Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 22 de agosto de 2011

Discusiones que no llevan a nada


Los personajes del siguiente relato pertenecen a Anne Rice, esto es sólo un universo paralelo que he creado con ellos. Por lo tanto, también podrían llamarse Alfonso y Manolo. Si bien, quería imaginarme a ambos en este pecaminoso acto.

Son libres de no leerlo, así como cerrar el buscador en la X...

La imagen pertenece a la última promoción de Kamijo Yuuji con su grupo Versailles.


Gracias.





Discusiones que no llevan a nada.



De nuevo una discusión más me había hecho salir de casa. Detestaba que todo lo tomara con tanta seriedad, el mundo necesitaba pintarse a veces una sonrisa burlona. Sin embargo, él siempre me miraba con sus ojos verdes acusadores, como los de un gato molesto, y me lanzaba improperios cercanos a lo absurdo. Todo le parecía deleznable, pueril, absurdo, tonto, bajo de moral y por supuesto peligroso.

-Te amo, Lestat.-decía antes de empezar la discusión.-No lo hagas.-añadía tomándome por atrás, besando mi cuello y apoyando su cabeza en la cruz de mi espalda.-Hazlo por mi amor.

Reconozco que muchas veces cedía. Por lo tanto no sé quién era más caprichoso, si él o yo. Él jugaba a destrozarme cualquier momento de diversión por capricho, porque no entendía que si éramos inmortales debíamos afrontar riesgos y él parecía que cada riesgo era caer al borde del abismo. No, no comprendía ni quería hacerlo.

-No, Louis.-respondí apartándome de él.-Esta vez lo haré, esta vez lo deseo.

No comprenderé jamás porque hay personas que sueñan con vivir en pareja, creen que tener un amante les arreglaría la vida. Cierto que tiene ventajas, pero los inconvenientes de estar atado a alguien son más que cualquier beneficio.

Yo sería feliz siendo soltero, sin embargo pensar en Louis en brazos de otro me quema por dentro y por fuera. Lo amo, amo estúpidamente cada detalle de su rostro cuando se enfada y su imagen serena cuando lee en calma. Me gusta sus lágrimas como sus sonrisas, incluso amo cuando guarda silencio preocupado por mis palabras. Si no fuera por eso, realmente lo echaría a volar cual pajarillo.

Ciertamente jamás he sido fiel a Louis, la carne me tienta y yo me dejo tentar. Pero realmente a quién deseo ver desnudo a cada rato es a él, y él es quien mejor me comprende en la cama. Si todo fuera así todo iría mejor. Pero fuera del lecho conyugal hay una colina con mil ríos que nos separan.

Así que caminaba de un lugar a otro, cantando bajo canciones que una vez grité en un escenario, observando las calles y sus luces de neón. Las luces de neón son las nuevas estrellas, parpadean de tal forma y con tantos colores que hace que uno se distraiga. Si bien, recordé el cielo estrellado de la primera noche que lo apresé entre mis brazos. El sabor dulce de su sangre mortal, sus jadeos ante la proximidad de la muerte y su mirada de desesperación constante. Mi Louis, mi mártir, mi amante.

-Lestat.-su voz apareció como un murmullo sacándome de mis cavilaciones.-Lestat por favor, escúchame.-susurró ya a mi altura tomándome del brazo, permitiendo así que me girara y lo viera.-Perdóname.-podía notar incluso un leve rubor en sus mejillas, tan delicado y humano.

Armand dijo una vez que debí llorar cuando lo creé, ciertamente no lloré sino que me excité. Él era mío, de mi propiedad, y podría tomarlo al momento en el cual lo deseara. Si bien, cuando con más rabia lo hacía mío era cuando notaba que otro podía apartarlo de mi camino.

-Lestat, por favor.-rogó aferrándose a mi brazo.

Yo obvié su ruego, aparté sus manos de mí y continué caminando. No quería caer tan rápido en su juego. Si bien, los comentarios de un par de jóvenes sobre él me hicieron girarme y tomarlo del rostro. Lo besé de forma ahogada, acariciando sus pómulos y dejando buena cuenta a todos que él me pertenecía.

-Ya cállate Louis.-susurré cerca de sus labios cuando noté que hablaría, quería que se quedara callado y aceptara mi capricho.-Haré lo que deseo.

Sentencié el final de la discusión. Yo haría lo que quería y él sólo asentiría. Tomé su mano caminando a su lado. Él se distraía observando con cierta curiosidad a varios humanos que se cruzaban con nosotros, yo simplemente tenía la cabeza puesta en mi objetivo. Quería ir a la Catedral, como había dicho horas atrás.

La suave brisa veraniega rozaba nuestras frías pieles, él no se había alimentado y yo tan sólo había tomado a una estúpida que creyó haberme conquistado. Las mujeres solían pensar que era fácil provocarme, pero en realidad era difícil que cayera en su juego. Necesitaba verdaderas bellezas para quedar fascinado. La vida era eterna, pero no iba a tomar a cualquiera para deslizarme entre sus piernas.

-Sigo pensando que no es buena idea, Lestat.-decía apretando algo más mi mano.-¿No querías ser santo? Con esto las puertas del cielo se cerraran.

-Louis ¿quién quiere ser santo en estos momentos? Nadie reza ya en los altares, la vida célibe no está hecha para mí.-respondí subiendo las escaleras mientras tiraba de él, le arrancaría un brazo si no se apuraba a seguirme el ritmo.

Cuando entramos el olor a incienso era poderoso. Todo el templo estaba iluminado con velas eléctricas entorno a los altares. Desde el centro de la cúpula caía una enorme lámpara con miles de bombillas simulando velas, como las que iluminaban los rostros de los santos. El olor a cera sólo procedía de un enorme cirio que se mantenía encendido junto a la fuente de bautismo.

A esas horas no había nadie rezando. Tan sólo estaba un estúpido sacerdote que dormía en uno de los confesionarios. Estos seguían siendo los mismos tras pasados siglos. Mantenían la belleza a pesar del paso del tiempo. Louis echó un paso atrás cuando me vio decidido a ir hacia uno de ellos, tiraba algo sofocado y cuando me giré para mirarle a los ojos sólo agachó la mirada.

-No nos verá nadie.-dije en un siseo.

-Nos verá Dios.-murmuró antes de callarle nuevamente con mis labios.

Dios no vería nada, Dios no estaba revisando cada iglesia y cada rincón del mundo. Daba por hecho que eso era más trabajo de sus súbditos que de él. Era como un niño que se había cansado de jugar con sus juguetes y los entregaba a terceros, sin importarle lo más mínimo. Louis no comprendía, seguía anclado a sus ideas de beato sin remedio.

Hice que caminara conmigo entre las filas de bancos, en dirección al altar. Lo dejé allí, frente a la virgen donde cayó orando. Un demonio llorando por el pecado que estaba a punto de cometer. Yo simplemente entré en la sacristía y tomé las prendas que necesitaríamos. Di gracias que los monaguillos de hoy en día fueran de tallas aproximadas a las de un adulto.

-Ponte esto.-arrojé las prendas del monaguillo frente a él mientras yo ya lucía las mías, una sotana impecable con su alzacuellos ya visible.

-Lestat, no me hagas esto.-dijo en un ruego que enmudecí tomándolo por el rostro.

Me apoderé una vez más de su boca, una boca que sabía a sal y sangre. Sus lágrimas sanguinolentas cubrían como dos ríos sus mejillas, tan pálidas como las de cualquier demonio como nosotros. Tembló cuando me aparté y más aún cuando la luz de las vidrieras incidió en mí. Tenían focos puestos sobre estas, para que sus dibujos se observaran desde el exterior.

-Mon cher, vístete.-ordené antes de abalanzarme sobre él para desnudar su cuerpo.

Al principio no se dejaba, siempre hacía que las cosas fueran complicadas, pero cuando lo vestí como monaguillo estaba ruborizado. Sus mejillas estaban sonrojadas, la poca sangre que aún guardaba de la noche anterior se subió a su rostro dándole un aspecto tentador, además de pecaminoso.

-Ven, debes confesarte.-susurré tomándolo de la mano para guiarlo a uno de los confesionarios.

Tiraba de él, aún seguía negando complacer mi capricho. Sin embargo, terminé abriendo uno de los confesionarios haciéndole entrar junto a mí. Cerré la puerta de madera que llegaba a mediana altura, como a mi cadera, y eché las cortinas púrpuras que cubrían la parte superior del confesionario.

-Empieza Louis.-murmuré acariciando sus caderas entado en aquella divina estrechez de madera.

-¿Qué? ¿Qué quieres que empiece?-balbuceó rodando sus ojos hacia ambos lados de aquel lugar, yo palpé sus labios y noté que temblaba.-No sé qué deseas que haga yo aquí.

-Debes decir las palabras mágicas, mon cher.-susurré con una sonrisa de diablo orgulloso que conseguía lo que tanto deseaba.-Ave María purísima, eso debes decir.

-Ave María purísima.-balbuceó con sus manos colocadas sobre mis hombros, las cuales aparté para entregarle un rosario.

-Sin pecado concebido.-susurré como respuesta acariciando sus manos, las cuales se aferraban, esta vez, al rosario dejando la marca de sus cuentas en la palma de estas.

-Lestat, no puedo hacer esto.-respondió temblando por completo, como si fuera una hoja al viento.

-Oh, no.-dije tomándolo del rostro.-Debo limpiar tus pecados, debes confesar.-susurré atraiéndolo hacia mí.

-Confieso que he pecado.-murmuró casi sin aliento.-He deseado la carne de otro hombre, he deseado sentir sus manos aún que estas recorrían las de mujeres y hombres que se hallaban a su alcance. Confieso que amo a un maldito demonio de ojos azules y cabellos dorados, el cual parece un santo y sólo es un déspota.

Sus palabras me hicieron reír a carcajadas, pero parte de mí se retorcía. Hacía daño a su sensible alma. Me daba cuenta de ello, pero esos impulsos no podía controlarlos.

-Un gran pecado, un terrible pecado.-murmuré pasando mis manos por su pecho, para terminar tomando sus manos entre las mías.-Cuéntame más hijo.

-Mi mayor pecado no es ese, mi mayor pecado es amarlo y arrastrarme a él sin importar mi orgullo.-murmuró entre sollozos.-Sólo se burla de mí, juega conmigo.

-No.-respondí tomándolo del mentón para que me mirara a los ojos, para que aguantara su mirada con la mía.-Tu mayor pecado es no conocer su forma de amarte, su forma de desearte, el creer que sus carcajadas no le hacen daño. Oh, Louis. Tu mayor pecado es amarlo y que te ame a su forma, con sus condiciones.

-No, no es así. Si me amara no me haría hacer estas cosas.-dijo apartándose de mí, prácticamente pegándose a la entrada del confesionario.

-Louis, ven aquí.-dije tendiendo mi mano hacia él.-Ven aquí ahora mismo.-realmente estábamos a escasos centímetros, pero parecían mundos.-Si no te amara no regresaría a tu lado siempre, si no te quisiera no sentiría que la congoja me puede al verte dañado. Louis, mon cher, ven a mi lado nuevamente y permite que te libre de ese pecado. Quiero libertarte de la carga que arrastras.

-No, no Lestat.-dijo soltando el rosario para intentar huir.

-Sí, sí Louis.-murmuré tirando de él provocando que cayera sobre mis rodillas.-Haré que tu alma se libere y recuerde que este cuerpo es mío, que únicamente soy yo tu dueño y que vas a desear aún más mis manos tocándote. Querrás que cada noche te haga mío en cualquier lugar de esta ciudad, vas a recordar porque me amas y detestas a la vez.-decía aquello destrozando las ropas de monaguillo, abriéndole la tela por la zona de su torso para comenzar a pellizcar sus pezones.

-¡No!-exclamó sollozando.-Me dañas, me dañas Lestat.-murmuró intentando apartarse.

-No te daño, si te dañara no estarías deseando que te toque.-dije aquello pegando mis labios a su cuello.

Mi aliento rebotó en su piel, tan tentadora que me provocaba morderla mientras él lloraba. Mis manos acariciaban su torso de forma lasciva, una de ellas fueron a sus labios e introduje uno de mis dedos. Su boca se sintió húmeda y temblorosa, pero pronto estuvo lamiendo mi dedo con cierta desesperación. Las manos que luchaban por apartarme, ahora se aferraban a mi sotana.

No tenía que hacer demasiado, conocía sus puntos débiles. Mi boca recorría su cuello dejando besos delicados, mientras sus nalgas se frotaban contra mí de forma lasciva. Sabía domar sus palabras tóxicas para convertirlas en suaves gemidos. Sus cabellos se esparcían contra mi sotana, los míos se pegaban a su piel únicamente cubierta por jirones.

-¿Deseas que te de la absolución?-murmuré tomando los trozos de tela que caían al suelo de aquel confesionario, para atar sus manos como si fueran una soga.-Dime mi hermoso pecador.-susurré besando su cuello lentamente, tomando el rosario para entregarlo entre sus dedos.

-Sí, dame tu absolución.-balbuceó quejumbroso.

-Mi mártir, mi Louis.-dije mientras bajaba su ropa interior, lo único que quedaba de toda aquella maraña de telas que ya no eran nada.-Siempre me deseas, siempre haces que te haga esto por las malas.-murmuré abriendo bien sus piernas para introducir el dedo que estuvo en su entrada, lo hice provocándole un jadeo.

Mi dedo se movía de forma lenta en su interior, quería que rogara que lo hiciera de forma rápida y candente. La mano que me tenía libre iba hacia su miembro acariciándolo, cosa que le hizo suspirar y morderse los labios, para evitar que sus gemidos, más altos y claros, se escucharan por toda la iglesia.

-Louis, mon amour.-susurré bajándolo de mis rodillas, dejándolo lejos de aquellas caricias que tanto deseaba.-Provócame.

Él se sorprendió, pero simplemente levantó la sotana que llevaba para sacar mi miembro. Pronto pude rememorar el calor de su boca, el tentador roce de su lengua y sus labios sobre mi sexo, rodeándolo. Podría sentir mil bocas, mil manos, mil sensaciones y sin embargo nada comprable con todo lo que podía regalarme Louis con sólo unos segundos.

Mis manos acariciaban sus cabellos, una de ellas caminaron por su espalda hacia sus nalgas. Seguí acomodándolo, esta vez con dos de mis dedos, mientras mis ojos se aferraban a los suyos. Era un abrazo entre miradas, una conversación de lujuria y necesidad. Pronto un tercer dedo entró en su necesitada entrada, sus nalgas se apretaron y su pelvis se movían con deseo, el mismo que demostraba y aplicaba su lengua.

-Louis, mi Louis.-murmuré apartándolo para hacerlo caer contra la portezuela del confesionario, como pudo se aferró aún con las muñecas atadas, mientras yo entraba en su interior.-Mi Louis, mío y de ningún otro demonio.-murmuré en su oído antes de entrar en él.-Únicamente mío, lejos de cualquier pecado que te pueda aplicar otro.

-Oui, mon amour.-dijo agitado, para intentar morder sus labios y guardar en su garganta los gemidos; pero una cosa es intentar y otra lograr.

Arranqué las cortinas del confesionario para dejarlas caer sobre el piso de la iglesia, el mármol grisáceo aceptó aquellas cortinas convertidas en parte de la ropa de cama de nuestro lecho, un lecho que era el confesionario de un cura estúpido y sus feligreses.

-Quiero oír tus gemidos más altos que el Ave María que cualquier corista de iglesia pueda entonar.-murmuré atraiéndolo hacia mí, anclando una de mis manos en la cruz de su espalda mientras la otra lo estimulaba.

-¡Lestat! ¡Oui mon amour! ¡Plus! ¡Plus! ¡Je t'aime!-gimió impunemente mientras yo reía y jadeaba, realmente gozaba por su extrema sensibilidad.

-Yo no seré santo jamás, prefiero ser tu demonio.-murmuré en su oreja derecha antes de morderla y lamerla de forma lasciva. Sus caderas se movían lujuriosas de forma contraria a las mías, pero al mismo delicioso ritmo.-Prefiero estar fuera de los altares haciéndote recordar a quién perteneces.

-Sí, hazme el amor.-jadeó cerrando los ojos, dejando que varias lágrimas se escaparan.

Mi ritmo era candente, él sumiso y entregado... el paraíso se estaba formando entre nuestros cuerpos sudados. El verdadero paraíso del sexo y la pasión, el infierno se abría a nuestros pies y nos aclamaban. Realmente estaba condenado, igual que él, a las llamas de ese lugar, por lo tanto no iba a dejar de pecar aunque fuera sacrílego hacerlo frente a la virgen. Un pecado más no me iba a matar.

-Me vengo, me vengo mi amor.-dijo con su voz quebrada y completamente ronca por los gemidos, o mejor dicho, gritos de placer.

-Hazlo Louis, libérate.-murmuré tirando de sus cabellos para besarlo, cosa que fue el culmen para él y terminó llegando al orgasmo.-Magnific mon amour.-susurré apartándome de él para sentarme.

Mi miembro aún estaba henchido y palpitante, esperaba sus caricias y provocaciones. Él no lo dudó ni un instante, se abalanzó a él succionando como si el mundo se acabara en ese instante, yo atraje su cabeza hundiéndola entre mis piernas y liberé mi esperma entre sus labios. Regué su boca con mi placer, haciéndole saborear así el pecado de la forma más lujuriosa y desesperada.

-Acéptalo Louis, hazlo.-dije inclinándome para verle. Sus ojos estaban perdidos en sus campos verdes, verdes y aguados, mostrando lo turbado que estaba, los míos sólo tenían esa chispa de luz placentera.-Jamás podrás huir de mí, jamás podrás dejar de pedir que te toque.

-Acepta que me amas, Lestat.-balbuceó jadeante.-Tú mismo lo has dicho.

-Yo puedo decir muchas mentiras Louis, muchas.-comenté acariciando sus cabellos.-Pero acepto que te amo, que no puedo dejar de hacerlo.

1 comentario:

Athenea dijo...

Hola de nuevo. En primer lugar me gustaría darte las gracias por responder a mis comentarios y por pasarte por mis blogs.

Por otro lado, debo decirte que sí, me pareces muy buen escritor, de los mejores que he leído en blogger. En los últimos meses he leído muchos blogs de gente que se cree muy buena escribiendo y luego no lo son tanto. En tu caso, no es así. Se nota que llevas mucho tiempo escribiendo y que disfrutas haciéndolo. Le pones pasión y dedicación a tus textos, eso es lo que en mi opinión, te hace bueno.

No te lo digo por hacerte la pelota, te lo digo porque así lo siento. De hecho, si tu forma de escribir no me hubiese parecido tan bella y genuina, no te habría dejado los comentarios.

Bien, y ahora me gustaría hablarte sobre el presente relato. Me he leído los tres primeros libros de las "Crónicas vampíricas" de Anne Rice (sí, ya sé que voy muy retrasada en la historia) y desde el principio la relación entre Louis y Lestat me ha fascinado. En "Entrevista con el vampiro", por ejemplo, se notaba que, a pesar de que Louis pintaba a Lestat como el malo, lo amaba. Y Lestat, a pesar de que parecía ser un caprichoso y malvado demonio, también amaba a Louis, a su manera. Pues bien, creo que en este relato has plasmado esos sentimientos, viniendo a confirmar mis teorías, jajaja.

Me ha gustado mucho el relato porque adoro a esos dos personajes. En especial a Lestat. Además, me ha gustado mucho cómo has descrito la escena erótica, la forma en que cada personaje se entrega al otro, la forma en que se necesitan, tanto carnal como espiritualmente. Yo intento escribir escenas así, pero no consigo "rematar" el final, por así decirlo.

En fin, no me enrollo más, que sólo quería comentar el relato y te estoy escribiendo aquí la biblia. Espero poder leer pronto algo nuevo. ¡Un saludo!

Att. Athenea.

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt