Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 10 de enero de 2009

Dark City - Demonios Internos (capítulo 3)

Atsushi Sakurai... mi modelo físico y de nombre para mi personaje. No soy el primero que lo toma como referencia.




Demonios Internos

Me pasé varios meses retorciéndome en los celos hasta que lo aislé de sus amigos prácticamente, le hice creer que yo era el único que podía hacerle sentir feliz y que era lo único que tenía. En realidad no me tenía, no me poseía, pero yo a él sí. Se entregó a mí con toda su pasión y necesidad, lo envolví en quebrantos y le hacía caer en depresiones continuas. Con ese tira y afloja pasó prácticamente un año desde que comenzamos. Le hice mil promesas aunque no sentía nada, promesas de dejar a mi mujer que hacía que se abriera mejor de piernas.

-Atsu.-me acariciaba tras el sexo besando mi cuello, sintiéndose estúpidamente amado.-Atsu ¿dices de verdad que te vas a quedar conmigo?-alzó su rostro algo coloreado por el esfuerzo del sexo y también por esos sentimientos que albergaba.-Es mi sueño, ahora nuestro sueño.-besó mi cuello y yo prendí un cigarrillo.

-Ya te lo he dicho.-respondí.-Sólo si esto va funcionando.-di una buena calada y dejé ir el humo.

-No me gustas que fumes, podrías dejarlo por mí.-lo miré de forma dura y él acarició mi rostro.-No he dicho nada mi amor, no he dicho nada.-sonrió besando mi torso para dejarse caer. Sus cabellos teñidos de rubio rozaban mi piel, aún estábamos algo empapados en sudor y él no paraba de sonreír.

-Me debo de ir.-dije incorporándome para levantarme dejándolo a un lado.

-No, dijiste que quizás te quedabas hoy toda la noche. No me gusta que me hagas el amor y luego te marches.-besé sus labios para callarle, no porque lo deseaba.

-Otro día.-él asintió y se recostó en la cama complacido con nuevas promesas.

Cuando conducía camino a casa terminé desviándome a un parque. Allí me quedé con mi coche blindado para ir protegido de cristales tintados, un coche poco común, y con la mirada perdida. Me pregunté si era humano hacerle creer ese tipo de cosas, también si era ético que dañara a mi esposa con engaños. La mayor de mis cuestiones, la fundamental, es si valía la pena. Puse en una balanza el amor de mi familia, la estabilidad y el orgullo de ser padre. En el otro extremo de aquel peso coloqué la satisfacción del sexo, la necesidad de tocar su piel y cómo no la lujuria que me hacía sentir en cada instante al recordarlo. Entonces en ese instante y no en otro me di cuenta de lo que significaba para mí. Quería oír sus gemidos, sus palabras tiernas, sentir sus manos acariciando mi rostro y sus brazos rodeando mi cuello. Deseaba su compañía y el amor se basa en eso, en ese deseo. Terminé golpeando el volante y creo que me maldije una y otra vez.

Había comenzado a amar a ese hombre, a un hombre, cuando mi juego era únicamente hacerle creer que me tenía para meterme entre sus piernas. Yo había sucumbido a su juego de caricias y palabras de amor, yo que juraba aún que lo que sucedía en mi matrimonio era un bache.

Encendí la calefacción y miré las luces de Navidad, era la época y pronto tendría que elegir con quién pasarla. Quería ver a Hizaki y su rostro de felicidad cuando viera la batería que le tenía preparada, mi mujer me mataría pero era algo que deseaba él y yo también. Cuando joven tenía un grupo, jamás me olvidé de los buenos tiempos que pasé con los chicos y como maduré junto a ellos.

Esa noche di vueltas por la ciudad, no quería estar entre las cuatro paredes de ese enorme piso en el centro. Era enorme porque ocupábamos varias plantas de un edificio antiguo. Sin embargo tras varias horas regresé y entré en el aparcamiento que teníamos en la planta subterránea. El edificio lo había reconstruido prácticamente, mi mujer podría decir misa pero era mi casa y no la suya. Entré y me senté en el sofá con la mirada perdida, llevaba un cigarrillo en mi mano y un mechero. Era el último que me quedaba de mi marca favorita, hasta pasado dos días no me traían en nuevo pedido y me vería fumándome marcas que no me agradaban. Me recosté en el sofá y comencé a fumar, el humo fue llenando la habitación, mis cabellos caían sobre mi frente y cerré los ojos un momento.

-Cariño ¿dónde has estado?-al oír aquello salí de mi mundo interno, de mis cávalas.

-Clarissa.-me incorporé apagando el cigarro.

-¿Se puede saber dónde has estado? He estado preocupada, creí que sólo saldrías unas horas y te has presentado en casa a las cinco.-estaba nerviosa, se notaba en su voz a pesar de mostrarse como un témpano. Siempre tan perfectamente arreglada incluso para dormir. Esa perfección es lo que mataba el amor que podía sentir por ella, no era alguien real, alguien que pudiera decir que era mío y podía desbocarse. Su salvajismo, su energía, se quedó poco después de traer al mundo a Hizaki.

-No podía dormir, tenía que pensar. Es demasiado estresante todo lo que estoy viviendo, entiéndeme.-ella se sentó a mi lado y tomó una de mis manos entre las suyas, después me besó en el cuello.

-No estoy embarazada, fue un retraso.-aquello me hizo sentir aliviado.-Ya van varios, creo que no vamos a poder ser padres y hoy mismo me hice poner un diu.-aquello no me lo esperaba.-No quiero ilusionarme más.-

-Tenemos dos hijos, podemos adoptar en un futuro.-dije con una sonrisa intentando tranquilizarla.

-No quiero adoptar, quiero uno de los dos.-dejó mi mano y se levantó.-Me voy a la cama, ven pronto.-asentí y me recosté en el sofá otra vez, pasados unos minutos fui donde estaba ella y me acosté desnudo en la cama.

La noche, bueno lo que quedaba de ella, fue eterna. Di gracias que al día siguiente no tuviera ningún acto público, no me moví del colchón hasta pasadas las cinco de la tarde. Hizaki me despertó correteando detrás de Hero por haberle sustraído algo de su habitación. Sonreí observando desde la puerta como se arrojaban al suelo y se peleaban haciéndose cosquillas, el pequeño cedió y le dio un libro, quizás una agenda, e Hizaki se marchó victorioso. Me recordó a mi hermano, aún vivía en Japón y dirigía mis negocios junto a los suyos.

Ahora se acababa de casar, su mujer quería tener hijos y yo solía hablar con él cada día. Sin embargo le detectaron cáncer como a mi madre hacía un tiempo, estaba en el hospital y quizás tendría que viajar a Tokio, donde vivía, para ver como se iba igual que mi madre. Mi hermano mayor, aquel que me libró de tantos golpes e insultos de mi padre. Quería tener los mejores hijos, los más eficientes y estudiosos, cuando él era el peor de los padres. Simplemente esperaba que no sucediera como con mi madre, que sobreviviera, y si moría me había hecho prometer que jamás lloraría sino que alcanzaría cada meta que yo deseara.

Mi hijo Hizaki se llama de esa forma porque él dijo que le quedaría bien el nombre, el segundo se llamó como él y cuando los veo a ambos discutir es como si nos viera a ambos. Recuerdo aún cuando éramos niños y corría por la casa medio desnudo tras él. Nos creíamos samuráis y teníamos unas katanas sin afilar que blandíamos con toda la porte de nuestra aristocracia. Sí, provengo de ese legado. Mi familia es de las más antiguas de Japón y siempre fue digna, es decir no se manchó las manos tras la caída de los samuráis. Hemos sido terratenientes, grandes comerciantes, generales y grandes escritores. Mi familia era competitiva y había otra en la zona que siempre estaba discutiendo con nosotros, día tras día, noche tras noche y así durante siglos. Por ello quería volver a Japón, pero mi mujer me anclaba más a sus raíces y mi hermano iba a extinguirse sin poder volver a discutir como cuando éramos críos.

-Atsu ¿has dormido?-preguntó acariciando mi rostro y eso me sacó de mis pensamientos una vez más.

-No mucho.-tomé una de sus manos y la besé.

-¿Es por lo del bebé?-preguntó insegura.-Sé que amas tener hijos, pero ya no puedo dártelos.-me abrazó confusa y yo acaricié sus cabellos.

-Es por mi hermano.-agregué.

-Ese estúpido engreído, no sé como le soporto.-en realidad no era engreído, sin embargo él odiaba a mi mujer y el odio era mutuo. Él la odiaba porque nos separó, separó a nuestra familia y me hizo quedarme lejos del lugar donde debía estar.

-No debí haber dicho nada.-resoplé.

-Lo siento, es tu hermano pero no lo aguanto. Su forma de ser conmigo es horrible.-besé su mejilla y me levanté.-¿Te has enfadado?

-Se va a morir y tú sólo lo insultas.-no dijo nada, el silencio habló por ella.-Voy a dar una vuelta, luego a la oficina y vendré en la tarde.-ella siguió callada y se levantó de la cama para besar mis labios acariciando mi rostro.

-Mi amor, ya sé que te estás echando en los hombros otra culpa. No es tu culpa de que tu madre tenga cáncer y tu hermano también, tú no tienes y sé que fumas sólo para que aparezca.-iba a dejar de fumar algún día.

-Clarissa.-iba a decir algo pero lo maté en mis labios.-Nada.-besé su frente y me fui a la ducha tras preparar mi ropa con rapidez.

La ducha me sentó bien, el agua sobre mi rostro me dio sensación de libertad. Abrí los brazos y dejé que el agua liberara mis pensamientos. Al abrir los ojos palpé los azulejos y sonreí al notar su frescor. Estaba vivo y no iba a dejar que muriera mi espíritu. Me lo habían arrebatado todo, todo por creer que era la única persona que podía amar y que por ello debía de abandonar cosas que para mí eran importantes. Hice todo para que ella fuera feliz, nada para ser yo feliz. Mis hijos me hacían felices, daba gracias por ello, mas eso no era todo. Yo quería algo más, algo que pudiera palpar cada mañana y decir que me enorgullecía a cada instante. Era joven, quería sentirme joven. Últimamente era un viejo cascarrabias que empezaba a notar la edad a sus espaldas. No quería una mochila llena de recuerdos, quería olvidar algunos y llenarla de nuevo con nuevas energías.

-Papá desaloja el baño que Hero ya gorronea el mío y mamá se ha hecho del otro.-me enjaboné de forma rápida.-Vamos papá que mi vejiga ya no puede más.-golpeó la puerta con voz quejumbrosa.

-No seas debilucho, aguanta como un hombre.-dije riendo mientras me lo imaginaba agonizando por ir al encuentro del inodoro. Salí con la toalla por la cintura y lo miré.-Ya lo tienes, pero tengo que afeitarme así que sé rápido.

-Tengo que ducharme también.-antes que gruñera ya se había encerrado.-¡Ahora es mío! ¡Mío!-había echado el pestillo.

-¡Serás egoísta!-empezábamos a actuar como críos, de él era normal al tener diecisiete pero de mí se esperaba otros actos más adecuados a mi edad.

-Atsushi.-era la voz de mi mujer mirándome con seriedad.-Deja de comportarte así, ¿qué pensarían tus votantes si te vieran de ese modo?-después bajó por las escaleras y yo me quedé pensativo.

-Pensarían que estoy casado con la funeraria.-murmuré y ella alzó el rostro.

-¿Decías?-preguntó segura de que había escuchado algo.

-Nada, no dije nada.-respondí con una de mis características sonrisas y ella esbozó otra terminando de llegar a la primera planta.

El día fue agitado y llegué cansado a casa. Pero antes de terminar entrando en mi habitación con mi mujer me conecté al correo. Phoenix estaba conectado y comenzamos a conversar como muchas de nuestras noches. Me prendió la cam y se mostró con los cabellos alborotados y un pijama azul con pequeñas nubes de estampado decorativo. Su nick era interesante e intenso “Primero fue tenerte junto a mí, segundo llegar a tu corazón y tercero ser lo único que desees tener”.

Comenzamos a charlar de cosas sin importancia, hasta que ahondó en sus dudas sobre mis sentimientos. Hacía un año que estábamos juntos y aún no había dicho te amo, te quiero o simplemente te he echado de menos. No era hombre de palabras tiernas, de caricias y de miradas románticas. Se sentía un objeto, una cosa que se usa para recompensar el dolor y la tragedia.

-Deberías ir a descansar y olvidar un poco el día, mañana nos veremos.-tecleó a la pantalla quizás intentando que me despejara o recordarme que a él le tenía, que le poseía incluso en los momentos de soledad.

-No, no tengo ánimos de tumbarme al lado de mi esposa.-respondí sin más, sin pensar si eso le dolería.

-¿Tú también me echas de menos? No puedo dormir en las noches, necesito tenerte a mi lado abrazándome.-no había dicho eso, tampoco lo contrario.

-Se puede decir que en cierto sentido te echo de menos, echo de menos no poder hacerte el sexo cada cinco minutos en medio de la noche.-esa respuesta en su pantalla estuvo un par de minutos, quizás le decepcionó o le alentó.

-Tengo que marcharme, pero me gustaría hablar contigo por teléfono.-solía decir que tenía una voz que le tranquilizaba y en pocas ocasiones cedí a una llamada telefónica a tan altas horas.

-De acuerdo.-entonces al salir mis palabras tecleadas él apagó y el móvil vibró en la mesa. Lo tomé y lo descolgué mientras cerraba con un clic la ventana.

-Hola mi amor, estaba en la cama con el portátil.-parecía apagado y sus palabras tiernas aumentaban a veces hasta límites insospechados.-Atsu ¿Estás ahí?-preguntó preocupado.

-Sí, estoy.-me recosté en el sillón y suspiré.-Hoy no he podido dejar de pensar en mi hermano, me llegó un correo de él hace unos días y me decía que las pruebas para el cáncer había dado positivo. No quiere morir, no ahora que su mujer está embarazada de unos meses y es lo que quería. Llevan mucho tiempo diciendo que cuanto antes mejor, que quieren disfrutar del pequeño o de los pequeños. Creo que va a morir antes de conocer a su hijo y eso simplemente me derrumbaría. Es mi hermano, estemos algo alejados o no…-hice un inciso y me di cuenta que por primera vez trataba temas importantes con él.

-Lo lamento, sé lo que es eso.-no sé si se habría percatado de que jamás traté nada así con él, pero en el ambiente y la forma de decir aquello dio a entender que así era.-Recuerda que mi padre murió de leucemia.-lo recordaba, era amigo de mi padre y estuve en su funeral.

-Mi madre de cáncer, no entiendo porqué aparecen estas enfermedades que destrozan familias enteras.-cerré los ojos un instante escuchando el eco de mis palabras.

-No te pongas de ese modo, no seas pesimista. El cáncer no mata, hay personas que sobreviven Atsu.-parecía querer tranquilizarme, sin embargo mi hermano lo era todo en estos momentos.

Nadie sabía que me había confesado a mi hermano, que le había dicho mi homosexualidad o bisexualidad. En estos momentos estaba confuso y él únicamente me dijo que no importaba el camino que escogiera, que él estaría a mi lado admirándome por haber sido un buen padre, un buen hermano y un buen hijo. Si mi matrimonio no iba bien no era culpa mía, era culpa de mi mujer al ser demasiado reservada y alejarme de las cosas que un día amé. Tener esas conversaciones, esas extrañas charlas, por la webcam me hacía olvidar que no estaba en mi país. Ver el decorado del despacho de mi hermano, sentir la cálida brisa de los árboles de cerezo de su jardín y observar tras él la magia de la aparente calma de nuestro país siempre cambiante, me hacía sentirme en casa.

-Atsu.-dijo sacándome de mis evocaciones.-¿Qué sientes por mí? Sé sincero, no quiero hacerme ilusiones y que luego me las aplastes como si no importara nada. Dentro de tu corazón hallarás la respuesta, por favor.-quizás quería saberlo porque llevaba más de un año a mi lado y yo seguía siendo tan frío.-Nunca me has dicho te amo, te quiero o palabras de afecto. Dices que me aprecias, sí, pero eso no es suficiente. Ambos disfrutamos del sexo, sin embargo yo busco algo más y si no me lo vas a dar tendré que buscarlo en otra persona.-me entró miedo, un miedo con un sudor frío que recorrió toda mi columna vertebral con una única gota de sudor. Un pánico terrible por quedarme solo sin él, sin nada.

-No sé lo que siento, no lo sé. He intentado alejarme de ti, no pensar en los días de sexo y deseo. Quiero quitarme el veneno que hay en mi piel, te vuelves tóxico.-respondí siendo sincero como él me había pedido.-Pero no me pidas saber si mi alma está tan desviada como la tuya, si estoy enamorado de ti es algo que quisiera no saber. Si bien.-él me cortó de un plumazo colgando el teléfono y marqué, marqué toda la noche pero lo apagó.

No pude dar con él, no podía salir de casa e ir a la suya porque no conocía su dirección. Me puse a pensar en las cosas que desconocía de él y en lo poco que había logrado comprenderle. Únicamente conocía su debilidad por los chocolates, los peluches y los niños. Nada más allá de algo concreto, todo era muy difuminado y tan confuso que me levanté para prepararme un whisky. Lo bebí lentamente recostado en el sillón de mi despacho, me quedé con los ojos fijos en la estantería de la pequeña biblioteca y suspiré mil veces. Había estropeado algo, algo que no poseía en realidad pues lo desconocía.

-Atsushi es tarde.-no me había dado cuenta que ella había abierto la puerta de mi despacho y entrado hasta quedar frente a mí.-Atsushi.-dijo tomando mi rostro preocupada y yo simplemente la miré desorientado.

-¿Qué sucede?-estaba tan entregado a mis pensamientos que había desconectado mi mente para la realidad.

-Te decía que es tarde.-la noté preocupada y a la vez más cercana a mí que normalmente.

-Lo sé, debería ir a tumbarme un rato.-me levanté y ella me rodeó con sus brazos por mi cuello, apoyaba sus delicadas manos en mi espalda acariciándola hasta que se aferró con fuerza a mi camisa. Sus labios se pegaron a los míos con dulzura y comenzó a besarme lentamente incitándome. No estaba cuerdo porque la rodeé con violencia y la senté en la mesa.-Vamos a la cama Clarissa.-ella asintió agitada y acariciando mi rostro con una sonrisa felina.

La tomé de la mano llevándola por la escalera mientras besaba su cuello. Ella solía reír bajo cuando lo hacía, como así hizo, ya que aquello la excitaba y a la vez se moría de cosquillas al tener una piel sensible.

Al llegar al dormitorio la acomodé con galantería en la cama y yo me subí sobre ella mordisqueando su cuello, mi boca iba desde su clavícula hasta el canalillo deslizando por esa zona mi lengua. Mis manos palpaban sus senos y los estrujaba para luego escurrir mi una de ellas por su vientre. Sus gemidos aparecieron rápidamente y le quité la blusa intentando no romper sus botones. Sus hermosos senos se veían turgentes bajo la pequeña capa de encajes de su sujetador.

-Atsu.-su voz se notó excitada, mientras acariciaba mis cabellos tirando levemente de ellos.

-Clarrisa.-respondí separándome de ella para quitarme mi camisa con algo de rapidez y volver a sus brazos. Sus manos me acariciaban la espalda y los hombros con sensualidad arañándome un poco, aunque no demasiado.

Me sentía excitado y era únicamente por saber que ella seguía ahí, que no había dado más pasos hacia un futuro incierto. Tenía miedo, todos tenemos miedo. Bajé la cremallera lateral de su falda y la quité junto a sus medias, sus bragas de encaje y tacones. Mis pantalones se fueron bien lejos, al igual que los boxer y los calcetines junto a los zapatos. Nuestra ropa estaba por toda la habitación y mi lengua no quedaba quieta. Besaba sus labios con la pasión de un viejo amante, mientras mis manos se inmiscuían entre sus piernas hundiéndose lentamente en su sexo. Ella comenzó a gemir por las caricias de mis dedos sobre su clítoris y cuando bajé besando su vientre tiritó. Terminé colocado frente a su vagina y mi boca se pegó a ella deslizando mi lengua entre sus piernas. Sus gemidos eran audibles por toda la habitación, parecía querer hacer temblar las paredes con aquel ardor.

-Atsu por favor, entra.-lo hice como ella me dijo y entré rodeado por sus largas y firmes piernas.

Me movía lentamente para no dañarla pasta llegar a un estado donde no era capaz de tener un pensamiento cabal. Mis embestidas hacía que me clavara sus uñas y su boca se abría repitiendo mi nombre con deseo. Al final terminamos entrelazando nuestras manos para llegar a la cima.

-Atsu.-susurró jadeante mientras mordisqueaba su cuello y acariciaba uno de sus senos.

-Dime.-murmuré sin desear repetición, ya que me sentía despreciable a pesar de estar ligeramente excitado.

-Te amo.-acariciaba mis cabellos y sonrió esperando que yo respondiera lo mismo.

-Yo también te amo Clarissa.-susurré cerrando mis ojos y ella los suyos.

Habían sido días extenuantes así que esa noche fue algo rápido, algo como si fueran unas disculpas de ambos por la disputa de la mañana. Sin embargo no podía dejar de pensar en él, era como un maldito virus que reseteaba mi cerebro dándome imágenes de su rostro y de sus manos. Quería escuchar sus gemidos, sus te quiero, sus te necesito y sobretodo el calor que emanaba su cuerpo. Pero en vez de eso sentí el brazo frágil de mi mujer agarrándome por la espalda, besando mi cuello y dejándose mecer en los brazos de Morfeo. Me sentía un villano, un cruel villano y por primera vez mi conciencia me hacía sentir como un estúpido por mentirla y por hacer daño a Phoenix.

La noche fue corta, porque pronto me quedé dormido pero las pesadillas me asfixiaban. Era una maldita tortura que golpeaba mis sesos como si fueran de mantequilla. Troceaba todos los momentos felices con mi mujer y los hacía un puzzle poco entendible, sin embargo los que eran con él se veían claros uniéndose nuevos y creando un mundo demasiado placentero. Pronto todo se convirtió en un tablero de ajedrez donde Clarissa me sometía a su venganza y él, él se destruía por un beso. Parecía tan real y a la vez tan falso, todo de plástico y descerebrado pero con su significado tan real que daba miedo. Al despertar mis ojos sintieron la luz del sol entrar por el ventanal, los cerré un instante y sentí los besos en mi mentón de mi pareja. Ella estaba ya despierta cuando yo lo hice y me susurraba que era domingo, que descansara.

No sé que sucedió que caí de nuevo en un sueño, uno confortable y era junto a él. Lo teníamos todo, Clarissa no existía y mis hijos parecían aceptar a Phoenix como si fuera su otro padre. Mi vida era tranquila, me dedicaba a la música con toda la pasión de mi juventud y también a la novela de fantasía erótica. Ganaba lo suficiente como para llamarme millonario sin que supiera los negocios de mi familia el mundo entero, no era un mafioso como la mitad de los que llegaban a mi territorio, no caía en esos trapos sucios y seguía siendo el hombre de honor que me creía. La opinión pública no vio mal mi salida del armario, todo lo contrario, aunque siempre hay retractores que te hacen la vida imposible. Sonreía, creo que lo hacía también entre las sábanas y almohadas. Era algo que necesitaba, algo más allá de un “lo alcanzarás” porque parecía real y todo era en tonos cálidos exceptuando mi ropa oscura. Vivía en una casa parecida a la que tenía en Japón, mis hijos disfrutaban del jardín y yo de un despacho con vistas a la belleza de la ciudad más tranquila. Seguramente había situado todo en la zona campestre, la industrial era demasiado destructiva y la zona centro bulliciosa. Se veía el campo, casas como las mías de forma desperdigada y la paz. Sí, había algo que se podía llamar paz aunque a lo lejos se escuchara alguna discusión. Pero al final desperté y estaba solo.

Tomé una ducha, me afeité y bajé al salón. Allí estaban mis hijos jugando a un videojuego que les había comprado recientemente. Se jugaba con un pequeño mando y aparecían en la pantalla como si fueran tenistas de un mundo diminuto. Sonreí al verlos y escuchar como el pequeño gritaba que había ganado, que ahora él era el rey. Yo aplaudí y desafié al “rey” a jugar conmigo.

-No seas tramposo.-dije cuando me sentía a punto de perder.

-¡No hago trampas!-su energía se desbordaba, claro que solo tenía doce años.

-¡Sí las haces!-Hizaki comenzó a reír cuando me escuchó replicar.

-¡Vamos papá! ¡Tú puedes!-con esos ánimos de mi hijo mayor conseguí batir al “rey”

-¡Jo! ¡Papá eso no es justo!-recriminó Hero mirándome casi haciendo un puchero.

-Papá te ganó limpiamente.-reprochó Hizaki dándome una palmada en la espalda.-Hacía meses que no jugabas viejo.-al decir aquello lo fulminé con la mirada.-Retiro lo de viejo.-se echó a reír y yo también, el pequeño aún estaba desolado por perder.

-Te invito a un helado.-dije alzándolo en peso y comenzó a sonreír. Después lo arrojé a la alfombra empezando a hacerle cosquillas, Hizaki se tiró sobre mí y me atacó justo bajo las cosquillas. Reíamos a carcajadas y en un momento los abracé a ambos.-Os quiero.-murmuré besando la frente del pequeño.

-Quiero ese helado papá.-me aparté de ambos y me coloqué bien la camisa que llevaba, era cómoda y para nada era como las que usaba para salir a trabajar.

-Voy por tres helados uno sabor vainilla, chicle y chocolate.-Hizaki amaba el de chocolate, el pequeño le gustaba aquel multicolor sabor chicle y yo me decantaba por el de vainilla. Me marché a la cocina y comencé a preparar las copas con caramelo, galletas y demás porquería azucarada.

-Mr. Sakurai ¿qué es lo que hace?-preguntó una de las empleadas del hogar, Dora.

-Hago unas copas de helado para mí y para los niños.-respondí sin girarme.-¿Quiere una?-pregunté girándome con una sonrisa.

-No, es que hace frío y su mujer se lo tiene prohibido a los niños.-argumentó aquello y yo fruncí el ceño.

-Clarissa siempre arruinando la diversión.-dije terminando de decorarlas para colocarlas en una bandeja.-Hagamos algo, yo les doy los helados y nos los tomamos y usted no dice nada.-ella rió y me miró algo pensativa.

-Señor no sé que habrá tomado, no sé que habrá pasado, pero se ve de muy buen humor.-¿Fue un halago? Supongo que debería parecer un monstruo casi todo el tiempo.

-Se puede decir que algunos sueños aunque no son reales te llenan de optimismo.-ella asintió y yo salí de la cocina, mis hijos estaban sentados en el sofá mirando un comic manga que les había comprado, era de samuráis y versaba sobre la etapa final de estos.

-El helado.-dijo Hizaki alzando la vista para tomar una de las copas y Hero agarró la suya, sentándome yo entre ellos mientras comenzábamos a comérnoslo como si jamás hubiéramos visto un helado.

-Si nos cacha comiendo esto nos mata.-lo saboreaba y ellos empezaron a reírse.

-Tienes helado en el labio superior papá.-comentó el pequeño mostrando también un buen bigote de un color morado.

-Tú también idiota.-dijo Hizaki comprobando antes si él tenía.

-Comed o vendrá a gritarnos, porque recordad si no hay cadáver no hay delito.-me limpié y seguí mientras intentaba no reírme.

Terminamos y llevamos corriendo las copas al fregadero, las limpiamos ante la mirada de Dora que tenía una sonrisa brillante.

-No sé quién es el más niño de los tres.-murmuró y no dije nada. Esa mujer llevaba con nosotros muchos años y había visto crecer a mis hijos, malhumorarme por las mañanas y caer dormido frente al ordenador. Conocía nuestras vidas mejor que nosotros mismos y nosotros de ella sabíamos que tenía una hija de la edad de Hizaki, que amaba ir de viaje aunque tenía pocas ocasiones y que odiaba que pisáramos el piso cuando lo acababa de limpiar.

-Dora no se lo digas a mamá.-comentó Hero girándose para luego tomarme de la mano y tirar de mí.

-¿Dónde me llevas?-pregunté sonriendo.

-Quiero enseñarte la maqueta que hice para plástica.-tenía pocas ocasiones para estar con ellos así, muy pocas.

Durante horas pasé con ellos el tiempo, conversamos sobre los estudios y sobre niveles de videojuegos. Mi mujer estaba en su despacho organizando algún evento, no les echaba demasiada cuenta hasta que ellos se acercaban a ella pidiéndole consejo o un poco de cariño. No era de las madres que siempre estaban pendientes, sino la que daban libertad aunque pusiera límites.

Al llegar la noche tuvimos una cena familiar y mis hijos se veían felices porque les había hecho caso. Hizaki me había estado hablando de la fiesta del día anterior, estuvo hasta las dos de la madrugada y según él fue la mejor de su vida hasta ahora. Decía que las chicas eran guapas pero que él no se atrevió a pedirle bailar a ninguna, que se quedó conversando con sus amigos y jugando al final a los dardos. Era en una casa particular, la de uno de sus amigos y según él fue una gran noche. Hero me contó la película que vio en casa de su mejor amigo, Yuki, el cual era hijo de uno de mis mejores amigos, aunque él era de una opinión más liberal a la mía. No estuvieron solos, fueron unos cinco chicos más y vieron la trilogía de Piratas del Caribe. Clarissa no aportaba nada, tan sólo sonreía y me acariciaba el rostro. Parecía que ella no quería decir qué había estado haciendo ayer, ya que lo que hicimos lo sabíamos ambos muy bien.

Tras la cena me encerré en mi despacho y conecté la mensajería esperando encontrarle, allí estaba y su frase había cambiado a otro título “Sólo soy tu marioneta y estoy por cortar las cuerdas”. En la fotografía para mostrar se veía a él abrazado a otro chico, su ex, del cual me había estado hablando y mis dientes creo que rechinaron de rabia contenida.

-¿Se puede saber qué haces con ese imbécil de fotografía?-pregunté sin un hola o un cómo estás.

-Porque me da la gana, porque a quien amo me tiene escondido y no me quiere. Eres un imbécil, sólo me vienes a buscar para desahogarte. Yo no soy una marioneta, no soy un maniquí para que le abras las piernas y te desfogues.-aquello me dolió, no era todo lo que quería de él y ahora lo sabía.

-No es eso.-respondí.-Me he dado cuenta de lo que es poder haberte perdido y no me ha gustado.-añadí a la respuesta y él automáticamente comenzó a escribir.

-¿Lo dices en serio?-su frase de mensajería cambió al igual que su imagen. Ahora no se mostraba a ellos dos, sino a él únicamente y una frase distinta “Phoenix Noire, Pájaro de Fuego”. No había mensaje de amor, pero tampoco de se va a acabar.-No te creo.-dijo mientras creaba mis argumentos y los borré.

-Es lo que esperaba que dijeras.-respondí.

-Me has perdido, Atsu.-aquello me descolocó.

-Phoenix.-dije intentando llamar su atención.-Yo…-no era capaz de escribir lo siguiente, ese yo quedó vacío en la pantalla.

-¿Tú qué? ¿tú me quieres follar? ¿eso quieres? Pues eso es lo único que vas a tener y hasta que no encuentre pareja, quizás vuelvo con Miguel.-hizo que estallara en celos, ese maldito españolito de las narices. Era actor en el teatro más importante de la ciudad, además de ser uno de los bailarines de danza contemporánea más conocidos y afamados dentro y fuera de su país, dentro y fuera de nuestra ciudad y de cualquiera.

-No, eres especial.-aquello hizo que se quedara callado unos instantes.

-Ya no me lo creo, tus palabras no se demuestran y quiero muestras de que es cierto. Si no lo muestras yo me iré de tu lado.-no sé porqué deseé llorar, tuve ese impulso.

-Dame una oportunidad.-respondí sin saber si quiera si la merecía.

-Te he dado tantas, tantas sin que lo supieras.-no sabía si lo que decía era real o un mero chantaje, pero me hacía sentir tan mal que me hundía.

-Dámela, dame unos meses de prueba.-creo que meditó porque tardó cinco minutos, cinco interminables minutos, en regresar a teclear algo en la pantalla.

-Te los daré, si no me convence me iré.-suspiré aliviado y me recosté en la silla.-Debo de irme, tengo que descansar mañana madrugo.-no me dejó despedirme de él, simplemente apagó la mensajería y cuando fui a llamarlo al móvil aún estaba apagado.

Me levanté de mi asiento y me senté en el suelo tras sacar una botella de vino italiano que escondía en uno de mis cajones, empecé a dar tragos a la botella e intenté olvidar un poco. Sin embargo no olvidaba, cada segundo me hundía más en la miseria y agonizaba desesperado intentando alcanzar un poco de paz. Esa paz que en mi sueño era tan constante y que no hallaba en la realidad.

-Te amo.-susurré en un balbuceo mientras me tambaleaba arrojando la botella vacía a la papelera. Me dolía la cabeza y tenía cierto mareo, el sueño hacía que mi cuerpo se sintiera pesado y me tiré en el pequeño sofá que tenía en la habitación. Allí me quedé dormido y desperté porque mi mujer vino a llamarme para que fuera al trabajo.

---Continuará el capítulo---

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt