Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 18 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 4 - Luciérnaga nocturna de invierno - Parte I



CAPITULO 4.

Luciérnaga nocturna de invierno.

Paseaba de un lado a otro en su habitación. Fuera la nieve lo cubría todo. La noche había caído hacía unas horas, la lumbre de la chimenea de su cuarto era la única luz que existía en toda la casa. Su esbelto cuerpo, pero diminuto en proporciones, parecía la visión de otro mundo. Sus mejillas estaban sonrojadas, mientras su piel se confundía con el de su camisón blanco de encaje. Tenía los cabellos recogidos con un lazo blanco, era de raso y poseía un pequeño aplique con una rosa roja, tan roja como sus labios mordisqueados por la impaciencia. Entre sus manos portaba un relicario, sonaban sus cuentas chocando unas con otras, mientras el libro que estaba leyendo antes caía sobre las ropas de su cama, revueltas y aún calientes por haber acobijado su cuerpo. Estaba inquieta, pero ni siquiera sabía el motivo de esa inquietud que la tenía en vilo aquella noche, casi al filo de la madrugada.

El sonido de la caja musical acompañaba sus pasos, mientras sus dedos seguían inquietos danzando en el aire con las cuentas de aquel relicario. El leve tintineo daba alas a una bailarina con vestido rojo y alas de mariposa de tono pavo real y gris humo. Ella la contemplaba de vez en cuando, sonreía nerviosa y volvía la vista a la nieve. Sus ojos se veían cansados, pero con una triste esperanza que la ataba a la fantasía. Sus dedos terminaron parándose en el cristal de la ventana, jugando con la humedad que allí se agolpaba. Escribió su nombre junto al de Tenshi, sintiéndose así estúpida y a la vez más calmada. Parecía una niña queriendo jugar con muñecas, pero nadie le prestaba una. Veía todas las muñecas bailando, girando frente a ella dando un hermoso espectáculo, si bien ella esperaba a su ángel para danzar junto a ellas. El amor, el sentimiento más básico y complicado de todos, la estaba besando lentamente en los labios.

Mis dedos se movían inquietos, igual que los suyos, había propuesto a Frederick que hiciera las oportunas presentaciones. Las noches siguientes a su llegada fueron tomadas por ambos para conversar largamente, él seguía buscando la respuesta a sus dudas y yo a las mías. Sin embargo, optamos por despejarlas dándome a conocer. Mi cuerpo se desplazaba de un lado a otro, como si estuviera en medio de un vals palaciego y pudiera sentir la música sonando fuertemente.

Había elegido mis mejores galas, las cuales eran sencillas pero a mi justa medida y de una calidad extraordinaria. Mi camisa blanca de algodón era suave y estaba bien almidonada, el chaleco era negro, de terciopelo, y el traje. Escogí la capa negra y gruesa, con el forro de lana de ovejas merinas, porque entraría en la casa como si de una visita taciturna se tratara. Haríamos creer que había tenido simplemente premoniciones, que yo era un viejo conocido de su tío y nada más.

Horas atrás, nada más caer el sol, salí de cacería. Durante dos horas me convertí en un insaciable monstruo que recorrió las calles más desapacibles de la ciudad. Dos prostitutas dieron buena cuenta de mi sed, así como un joven ladrón y un mendigo. Cuatro personas en total calmaron mi nerviosismo, mientras ella descansaba tras un día de lectura agotador. Había enfermado días atrás, parecía más pálida de lo habitual, y yo llegaría para ofrecerle mi medicina otra vez como aquella noche. Un médico amigo de su tío, el cual la visitaba para ofrecer mi diagnóstico.

Terminaba de adaptarme al personaje que debía interpretar, pero jamás se me dio bien el engaño. Yo era un cazador, un alma en pena, que tomaba lo que quería y no jugaba a rondar a la presa como hacían otros. No sabía ser atento, mis modales eran escasos y mis ojos hablaban demasiado. Salí fuera para cubrirme de nieve, ensuciar mis caros zapatos italianos de barro y terminar algo helado. Rogaba que ella no me viera, Frederick dijo que la distraería llegada las doce y así fue.

Él entró en su habitación justo cuando yo salía al jardín, ambos nos cronometramos a la perfección. Comenzaron a conversar, le rogaba que aceptara que el médico la visitara y que estaba seguro que su buen amigo la ayudaría. Contó maravillas de mí, todas falsas, y sólo reparó a decir una verdad de entre tanta palabrería inútil. Comentó que yo estaba deseando de conocerla, pues siempre me había hablado de ella y prácticamente la conocía como él mismo.

Tal y como acordamos tras diez minutos fuera toqué el timbre, mis cabellos negros caían sobre mis hombros hasta mi cintura. La capa cubría por completo mi cuerpo, salvo mi cabeza y rostro, que parecían haber tomado color por culpa de mis víctimas de apenas unas horas. Mis dedos jugaban con el reloj de cadena, tan antiguo como puntual. Dentro ella se recostaba en la cama aturdida, no le agradaban los médicos ni el sistema sanitario habitual. Él se deslizaba por la escalera rogando que el plan surgiera, al menos me daría la oportunidad de ser feliz aunque fuera lejos de sus brazos.

Frederick abrió la puerta contemplándome con cierto dolor en su corazón, pero por otro se sentía aliviado por las charlas taciturnas de días atrás. Parecía más firme que la noche anterior, pues noté que aún tenía dudas. Me invitó a entrar con un leve gesto, así como sonrisa, para comenzar la actuación que ambos llevaríamos a cabo. Subimos por la escalera, él delante y yo detrás. Mis pies hacían crujir cada peldaño y mis manos acariciaban lentamente la barandilla. La nieve seguía cayendo fuera, así como el nerviosismo dentro de su frágil cuerpo.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt