Daniel y Armand tenían que tener su momento lejos del ruido de los demás, ¿no?
Lestat de Lioncourt
Regresaba al consejo, donde estaban
reunidos vampiros de distintas culturas y tan antiguos o más que mi
viejo hacedor. Marius presidía un bando más inquisitivo y
virulento, pues exigía que Rhosh pagara por los crímenes que había
realizado. Lestat siempre era sensible, abogaba por la presunción de
inocencia debido a haber sido manipulado por Amel y sus artimañas, e
imploraba perdón para el fantasma que nos mantenía atados, los unos
con los otros, en una red similar a una tela de araña invisible a
nuestros ojos y para el viejo vampiro cretense, el cual fue creado
por Gregory mucho antes que Marius y su Imperio existieran en este
mundo.
Mascullaba cientos de posibilidades,
recordaba el horror de tiempo atrás cuando Maharet se negó a
aniquilar a Santino y Thorne tomó la justicia por su mano. Un
escalofrío recorrió mi columna vertebral entretanto Benji empezaba
a emitir el comunicado que Lestat me pidió transmitir. El consejo no
estaba lejos, sólo tenía que regresar a la torre y subir por sus
peldaños de metal. Situado hacia la mitad me hallé a Daniel Molloy.
Él estaba allí aferrado al teléfono móvil con la aplicación de
la radio conectada, los audífonos puestos en sus orejas y sus ojos
violetas perdidos en la inmensidad de la intrincada escalera.
Me quedé paralizado por unos segundos.
No lo había visto desde hacía unos meses y desconocía que hacía
aquí, junto al resto, aunque Lestat había pedido que todos se
reunieran en la corte, por protección y necesidad. Estaban Rose y
Viktor en una sala del castillo, conversando con otros neófitos
sobre su viaje por el mundo, y él estaba allí. Podía estar con el
resto, pero había decidido dejar los salones abarrotados para
aferrarse al hilo de esperanza que incluso los fantasmas y espíritus,
representados en la sala bajo la orden de Talamasca y la presencia de
Gremt como del hacedor de Marius.
Llevaba un suéter de cuello de
tortuga, unos pantalones jeans algo desgastados en el bajo y unos
zapatos muy simples. No era una vestimenta muy idílica, pero sí le
simbolizaba a él. Siempre fue despistado, algo andrajoso a la hora
de vestir, y podría decirse que no apreciaba las ropas caras que yo
a veces le ofrecía. Tenía el pelo revuelto y un par de mechones
rubios caían sobre su frente. Sus ojos violetas eran muy expresivos,
pero ahora sólo mostraban temor.
—Otra crisis—dijo al fin quitándose
los auriculares y poniéndose en pie.
—Sí, eso me temo—respondí
apoyándome en uno de los muros. Intentaba no mirarlo directamente a
la cara. Desde hacía un tiempo sentía ciertas emociones encontradas
que no sabía como manejar adecuadamente.
—¿Necesitas algo?—preguntó—. Ya
sabes que puedes contar conmigo.
—Contigo...—murmuré como si fuese
una ilusión, como si eso no estuviese pasando o fuese sólo un
hermoso sueño que una vez tuve y no recordaba hasta el momento.
Cerré los ojos, agaché la cabeza y reprimí las lágrimas.
Necesitaba tantas cosas, tantas. No era
capaz de pedir nada a otros porque siempre me desilusionaban. Marius
había recobrado la energía de otras épocas y parecía decidido a
gobernar ayudando a Lestat, aunque a veces este se revelaba ya que se
sentía una marioneta. Si bien, no había acercamiento suyo de ningún
tipo y cuando lo había era para hacernos daño. Antoine se había
ido unos meses con Notker, pues quería aprender más sobre la música
que este realizaba y ofrecer mejores composiciones a toda la tribu.
Sybelle decidió acompañarlo. Benjamín tenía la radio, su radio, y
una fama incontrolable que iba a más con cada emisión. Y yo sólo
tenía mi televisión, mis series de culto, mis juegos de realidad
virtual y poco más. Me centraba en los libros, en el teatro, en la
teconología y en los avances que iba ofreciendo el dúo médico de
Fareed y Seth a todos nosotros. A eso me dedicaba. Porque hasta Louis
había corrido a los brazos de Lestat. Eleni me apoyaba, me
aconsejaba, me escuchaba... ¿pero me era suficiente? No. Nunca lo
fue. Además me sentía culpable cuando la veía. Había hecho que su
vida, los primeros años de esta, fuese miserable.
—Armand...—su voz parecía lejana,
así como su presencia, pero rápidamente pude sentir su cálido
abrazo.
Me dejé abrazar en mitad de la torre
esperando que su amor me reconfortara, aunque este sólo fuese fruto
de una necesidad mutua de sabernos unidos ante la adversidad.
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