Regresé a casa y llamé a Hizaki. Quería saber si sabía algo o simplemente nada. Él no contestaba, miré el reloj y supuse que o estaba en el estudio o todavía en la cama. Si era una de esas dos posibilidades no hallaría con él hasta la hora de la cena. Phoenix vino a mí aferrándose esperando que contara algo sobre lo que sucedía, pero no dije ni hice nada. Él me abrazaba y yo tenía la mente puesta en el único lugar donde podía estar Miho y era Londres.
Londres era la ciudad donde se había criado. Sabía bien que ese era su hogar, que por mucho que dijera aquí estaba de paso. Sólo se sentía cómoda en aquella ciudad cargada por la fama de sus lloviznas continuas, su protocolo, el té y sus monumentos como museos. Pero no era sólo eso, fue la capital de una revolución en los sesenta y setenta. Un mundo lleno de entresijos que ella amaba, porque amaba esas calles como si fueran parte de si misma.
Únicamente conocía a una persona con ese amor por Londres, él era Paulo. Al leer su obra, la pasión de sus líneas al describir aquellas calles, lo supe. Miho era Londres, un Londres muy distinto a la flema británica, un Londes cosmopolita y rebelde. Ella estaría bien, estaría ligada a lo que era y podría meditar bien sobre su vida.
Me costaba muchísimo admitir que no era una niña, que no podía aparecer en su vida y hacer que viniera a mí abrazándome. Pero no era la única persona que tendría que refrenar ese impulso. Sabía que su pareja querría buscarla, si bien debería quedarse a esperar. Hizaki también se lanzaría en su búsqueda, sobretodo porque se volvió indispensable para él. Todos deberíamos tranquilizarnos y tomarnos su fuga como una lección a nuestros errores.
Ese día fue uno de los peores de mi vida, peores por impotencia. Me sentía impotente. No podía calmar el dolor de Josep, ni el de su hijo, y tampoco el mío. No podía hacer nada por Miho, ella no se dejaba ayudar porque quería hacerse ver que podía sola. Era fuerte, no dudaba de sus posibilidades, y lo lograría. Podría sola con la presión y con todo lo que caía sobre sus espaldas. Maduraría más de esa forma que dándole el camino hecho.
Yo estuve a punto de huir a Japón después de la muerte de mi madre. Quería volver a mis raíces sin importarme nada. En sí me marché unos días de casa meditando si ir o no, si era bueno quedarme allí al menos un mes o quedarme junto a Clarissa. Sin embargo, ella se puso de parto y yo no podía perderme ese nacimiento. A pesar que todo se venía a bajo, que no sólo era la muerte de mi madre sino las presiones de mi familia y todo lo que me rodeaba, Hizaki fue el pensamiento que me hizo volver junto a mi mujer y darme cuenta que podía todo renacer de nuevo.
Ella tendría que buscar ese pensamiento positivo, aunque era algo distinto su caso con el mío. Tenía que encontrar el camino, la fortaleza, para afrontar todo lo que caía sobre ella sin compasión alguna. Era joven, tan joven como yo en esos días, pero eso no le hacía ser frágil o estúpida.
Me sentía orgulloso de ella. Me di cuenta que me sentía orgulloso de alguien que me rechazaba, que no había tenido más interferencia en su vida que cosas negativas. Sin embargo, la protegería si volvía a casa el hijo pródigo. Lo tenía todo muy claro, creo que incluso estaba seguro de mis palabras al volverla a ver. Haría como si nada ocurrió, como si todo hubiera sido un mal sueño. No podía culpar su reacción, ni sus motivos, aunque en esos momentos, los que vivimos, deseé que realmente no fuera mi hija.
No era el único que esperaba su regreso, ni el único que confiaba en ella. Hablé esa noche con Hizaki, fue una conversación extensa y las conclusiones fueron las mismas. Él también se sentía decepcionado por mi actitud en aquellos días, pero jamás dejó de confiar en mí porque me conocía. Miho no me conocía como él, ese era el error. Pero siempre me dijo que en el interior de ella había espacio para mí, para tenerme cierto aprecio. Fueron sus conclusiones y creo que también las mías, ya que siempre la sangre llama a la sangre.
Londres era la ciudad donde se había criado. Sabía bien que ese era su hogar, que por mucho que dijera aquí estaba de paso. Sólo se sentía cómoda en aquella ciudad cargada por la fama de sus lloviznas continuas, su protocolo, el té y sus monumentos como museos. Pero no era sólo eso, fue la capital de una revolución en los sesenta y setenta. Un mundo lleno de entresijos que ella amaba, porque amaba esas calles como si fueran parte de si misma.
Únicamente conocía a una persona con ese amor por Londres, él era Paulo. Al leer su obra, la pasión de sus líneas al describir aquellas calles, lo supe. Miho era Londres, un Londres muy distinto a la flema británica, un Londes cosmopolita y rebelde. Ella estaría bien, estaría ligada a lo que era y podría meditar bien sobre su vida.
Me costaba muchísimo admitir que no era una niña, que no podía aparecer en su vida y hacer que viniera a mí abrazándome. Pero no era la única persona que tendría que refrenar ese impulso. Sabía que su pareja querría buscarla, si bien debería quedarse a esperar. Hizaki también se lanzaría en su búsqueda, sobretodo porque se volvió indispensable para él. Todos deberíamos tranquilizarnos y tomarnos su fuga como una lección a nuestros errores.
Ese día fue uno de los peores de mi vida, peores por impotencia. Me sentía impotente. No podía calmar el dolor de Josep, ni el de su hijo, y tampoco el mío. No podía hacer nada por Miho, ella no se dejaba ayudar porque quería hacerse ver que podía sola. Era fuerte, no dudaba de sus posibilidades, y lo lograría. Podría sola con la presión y con todo lo que caía sobre sus espaldas. Maduraría más de esa forma que dándole el camino hecho.
Yo estuve a punto de huir a Japón después de la muerte de mi madre. Quería volver a mis raíces sin importarme nada. En sí me marché unos días de casa meditando si ir o no, si era bueno quedarme allí al menos un mes o quedarme junto a Clarissa. Sin embargo, ella se puso de parto y yo no podía perderme ese nacimiento. A pesar que todo se venía a bajo, que no sólo era la muerte de mi madre sino las presiones de mi familia y todo lo que me rodeaba, Hizaki fue el pensamiento que me hizo volver junto a mi mujer y darme cuenta que podía todo renacer de nuevo.
Ella tendría que buscar ese pensamiento positivo, aunque era algo distinto su caso con el mío. Tenía que encontrar el camino, la fortaleza, para afrontar todo lo que caía sobre ella sin compasión alguna. Era joven, tan joven como yo en esos días, pero eso no le hacía ser frágil o estúpida.
Me sentía orgulloso de ella. Me di cuenta que me sentía orgulloso de alguien que me rechazaba, que no había tenido más interferencia en su vida que cosas negativas. Sin embargo, la protegería si volvía a casa el hijo pródigo. Lo tenía todo muy claro, creo que incluso estaba seguro de mis palabras al volverla a ver. Haría como si nada ocurrió, como si todo hubiera sido un mal sueño. No podía culpar su reacción, ni sus motivos, aunque en esos momentos, los que vivimos, deseé que realmente no fuera mi hija.
No era el único que esperaba su regreso, ni el único que confiaba en ella. Hablé esa noche con Hizaki, fue una conversación extensa y las conclusiones fueron las mismas. Él también se sentía decepcionado por mi actitud en aquellos días, pero jamás dejó de confiar en mí porque me conocía. Miho no me conocía como él, ese era el error. Pero siempre me dijo que en el interior de ella había espacio para mí, para tenerme cierto aprecio. Fueron sus conclusiones y creo que también las mías, ya que siempre la sangre llama a la sangre.
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