no siempre parecía vestirse de ese
modo. Estaba frente a mí con un traje negro de cachemir gris, con su
hermoso cabello rubio recogido y oculto bajo un sombrero y con unas
botas bajas bastante peculiares.
—Necesitaba verlo—confesó—.
Siempre discutimos, pero no puedo evitar sentir un profundo amor
hacia Marius. Es como...
—Un veneno—repuse.
—Un veneno no, pues un veneno mata
prácticamente al instante. Más bien como una pequeña droga que no
te mata, pero te engancha—comentó incorporándose con la elegancia
y majestuosidad que recordaba. La última vez que la había visto
hacía tan sólo seis meses durante aquella crisis que se generó
entre los de nuestra especie.
Era demasiado seductora. Para mí una
mujer fuerte, que sabía lo que deseaba, me provocaba un deseo
inmenso de conocerla, comprenderla, amarla y codiciar cada segundo
que pasaba a su lado. Mi madre me había hecho admirar a las mujeres
con sus defectos y virtudes, convirtiéndolas en adalides de la
libertad cuando se mostraban tal y como eran, sin tapujos ni bajo
criterios de los hombres, porque realmente mostraban la diversidad
que había en nuestra sociedad.
—Veneno o droga, como sea—dije
acercándome con los brazos abiertos para rodearla—. Espero que
puedas ayudarlo—susurré cerca de su oreja, para luego dejar un
beso en su mejilla derecha y luego otro en la izquierda—. Estoy
feliz porque estés aquí con todos nosotros. Ven siempre que
quieras, pues mi casa es tu casa.
—Tu casa... ¡Dirás tu castillo! Es
impresionante lo que han logrado tus magníficos arquitectos—dijo
echándose a reír de inmediato.
¿Cómo no lo veía Marius? Bianca se
moría por estar a su lado, por comprenderlo y cuidarlo como nadie lo
había hecho asta el momento. Ella quería rescatar al hombre que se
había hundido en su propia tragedia.
Lestat de Lioncourt
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