Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 10 de abril de 2010

Dark City - capitulo 16 - Aroma de oscuridad VIII


-Sigo diciendo las mismas maldiciones.-murmuré.

-Pero menos.-se encendió otro cigarro y me miró.-Aunque creo que tú no vas a dejar de pensar como cuando eras un niñato. Sabía bien que volverías a tus andadas, que sólo era una fachada.

-A veces me creí que esa etapa en Japón fue sólo un sueño, o una pesadilla.-murmuré.-Pesadilla por mi padre, aunque las carreras con las motos eran geniales.

Seguimos conversando durante algún tiempo, hasta que los niños comenzaron a llorar. Me ayudó a tranquilizarlos con la seriedad y calma que siempre tenía. Parecía que nada le intranquilizaba. Después se marchó. Yo me quedé en el salón meditando en todo lo que habíamos hablado, sobretodo en la frase de hablar con Yutaka. No sabía si era buena idea, pero sí que era necesaria.

Cuando mi nieto se durmió me quedé con Jun en brazos sentado en el sofá. Mientras él palpaba mi rostro, yo no paraba de preguntarme cuando fue el nacimiento de nuestra amistad. Recordaba los días de frío tomando té en casa de Hide mientras él simplemente leía. Me invitaba a pasar sin más, sin apenas conocernos. Entonces recordé el primer día de todos.

Llovía. Hacía un frío intenso y yo caminaba por la calle en camiseta de tirantas. Estaba calado hasta los huesos y aterido de frío. Mi padre acababa de golpear a mi madre hasta dejarla inconsciente. Yo también había tenido golpes serios en mi rostro. Mi hermano pequeño me apretaba la mano llorando aferrado a su paraguas. No paraba de decirme que no fue buena idea de mi madre, lo de tener otro niño, y que sólo incrementaba los celos de ese maldito canalla al que tenía que llamar padre.

Había vestido como había podido a mi hermano. Tenía varias chaquetas, un peto mal abrochado, sus botas de agua y un chubasquero. No me importaba si parecíamos dos niños abandonados a nuestra suerte, Yo sólo quería un médico para mi madre.

Hidehiko salió de la nada cargando una bolsa de frutas, un recado de la tienda de su padre, y al vernos se quedó parado observándonos. Siempre me pareció que sus ojos eran como los de una lechuza, como los de David Bowie, porque poseen una mirada intensa y son enormes. Parecen observarte desde las profundidades del infierno.

-¿Necesitas ayuda?-yo no era de aceptar ayudas de extraños, pero miré a mi hermano hipando y algo se removió en mi interior.

-Necesito un médico para mi madre.-dije de forma forzada, se notaba que en realidad no quería que nadie supiera la verdad.-Se ha caído y necesita un médico.

-¿Tú también?-preguntó mirándome sin más, acercándose a mí para colocar una de sus manos sobre mi rostro. Su otra mano aferraba su paraguas y la bolsa de las frutas.

-¡No me toques!-gruñí empujándolo mientras abrazaba a mi hermano. El paraguas de mi hermano salió volando y eso hizo que empezara a berrear de forma más fuerte.

Hidehiko cayó al suelo tirando las frutas a un charco y se quedó callado observándonos. No podía describir su mirada en ese momento y aún hoy intento descifrar qué demonios pensaba. Tan sólo se levantó y echó a correr. Yo seguí mi camino deambulando con mi hermano en brazos. Mis cabellos largos tapaban mi rostro y la lluvia me ayudaba, podía llorar sin que nadie dijera que era débil. No recordaba en esos momentos el camino al médico más cercano. Por culpa de los nervios ni recordaba el camino a casa. Sin embargo, ese niño enclenque apareció como de la nada corriendo y detrás de él iba un doctor.

A pesar de cómo lo había tratado ese chico me ayudó. Gracias a él di con un médico y dándole la dirección pudimos montarnos en su vehículo e ir hacia mi casa. Mi madre seguía arrojada en medio del salón y mi padre ya no estaba. Sin embargo, aquella casa lujosa apestaba a cerveza y sake.

Después que atendieran a mi madre intentaron curarme las heridas, pero yo era como un gato salvaje. No permitía que me tocaran. Si bien él me hizo entrar en razón y me aplicó los ungüentos necesarios para que aquellos golpes cicatrizaran bien. Luego vistió bien a mi hermano y le dio unas cuantas frutas como merienda.

No le di las gracias. Porque no supe cuando se fue. Yo estaba al lado de mi madre tomándola de la mano. Aquella paliza fue una de las mayores que él le había dado, todo porque había visto más cariño hacia mi hermano y hacia mí que hacia él. Los celos de un estúpido que es capaz de dañar a quien supuestamente amaba.

Pasados unos días volví a verlo. Iba haciendo los recados de la tienda de su padre. Él tan sólo me volvió a mirar y yo me acerqué. Sin embargo, nada más aproximarme él salió corriendo. Años después me confesó que yo le había dado miedo, mis reacciones y mi forma de ser parecían las de un loco. Por eso tardé meses en poderme acercar a él, meses en no poder decirle a mi forma que estaba agradecido.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt