Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 17 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 3 - Sombras chinescas - Parte VI






-Seré libre y tú podrás amarla, porque ese sentimiento tan extraño que te mueve hacia ella es amor. Te enamoraste de su alma, del poder que emana como una atracción magnética que te atrapa. He podido ver como caías a sus pies y ella ni siquiera sabe que eres real.-se apartó de mí para dejar caricias en mi rostro, como haría una madre con su hijo antes de verlo marchar a la guerra más cruel y violenta.-Estréchame entre tus brazos, besa mi frente y muerde mi cuello. Déjame vacía cada vena de mi cuerpo, después entiérrame en el jardín cerca de la capilla y olvídate que estoy allí.

Acaricié su rostro, que aunque surcado con algunas esporádicas arrugas, seguía teniendo el encanto de una estatua perfecta en mármol. Lo contemplé largamente unos minutos, en silencio, mientras sus brazos me rodeaban por la cadera esta vez. Buscaba que lo matara, quería sentirse mío de alguna forma, y yo buscaba el remedio para calmar su dolor. Estreché su cuerpo, como lo haría un padre amoroso, deslizando mis dedos sobre su espalda y sus largos cabellos, tan sedosos como dorados, sintiendo su respiración y sus latidos bajo aquella capa trémula y caliente que era su piel.

Pude escuchar el inicio de un sollozo aún más desesperado, así como el ruido de su cuerpo rozándose contra el mío instintivamente. Suspiré pesadamente antes de apartarlo, para recoger su ropa y tendérsela. Él me miró aturdido, tomándolas sin decir nada más.

-Vete si lo deseas, lejos de mí y de esta casa. Márchate si así serás feliz olvidándome y olvidando todo. Aléjate del lugar que te corresponde por derecho, porque por simples celos te alejas.-dije mirándole sosegado.-¿Así es el amor de los hombres?

-No comprendo.-dijo como respuesta a mi pregunta.

-Os marcháis cuando ya no tenéis posibilidades, olvidando que ver feliz al otro es el mejor consuelo.-recordé las palabras de un sabio en un libro, decía aquello a su discípulo y yo únicamente las usé contra él.-Yo no sé como es ser humano, hace siglos que soy un monstruo. Tú eres quien me recuerda como debe ser el hombre, sus sentimientos.

-Reproduces aquello que has aprendido de mí.-murmuró incrédulo arrojando las ropas de mi mano, para que cayeran de nuevo al suelo, para tomarme del rostro acariciándolo.-¿No comprendes tus propios sentimientos?

Cuando uno es humano no comprende el mundo, tampoco termina de comprenderse a sí mismo. Camina entre dos mundo, el de los sentimientos y el razonamiento. Al germinar como vampiro dejé los sentimientos a un lado, los reproché por hundirme después de matar a mujeres y niños. Acepté sólo lo racional, abandonando cualquier momento de debilidad. Él me había mostrado sus sentimientos, aunque fueran confusos en un instante y los envolviera de apariencia fría, logrando de ese modo entender los míos y darles nombre.

-No sé darles nombre.-dije antes de caminar hacia mi ataúd.-Haz lo que desees.-hice un breve inciso paladeando las siguientes palabras, notando como bullían de mi cerebro hasta mi boca.-Márchate o quédate, pero no me pidas que te mate.

Guardó silencio recogiendo sus prendas, justo cuando yo cerraba la tapa de mi lugar de descanso. Cerré los ojos dejando que el amanecer me hiciera caer en un sueño profundo. En ocasiones, sólo en algunas ocasiones, quería que ese sueño no acabara y así quedarme en el limbo a salvo de la sed, la ira, frustraciones y la apatía que a veces me sumergía en sus aguas revueltas de mentiras, recuerdos y sensaciones que detestaba.

Es como caer al vacío, un vacío que te sostiene y te entrega lo mejor de él. El silencio se hace eco en la mente, mientras los murmullos van llegando. Palabras del exterior que te avivan imágenes que creías muertas, porque tú mismo te encargaste de borrarlas quemándolas en el pasado. Y sin embargo, todo vuelve rebobinándose como una vieja cinta de cassette y la canción se inicia mil veces, mientras una película en cine mudo aparece ante ti.

Recordaba sobretodo los cerezos en flor, sus ramas se movían en el viento tenue de la primavera. Parecían bailar lentamente o más bien peinar el aire, ofreciéndole a este su fragancia y belleza. El tacto de la hierba recién cortada bajo mis pies, el sol calentando mis mejillas y en mis manos mi vieja katana la cual hacía oscilar en el aire. Esos entrenamientos, momentos de calma justo antes del té caliente mientras contemplo la basta extensión de campo y la pequeña calzada que llevaba hasta el pueblo. Lejos, no muy lejos, un riachuelo fresco que transportaba carpas para la cena. Mi vieja casa, mi hermoso país... recuerdos que mi memoria no quería olvidar.

Fuera Frederick se debatía entre marcharse o quedarse, finalmente dejó la maleta en su sitio y se tumbó en la cama. El lecho de siempre, con los sueños comunes en su almohada y la sonrisa amarga en sus labios fríos. Él se quedó inmóvil, como muñeco, esperando que ella despertara para hacer su papel. No muy lejos el tráfico volvía a ser fluido, mientras se daba por desaparecido al camionero. En la ciudad todo volvía a ser rápido pero intenso, demasiadas almas de un lado a otro del semáforo. El mundo despertaba y yo comenzaba a soñar.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt