Dos milenarios peleando como chiquillos... ¡Lo de siempre!
Lestat de Lioncourt
—Sólo te importa el dinero, los
malditos lujos que puedes adquirir con ellos, y el estatus que te
otorga ser el líder de una gran empresa. Lo demás, no. ¿No es un
tanto vacío?—preguntó.
Terminaba de mezclar las cartas con el
estilo de un crupier, para luego extenderlas sobre la mesa redonda de
caoba que había en la sala. Me encontraba cómodamente sentado hasta
que llegó él perturbando mi conciencia con esa pregunta tan hostil.
Sabía que me había metido en su vida al cuestionar su amor hacia
Armand hace apenas unos días, pero ¿tenía que cuestionar mi forma
de vivir? No la de amar, sino la de vivir. Además, lo había hecho
de forma meramente objetiva al ver los llantos del muchacho ante sus
contestaciones poco acertadas. No fue algo que pretendía ofenderle,
sino una apreciación.
—He vivido mucho tiempo y me gusta
vivir cómodamente—respondí encogiéndome de hombros—. Amo
aparentar ser humano, que mis empleados me crean un buen líder y que
nadie me cuestione en qué malgasto mi fortuna—. Alcé mis ojos
oscuros y me crucé con los suyos. Eran tan azules como el cielo,
pero tenía un punto de frialdad que me provocaba cierta aprensión.
Estaba claro que él era mucho más joven que yo, que no debía temer
sus impertinencias, pero a la vez era ese ímpetu que veía en
Lestat, que amaba en él, y veía reflejado también en Marius. No
quería discutir, la verdad es que no era el momento ni el lugar.—
Más bien, en qué la invierto.
—Prefiero vivir de formas más
sencillas—respondió.
—Oh, ¿bromeas?
Tuve que reírme mientras intentaba
resolver el solitario. Las cartas eran hermosas, pero me parecían
muy sencillas. Prefería seguir pensando que podía mejorar ese
juego, aunque no sabía como. Nuevas reglas, nuevo aspecto... ¡Quién
sabe! Yo también soy algo creativo.
—No, no bromeo.
—Marius, no seas hipócrita—dije
lanzando una mirada severa—. He visto donde vives, también donde
descansas en las distintas sedes, y puedo asegurarte que amas tanto
el lujo como yo lo amo. Tal vez no haces gala de tanta ostentación,
pero tienes que entender que yo provengo de una tierra donde el oro
era algo común.
Sin lugar a dudas el oro fue el metal
más valorado por mi pueblo y yo seguía haciendo alarde de él, pero
ya no sólo en pequeñas decoraciones. Llevaba un rolex de oro, un
anillo también de dicho material y a veces usaba cadenas que poseían
colgantes que emulaban los viejos símbolos de poder del legado de mi
pueblo, mis raíces, mi verdad y mi historia.
—El oro, las piedras preciosas y todo
el dinero del mundo no pueden comprar experiencias que se tienen bajo
el auspicio de la futilidad en esta vida—reprochó.
—Hablas de la tacañería—dije
alzando la ceja derecha.
—¡Ah, no! ¡Diablos! ¡Hablo de
sensaciones que no se pueden conseguir con dinero!— Vociferó al
fin. Se estaba indignando.
—Yo las vivo sin y con dinero. ¿Qué
hay de malo o deshonesto por mi parte?
—Olvídalo—contestó frunciendo el
ceño.
—Te gusta sentir la miseria del
artista, el hedor de los orines en los callejones, el perfume del
sudor de aquellos que han corrido mil vidas en una sola y la
sensación de no tener un lugar donde ocultarte ante los ojos de
aquellos que te juzgan. Si bien, luego regresas a tu hogar, a esa
poltrona de oro que posees en tu palacio de mármol, te sientas con
tus mejores ropas, con las sandalias más cómodas que posees, y con
el cabello perfumado a contemplar tu basta obra de enormes murales
llenos de la magnificencia que da el ser un pintor vampírico. No me
seas ruin, Marius. No faltes a tu honor con pequeñas mentiras
tejidas alrededor del deseo de parecer bueno. Tú, como yo y como
todos, amamos los lujos que hemos logrado sabiendo invertir y
negociar.
Se había quedado allí de pie mientras
me veía mover mis manos lentamente sobre las cartas, echándole un
vistazo de vez en vez entretanto hablaba, y cuando acabé, supongo
que por respeto, hizo un ademán para marcharse como despedida. Él
había perdido, pero no iba a decirlo a viva voz. Tendría que meter
su lengua en la boca y tomar el silencio como respuesta.
—Buenas noches, Gregory.
—Buenas noches, Marius—dije
quedándome a solas de nuevo con mi baraja.
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