Avcicus es muestra evidente que un libro siempre es un buen regalo.
Lestat de Lioncourt
—Avicus, te he conseguido algo.
Estaba paseando por los largos pasillos
del castillo de Lestat. La propiedad era inmensa. A lo lejos podía
ver las viñas que ya poseían las uvas casi a punto de ser
recogidas. Sonreí observando el cielo nocturno cargado de estrellas.
Era tan diferente al que se podía ver en las ciudades con enormes
edificios que las opacaban, haciéndolas siluetas borrosas por la
contaminación lumínica y la polución.
—¿Algo?—dije alzando la vista.
Ahí estaba su figura menuda enfundada
en un elegante traje cachemir azul marino con solapas en un tono más
oscuro. Su hermoso cabello estaba recogido discretamente bajo un
sombrero, muy similar a los que usa Benjamín, y le daba aspecto de
pequeño hombrecito.
—Un nuevo libro—respondió
levantando la mano derecha para ofrecerme un ejemplar de bella,
aunque simple, encuadernación en tapas duras de color verde cacería.
—¡Oh! ¡Cuál! ¡Qué
autor!—pregunté tomándolo con evidente emoción.
—Es novel. Apenas está comenzando.
El libro es de aventuras—decía intentando contener su risa fresca
y liviana.
—¿En algún lugar exótico?—decía
abriéndolo mientras cruzábamos un enorme arco para llegar a uno de
los salones donde se podía uno sentar, descansar de los numerosos
bailes y conversaciones, para poder entregarse a la lectura.
—Aventuras en mitad de la ciudad
descubriendo misterios encerrados en viejos edificios—dijo clavando
sus ojos en los míos—. En realidad, en mitad de ciudades
cosmopolitas muy antiguas y destacadas de Europa.
Mi tamaño era mucho mayor que el suyo
y siempre hacíamos una extraña pareja. Mis casi dos metros eran
nada con sus apenas metro sesenta centímetros. Aún así me
fascinaba su rostro y no dudaba en inclinarme para besar sus
mejillas, como en ese momento, para poder agradecerle tan magnífico
detalle. Después di un par de pasos rápidos hasta un sillón y me
repatingué para poder leer.
—Interesante—murmuré comenzando a
leer.
—Ya vas a desvanecerte y olvidarte
del mundo consciente.
—¿Decías?—pregunté alzando la
vista.
—Ah...—elevó las cejas y suspiró.
—Ven, compartamos esto. ¡Es
emocionante! Tenemos que leerlo a medias, por favor—dije golpeando
mis muslos para que se sentase sobre ellos, cosa que hizo
rápidamente.
—Eres como un niño enorme.— No
reprimió en decirlo, pues era evidente. Los libros eran mi regalo
favorito después de sus besos y abrazos.
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