Lestat de Lioncourt
Anoche ocurrió otra vez. Sucedió. De
nuevo él apareció manchado de hollín y sangre. Su mirada mostraba
un vacío inconmensurable, una pena que parecía quebrar todos los
huesos de su cuerpo marmóreo y parecía un niño por como lloraba.
Tenía las manos temblorosas y algo achicharradas, pero le resté
importancia. Igual que resté importancia a su cabello cubierto de
cenizas y su rostro que tenía el estigma de un criminal, de un
asesino, de un maldito belicoso salido del infierno... Abrí mis
brazos y él cayó de rodillas aferrándose a las faldas de mi
vestido. De inmediato puse mis manos sobre su cabeza y empezamos a
llorar ambos en silencio. Ocurrió otra vez como la noche anterior y
las siguientes que vendrán.
No hay descanso, no hay paz, no hay
bondad y tampoco hay malicia. Él comete esos actos con su cuerpo,
pero no es él quien los dicta. No es su mente, no es su alma.
Alguien más usurpa el cuerpo de mi hacedor, del hombre sabio y
bondadoso, de aquel que lo dejó todo, la gloria y el poder, a cambio
de un poco de amor y la redención que este le ofrecía. Siempre fue
una criatura bondadosa, con una mirada intensa cargada de miles de
buenos sentimientos y su sonrisa era dulce. ¿Dónde quedó esa
sonrisa? ¿Dónde sus manos firmes y tiernas? Sólo crimen, crimen y
castigo.
Yo sé que no ha sido él, pero todos
lo señalan y lo temen. Mi guerrero, mi Khayman. Yo le amo, le debo
proteger. Tengo que cuidarlo y salvarlo. ¿Pero qué puedo hacer? Sé
que ese ser anida en mi hermana, pero a ella no la puedo ofrecer. ¿Y
si morimos todos? ¿Qué sucederá? ¿Llegará la paz o comenzará
otra guerra? Tengo tanto miedo...
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