Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 21 de marzo de 2008

Dos palabras



FantArt de deviantart

Dos Palabras

Me llamo Isander tengo veintiséis años y esta es la historia de parte de mi vida. Comenzó todo en un día cualquiera en medio de una lluvia inesperada. Había ido a trabajar al centro de estudios, allí soy profesor y me dedico en cuerpo y alma a lo que hago. Me levanto temprano, tomo un buen desayuno y salgo a correr durante una hora, después me ducho y relajo mi mente para afrontarme a esos malditos diablos. Si vieran en que se ha convertido la juventud de hoy en día me darían la razón. Se sientan en los pasillos después de haber tocado el timbre, conversan sobre sexo ante cualquiera y se gritan para pedir un simple favor. Es la generación sin escrúpulos, sin pudor y sin inteligencia. Las notas caen estrepitosamente y cada vez hay más analfabetismo aunque la escuela es obligatoria hasta una cierta edad.

Llevo cuatro años dando clases en el mismo lugar y a los mismos cursos. Mi materia a veces no es bien recibida, y eso me hace sentirme inferior a mis compañeros. Soy el profesor de religión y ejerzo de sacerdote en una capilla cercana. Ellos me tratan como un estúpido insecto que cree un montón de palabras juntas, la verdad es que en realidad tan sólo tomo como correctas las palabras de Jesús y los mandatos divinos. Lo que diga un supuesto santo, un argumento que no ha sido rebatido y explicado por el vaticano o ciertos puntos inútiles de la Biblia no lo sigo.

Soy en realidad la oveja negra del rebaño, pero no importa si así puede llegar la palabra de Jesús a los más jóvenes. Mi aspecto no es el habitual, lo comprendo y tampoco mi forma de pensar. Llevo el pelo largo recogido en una coleta, tan oscuro que a veces se confunde con las camisas oscuras que suelo usar. No uso los alzacuellos, me parece algo insignificante. Mi aspecto es el de un joven común y corriente, muy distinto a la severidad de mis compañeros. Soy moderno y busco lo útil, lo que puede servir. Creo que no es común que alguien atemorice a los niños con la ira de Dios. Sin duda Dios es amor, no odio y en estas generaciones estamos implantando separatismos absurdos y un miedo a lo diferente.

Comento esto porque os pueden enfocar en la historia, en lo que realmente sucede en mi cabeza y en mi alma. Cuando entré al trabajo en este lugar me dije a mi mismo que comenzaría una vida nueva, sin sobresaltos absurdos y con una paga merecida por mis servicios a la comunidad. Mi doctrina se hacía pesada, comencé a influir en los más jóvenes del instituto con juegos y preguntas necesarias. Intento que se les haga atractiva la materia, que conozcan la verdad y que luego tomen el camino que quieran. Si observamos las palabras de Jesús son lecciones básicas de moral, de igualdad y de una democracia extrema. En realidad sus palabras son necesarias para todos, sean de la religión que sean.

Empecé a conversar con los muchachos y con los profesores, cada cual me daba una visión nueva en la que trabajar. No me vale tener una única visión de los problemas cotidianos, cuantos más mejor. Quiero tener un calidoscopio de ideas, agitarlo y encontrar una solución y al instante tener otra quizás mejor o más hermosa. Deseo desarrollar lo que yo llamo doctrina católica en un ambiente más distendido, menos polvoriento y alejado.

Solía y suelo hacer entrevistas a mis alumnos, especializadas, para saber cuales son sus metas y cuales son sus fallos junto a sus virtudes. La primera que hice fue a un muchacho, tenía fama de homosexual y era bastante rebelde. No era el típico apaleado pro ser de una minoría, más bien sacaba lo malo de lo bueno. Este joven hacía picadillos a otros con su lengua afilada y con sus nudillos. El instituto entero le respetaba y muchas chicas solían estar fastidiadas porque él amaba el cuerpo y el alma de otros hombres. Sus cabellos oscuros, su mirada perfilada en una malicia inminente y sus labios gruesos me hicieron sentir algo que debía apartar de mi vista. Me imaginé a Jesús apartando el cáliz de sus labios, y tomando lo que su padre le preparaba. Tenía catorce años y aparentaba algunos más. Me sentí un criminal, un desgraciado y un desdichado al fijarme en su aspecto. Intenté ayudarlo durante mucho tiempo, incluso tuvo que repetir un curso. Este año será su último curso, ya tiene diecisiete años casi dieciocho.

Aquí comienza mi historia, el inicio de mi nueva vida. Él entró en mi despacho como de costumbre, solía hacerlo porque era obligatorio y además de dar clases ahora intentaba ayudar como psicólogo. Tenía dos carreras y eso me hacía ser un profesor bien cualificado y alertado con lo que pudiera surgir en las clases.

-Jesús, toma asiento.-dije ordenando mis papeles y apagando la pantalla del ordenador. Normalmente vagaba por la red cuando no tenía clases, buscaba información sobre las culturas urbanas asentadas en el centro y sobre los gustos musicales que más impactaban a los adolescentes. Necesitaba averiguar qué era lo que le atraía a cada uno, qué problemas podía haber detrás de esto y atacar en la raíz solucionándolo.

-¿Qué pasa?-preguntó recostándose en el asiento.

-Quiero que me expliques cómo te va en este curso.-pregunté acomodándome mis gafas.

-Pues bueno, no mucho. Ya sabe acabamos de empezar y los primeros días no hago nada.-respondió echándose hacia atrás los cabellos. Sus ojos azules se clavaron en mí y sonrió.-Me gusta más relajarme para luego dar el impulso.-comentó sacando un cigarrillo.-¿Puedo?-dijo encendiéndolo sin más.

-Debes estudiar desde el día cero, luego se te hará todo muy pesado.-argumenté extendiéndole el cenicero.

-Padre si estudio ahora el chico con el que salgo me va a dar largas.-musitó dándole una calada.

-No deberías salir con chicos todos los días, sino los fines de semana y estudiar para sacar el curso.-me molestaba que hablara de sus parejas como si nada, me frustraba y no entendía bien porqué.

-Vamos padre seguro que con mi edad hacía lo mismo.-echó una larga calada y tiró las cenizas al suelo.

-Te he dado un cenicero para algo.-comenté algo molesto, pues jamás tenía en consideración las normas ni nada que se le dijera.

-No me di cuenta.-respondió con una sonrisa burlona volviendo a tirar las cenizas al suelo.

En ese instante me levanté, caminé hasta y él y le abofeteé. Sé que me excedí pero no podía más, su chulería innata y su poca educación me demolían.

-Padre.-susurró con ironía.-¿Ahora debo poner la otra mejilla?-preguntó alzándose del asiento para mirarme desafiante.-¿O debo devolvérsela?-dijo afilando la mirada con un aire de prepotencia y de orgullo herido que me asfixió las palabras que tenía pensadas para responder.

-Idiota, así no vas a llegar a nada en esta vida. Desprecias todo, incluso tu futuro.-comenté cuando logré decirle algo. Su expresión no cambió.-Deja de reírte.-me enfurecí.

-Ningún marica que no se acepte me va a dar a mí lecciones de honestidad.-respondió haciéndome quedar como un inútil, no sabía que responder.-Sé todo padre, sé que soy un premio goloso.-susurró agarrándome por la cintura como si nada.

-Basta.-mascullé apartándolo de mí.

-¿Basta?-preguntó posando su mano en mi entrepierna. Comenzó a acariciar el pantalón y yo me dejé, hacía mucho tiempo que pensaba en todo esto.

-No inicies algo que no eres capaz de hacer.-le agarré por la muñeca y le aparté.

-¿A no?-susurró liberándose de mi agarre para arrodillarse y comenzar a lamer mi entrepierna por encima de la ropa.

-Levántate.-dije como súplica.

-Está dura, la quiero. Me gustas, me gusta tu forma de ser tan considerada y espero verte igual con mis nalgas.-comentó riendo.-Dame la llave del despacho, vamos a cerrarlo.-no se la di, pero él la tomó de mi bolsillo. Se levantó y cerró con llave, luego bajó las persianas y las cortinas.

-Estás loco, soy un cura.-comenté incrédulo.

-Y yo María Magdalena.-rió un instante y encendió la luz de mi despacho.-Así la veré endurecerse, siéntate en la mesa vamos a jugar.-dijo arrojándome sobre el escritorio.

-Para.-murmuré mientras veía como bajaba mi cremallera sacando mi sexo palpitante y necesitado de caricias.

-No quieres eso.-contestó comenzando a lamer mi miembro desde la base hasta la punta, ahí comenzó con movimientos circulares mientras sus dedos jugaban con mis testículos. Yo terminé por agarrarle de los cabellos con firmeza y tomar mi miembro con mi mano para acariciar sus labios.-Ves como si querías.-dijo sonriente.

-Veamos que tan bueno eres.-susurré aceptando que no se iba a ir si no le daba un poco de sexo, sin embargo yo lo deseaba más que él.

-El mejor.-comentó comenzando a felarme y yo jamás había sentido tan bien mi miembro. Sus labios se deslizaban por toda su longitud, la humedad y el calor de su boca me desquiciaban y más aún aquellas manos sobre mis testículos.-Ahora, haz tu algo.-dijo pasado un rato bajándose los pantalones.-Acomódame primero como creas y métemela bien duro.

Se había puesto apoyado sobre la mesa, con sus pantalones de cuero por los tobillos y yo observé aquellas nalgas. Era como imaginaba en sueños, duras y suaves sin bello alguno. Más bien no tenía bello en ninguna zona del cuerpo, por lo que podía recorrerlo con mis labios si así deseaba. Me incliné y comencé a besar suavemente su trasero, también entre la raja de separación de sus nalgas, para terminar lamiendo con voracidad la zona.

-Lo haces bien.-gimió mientras le agarraba de su miembro y comenzaba a masturbarlo.

-Jamás he estado con nadie, solo con una mujer y no fue muy grata la experiencia.-comenté moviendo los dedos de mi mano derecha sobre mi virilidad, mi otra mano aún lo sujetaba y mi lengua no dejaba su entrada.

-Pues eres muy bueno.-susurró abriendo bien sus nalgas.

-Creo que ya es hora.-me posicioné a su altura y me sumergí en él.

-Dios.-gimió.

-No, no soy dios, pero puedo serlo.-dije besando su nuca deslizando mi mano desde su miembro a sus caderas. Comencé a atraerlo hacia mí con fuerza, quería que entrara por completo desde el inicio. Sus jadeos y gemidos me enloquecían. Mis dedos terminaron por buscar sus pezones, bajo su camiseta, pellizcándolos sin piedad.

-Dame duro.-susurró mordiéndose los labios.

-Esto es solo el principio, mi hermosa Magdalena.-bromeé azotándolo para provocarle mayor placer.

-Tratame como quieras.-dijo totalmente en celo.

-Sí.-cerré los ojos y me desquicié, poco después él eyaculó y yo lo aparté de mí para tirar de sus cabellos dejándolo de rodillas.-Lame.-musité.

-Sí.-asintió jadeante con una posición erótica. Tomó entre sus hábiles labios mi sexo y acabó con toda la esencia que liberé momentos más tarde.

-¿Qué hice?-me di cuenta de todo aquello y me eché a llorar.

-¿Qué hiciste? Darme el mejor polvo de mi vida.-comentó abrazándome.-Ya nos veremos.-ya se había vestido y me besó rozando mis labios para abrir la puerta y marcharse.

Yo simplemente remangué las persianas y me subí los pantalones. Me quedé pensativo y sopesé lo que había ocurrido. No podía creerlo, me era imposible de aceptarlo y sin embargo aún podía notar el calor de sus entrañas en mi entrepierna. Quedé recostado en la mesa del escritorio pensativo y me despertó Maite, encargada de la jefatura de estudios.

-Isander, tienes clases y no has ido.-comentó observándome desde la puerta.

-Lo lamento.-mi rostro creo que lo decía todo, no estaba consciente para dar clases a nadie.

-Te veo fatigado, si lo deseas tan sólo quedan dos horas para finalizar y tan sólo una hora de clases para ti, así que podrías irte.-dijo aproximándose a la mesa para tomarme del rostro.-En serio, te veo mal.-masculló palpando mi frente.

Maite era alguien familiar, tenía cincuenta años y aparentaba algunos menos. Sus tacones finos, sus piernas envidiables y su estilismo cuidado junto a un peinado moderno le daban un aspecto fresco y serio. Era severa con quien debía serlo, sin embargo en la mayoría de las ocasiones era jovial. Conmigo siempre se portó como lo hacen las madres, y esa ocasión no iba a ser menos.

-Creo que tienes razón, me voy a marchar.-dije apartándome de ella para observar su mirada apagada.

Ese día no pude dormir, pasaban mil pensamientos en mi cabeza. Desde que él me amaba y me lo había demostrado con sus actos, que yo le atraía hasta que era una simple burla. Sin embargo, jamás he sido pesimista y comencé a ilusionarme. Busqué por los cajones de mi habitación frases estúpidas, poemas que una vez hice a su belleza y una pequeña historia que inventé sobre ambos. Así pasaba mis ratos de ocio cuando nadie me veía, mientras bebía como un poseso y lloraba por ser tan idiota. La ingenuidad de mi primer amor real, palpable, me enajenó. Quise llamar a mi mejor amigo, sin embargo él iba a decir que por mi edad y posición debía poner los pies en la tierra. Yo no quería dejar de ilusionarme, de vivir el momento suave y mágico. No, definitivamente no. Yo me merecía soñar.

A la mañana siguiente volví a pedir que habláramos en mi despacho, cerré la puerta y sonreí como un quinceañero. Había perdido la cabeza y él me miraba hierático, como si nada. Dudé de mi mismo, de si eso había sido una fantasía más, pero después vi mis marcas en su cuello y supe que no era así.

-¿Qué tal todo?-pregunté con la voz tomada por los nervios.

-Bien, hoy he hecho mi primer examen y creo que voy mejor que el año pasado. Como ya te he dicho lo tengo todo bajo control.-se echó hacia atrás en la silla y yo me moría por subirme sobre él. Había olvidado que era un cura, que tenía votos y que estaba quebrantando mi fe y mi moral.

-Lo de ayer fue fabuloso.-me sonrojé como un inútil, se puede decir que fue mi primera vez y él me había dado todo. Me mostró otro mundo y me aferré a él, aunque era un espejismo.

-Me alegro que le gustara, le veía necesitado y le di un capricho.-prendió un cigarrillo frente a mí, el contacto de aquello labios con el papel me prendieron. Me imaginé su boca rodando por mi sexo para que en mi garganta se formara placenteros gemidos. Mis manos temblaron, yo mismo temblé por completo.

-Seguro que sería más que eso, pero no lo deseas admitir como yo.-susurré con una tonta sonrisa.

-No, solo sexo.-sus palabras me destrozaron, quise echarme a llorar allí mismo y rogarle. Sin embargo me contuve.

-Pensé que podría haber algo más.-dije con tristeza.-Siempre me equivoco.-admití mi derrota guardando, bajo las notas de clases, los poemas que deseaba entregarle.

-¿Quieres otro?-preguntó soltando el humo de una buena calada.-Lo supe en cuanto cerraste la puerta con pestillo.-rió irónicamente alzándose de la silla para apagar el cigarrillo en el cenicero.-Bájate la bragueta, te voy a hacer una buena chupada.-murmuró arrodillándose ante mí.-Pero esto no lo hago gratis, sé que tienes influencia con los profesores y quiero que les hables bien de mí.-comentó sacándola con facilidad de su prisión, liberándola.-¿Lo harás?-preguntó mirándome a lo ojos mientras lamía ansiosamente mi virilidad.

-Yo.-dije, para hacer un inciso e ir echando mis principios a la basura.-Lo haré.-quería sentirle mío.-Pero antes bésame, quiero saber que se siente al ser besado por el pecado.-mis manos le agarraron del rostro alzándolo, lo coloqué sobre mi pecho y lo besé con contundencia bajando mis garras hasta sus nalgas. Su trasero era prieto, perfecto, como ya dije.

-Te he dicho ayudarte a aliviar tus penas, no a que me las des con tus babas.-se apartó y comenzó su misión entre mis piernas. Quise llorar, me venían a mi mente imágenes de Jesús pidiendo ser justos y fuertes; sin embargo, yo era más rastrero y más perdido que el mismo Judas.

-Te amo.-susurré apretando su cabeza hacia mí.-Te amo como no puedes imaginar, como no podrás ser amado nunca más.-mi miembro se erectaba por segundos, él lo lamía con maestría y yo enloquecía.-Desearía que fueses mío, para mí.-olvidaba el porqué él me ayudaba, yo tenía que hacerlo con mis compañeros. Durante más de diez minutos estuvo degustando mi miembro, mi escroto, mi vientre levantando la camisa y mi cuello. Cuando me vertí lo tragó y después se relamió los labios observándome.

-Me hace gracia tus palabras, dices que me amas.-rió.-A mi ni me gustas, pero tienes un buen rabo y me vas a ayudar. Ya sabes lo que dicen, todos tenemos una María Magdalena dentro.-susurró mordiéndome el cuello para levantarse y marcharse a la puerta. Quitó el seguro y se fue.

Yo simplemente me subí la cremallera y abrí la ventana. Desde mi posición lo vi mascando chicle y después abrazar a un chico. Se montaron en una moto y se perdieron de mi vista. No podía pedir nada, no tenía derecho. Fui a clases, las que me quedaban, y me marché a casa a llorar. Me contuve cuatro horas sin hacerlo, después me duché y volví a tirarme a la cama a seguir sufriendo.

Durante semanas lo citaba y no venía. Yo hice mi cometido, sin embargo él estaba más centrado en sus estudios y en su pareja. Realmente era más formal, pero le gustaba joderme a cada rato. Incluso alardeaba de chico en mis narices.

Terminé por abandonar los hábitos, en pocas semanas. Ya no era el mismo, no quería seguir siendo párroco y pedí que me disculparan. Permanecí en mis puestos de empleo, de todas formas era bueno desempeñando el cargo. Habían pasado dos meses desde nuestro último encuentro y él seguía esquivándome. Sin embargo, un día vino sin que yo lo pidiera.

-He oído que ya no eres cura.-comentó con una sonrisa.-Ahora ya no tienes ese morbo.-murmuró sentándose en mis rodillas.-Lastima.-susurró en mis oídos y volvió a marcharse. No fui capaz de decir nada, quería disfrutar de ese minuto y fue tan sólo unos segundos. Sabía que si montaba algún escándalo yo iba de patitas a la calle, incluso tendría problemas con mis antiguos superiores.

Jugaba conmigo a dejarme notitas desde esa vez. Me pedía quedar, me daba números falsos y lo peor de todo es que yo llamaba esperanzado. Al final terminé por la opción más cobarde. Había perdido mi fe, mis hábitos, mi cordura y pronto mi empleo porque no había aprobado todo aquel primer trimestre como él pensaba. Así que abrí el balcón de mi piso, un séptimo, y me lancé al vacío.

Esa es la historia de mi vida, pero ahí no acaba. Sobreviví milagrosamente y ahora estoy en coma. No hablo, no me muevo, no puedo ver…tan sólo escuchar. Sé que él ha venido hoy y ha llorado, me ha abrazado y me ha pedido perdón. Al fin hoy he escuchado las palabras que tanto había anhelado… “te amo”





Dedicado a mi pareja, por ser como es y porque me aguanta.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt