Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 4 - Luciérnaga nocturna de invierno - Parte IV





Aceptó aquellas palabras de forma reconfortante, también con cierta nostalgia y felicidad de ser recordada con tanto cariño por alguien que amaba. Frederick para ella era el ideal masculino que tanto admiraba. Un hombre respetuoso, servicial, caballeroso y atento a las necesidades que ella podía tener en cualquier momento. El amor que profesaba hacia él era intenso y cálido, lo amaba como si fuera su padre y lo extrañaba cuando no sabía noticias suyas tras un par de días. Ambos estaban a su vez vinculados a mí, enamorados de mi presencia, y era duro admitir que aquel amor que se tenían se podía romper por mi causa.

Se relajó aproximándose a mí, abandonando entonces sus deseos entre mis brazos. Mis manos acariciaron su cintura y terminaron bajo la tela de su camisón. Noté la suavidad y calidez de su piel bajo las yemas de mis dedos, estos jugaban creando camino en sus rodillas hasta sus muslos. La zona interna de sus muslos, en sus inglés, el calor aumentaba junto a la suavidad de sus largas piernas. Aquella pequeña luciérnaga, faro en medio de la ventisca, era una tentación demasiado atractiva. La veía como la manzana que no pudo rechazar Adán.

Provoqué que emitiera un suave suspiro y un leve gemido, todo por mis caricias y los besos que comencé a ofrecerle. Mi boca se ancló en la suya, mi lengua se volvía peor que la de un reptil y mis deseos crecían con las mismas ansias que ella me abrazaba. Deseaba dejar de ser un caballero, para convertirme en un seductor frente a ella. Pero algo en mí me rogaba que esperara unas noches, que debía terminar de crear el ambiente propicio y por supuesto debía ser lejos de los oídos de mi buen amigo.

Me atraía como una sirena, podía no tener escamas pero su voz me atraía. La fragancia de su cuerpo, el calor que este desprendía, y la dulzura contenida en sus acciones, me provocaban hasta tal extremo que terminé cayendo sobre ella deslizando su ropa interior. Mi cuerpo cubrió el suyo, y el de ambos quedó bajo las sábanas blancas como los copos de nieve. Abrí sus piernas con cierta delicadeza, aunque mis manos ásperas se movieron rápidas hacia su sexo. Mis dedos palparon la abertura de su centro de placer, su inocente vagina la cual aún no había sido palpado por otro que no fuera yo.

Los pasos de Frederick ascendiendo por la escalera me apartaron de ella, la cubrí con las sábanas y me marché hacia la ventana. Contuve aquello que tanto deseaba, que ambos queríamos, por un sentimiento fuerte de hermandad hacia él. Sus mejillas estaban rojas y sus ojos cubiertos por el velo del deseo carnal, cuando la puerta se abrió y él simplemente actuó de forma habitual, salvo que en sus ojos yo podía leer el dolor que aquello le producía. Su decepción absoluta sobre mí, sobre todo lo que nos rodeaba, y el asco hacia las mentiras que teníamos que crear, formaba en él un duro nudo que no le permitía pasar saliva por su garganta.

Nadie está libre del dolor, de tragedias que no se pueden evitar, y ni mucho menos los humanos. Todos estamos condenados en un planeta inútil y decadente. Estamos vacíos y cuando sentimos que nos llenamos, que conseguimos tener algo que nos de esperanzas, suele ser un espejismo que se burla de nosotros. Son pocas las cosas amables que suceden en el mundo, escasos los logros que conquistamos, y el amor es tan delicado como una flor en plena nevada. Podemos perder todo lo que sentimos como si jugáramos a la ruleta y apostáramos todo a un número, si bien alcanzamos el cielo al hallar verdaderos sentimientos placenteros que nos dejan paz, la cual permanece aun cuando se acaban.

Me marché de aquella habitación, dejándolos a solas a ambos, para ocultarme entre los cimientos de la casa. Bajé apurado los peldaños hacia mi guarida, me senté en el escritorio e intenté dejar que mis manos expresaran la visión que poseía el mundo para mí. Quería apartarla de mi mente para sosegarme, aunque por breves e ilusorios minutos sentí una paz intensa en medio del ardiente placer de sus piernas.

“Las mentiras germinan en el paraíso, las flores se marchitan y el ángel solloza por su esclavitud. En este mundo lleno de mentiras brillantes, deseables y estúpidas, navegamos ciegos buscando a Medusa para quedar petrificados por la soledad. La codicia se presenta envuelta en papel de periódico, envuelta en una cinta dorada y con una tarjeta sin remitente. El tiempo es oro, no lo sabemos retener y desperdiciamos todo en discusiones más estúpidas que nosotros mismos. Somos luciérnagas atrapadas en un frasco, somos rompecabezas que les faltan piezas. Objetos inútiles que expanden su mediocridad cuando son usados, desperdicios que no reciclamos, sueños que olvidamos para no sentirnos vivos. Somos mediocres, vivimos en un mundo aún más patético y decadente que cualquier extraño sueño sin valor ni importancia. Giramos entorno a lo más insustancial y olvidamos lo necesario. Este señores, es el jardín salvaje... el que todos merecemos.

La poesía está muerta de pena y frío, la literatura se disfraza de película romántica con personajes pobres y mal redactada, las canciones se prostituyen olvidando para que fueron creadas, la melodía más comercial nos apacigua y la más compleja nos asfixia en remordimientos. Somos hijos de una cultura hecha con una pompa de aire, no hay nada y un día explotará por completo en nuestras caras como chicle pegadizo. El frío congela nuestros dedos cuando dejamos tontos mensajes en cristales llenos de vaho, pero no somos capaces de responder con calidez cuando se nos pregunta. La sencillez no vale si no está de moda, igual que la inteligencia o los temas políticos.

Hemos perdido la perspectiva, se apoderó el deseo insatisfactorio de gustar a los demás pero no a nosotros. Han ganado, señores, nuestros peores enemigos han ganado. Todos aquellos que nos venden sueños, porque ya no soñamos, han ganado. Igual que esos que construyen rascacielos donde se nos esclaviza quitándonos la originalidad, para luego inyectarla en forma de virus, han ganado. Hemos perdido la guerra, somos grises y vacíos. Hemos perdido el mundo, el mundo se ha vendido y nosotros tenemos la culpa. Somos unos pobres diablos que creímos ser especiales y vendimos la poca magia que teníamos por un par de piedras, las mismas con las que tropezamos.

Es la historia de siempre. Cuando conseguimos encontrar aquello que deseamos, que tanto ansiamos, tenemos que dejarlo ir por un momento o para siempre, sólo porque únicamente así podemos ver que ese sueño sigue creciendo. Ella es mi sueño, es lo poco que no tiene precio y que yo quiero otorgar valor. Deseo cuidarla, protegerla, y no me importa si debo hacerlo intentando cuidar la amistad que tanto tiempo me ha costado conseguir, asimilar y ofrecer.”

lunes, 19 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 4 - Luciérnaga nocturna de invierno - Parte II





Dedicado a la luciérnaga que habita en mis noches frías.



Frederick abrió la puerta contemplándome con cierto dolor en su corazón, pero por otro se sentía aliviado por las charlas taciturnas de días atrás. Parecía más firme que la noche anterior, pues noté que aún tenía dudas. Me invitó a entrar con un leve gesto, así como sonrisa, para comenzar la actuación que ambos llevaríamos a cabo. Subimos por la escalera, él delante y yo detrás. Mis pies hacían crujir cada peldaño y mis manos acariciaban lentamente la barandilla. La nieve seguía cayendo fuera, así como el nerviosismo dentro de su frágil cuerpo.

Quedé unos minutos en el pasillo que daba a sus habitaciones. Desde la primera noche no había regresado al piso superior, temía mis deseos de abrazarla y jurarle que no soñaba. Giré mi rostro hacia el enorme ventanal del pasillo, el cual daba al jardín, y mostraba como la nieve se iba adueñando de todo. Aquel manto blanco se acumulaba en el alfeizar de aquella ventana, así como en la copa de los altos árboles centenarios que nos rodeaban. Podía imaginarme a la Reina de las Nieves paseándose por allí, sonriendo dulcemente con cierta frialdad.

Los copos de nieve eran todos distintos, siempre lo asemejé a las personas. Pero, sin duda en ellos había belleza y en la mayoría de humanos sólo resplandecía la mediocridad. No había elegancia, no existía nada que pudiera encontrarse en un copo de nieve, salvo el frío que algunas personas transmitían. Frederick y ella me transmitían un contacto cálido, aunque sólo fuera pensando en sus vidas pequeñas e insignificantes para el resto.

La puerta de su habitación se había abierto, el pequeño crujido, de una grapa mal engrasada, y los pasos calmos e inseguros de Frederick, dieron buena cuenta de ello. Mis ojos se fundieron en el marco de la puerta, dejando que mi buen amigo entrar primero. Ella miró hacia la puerta, pues desde que se tumbó intentaba ver la nieve caer como yo había hecho.

-Aquí está mi amigo.-dijo en tono sosegado y masculino, dejando su frialdad en el último peldaño de la escalera. Con ella siempre fue delicado, a pesar de los sentimientos que le hacía sentir.

Entré en la habitación y escuché de inmediato su corazón bombear con violencia, sobresaltada se sentó en la cama contemplándome. Sus ojos escudriñaron cada trozo de mi rostro y cuerpo, mi apariencia la había visto en lo que ella creía sueños, fantásticas visiones de otros mundos, y que no debían existir en la realidad. Vi como sus manos se aferraron a las sábanas de la cama, pegándolas contra sus caderas. Sus piernas temblaron, de haber estado de pie hubiera caído desplomada.

-Su nombre es Tenshi.-susurró desconcertando aún más a su frágil mente.-No temas, no es como todos los doctores.

-Tiene una sobrina peculiar.-dije con un leve murmullo.-Su rostro me es familiar, pero supongo que pudimos habernos visto en otra vida o en sueños.-sonreí de forma ingenua y estúpida, pero mis palabras eran calculadas al milímetro.-Pequeña, tranquila.-dije acercándome a su cama con cautela.-Sólo revisaré tu salud.

Pude percibir cada pensamiento y sentimiento que brotaba de ella, parecía germinar un bosque denso de preocupaciones y delirios. Se aferró más a las sábanas, pero en segundos terminó aferrada a mi. Me abrazó sin miedo, con una necesidad parecida a la de aquella primera noche. Sus ojos eran mundos que no comprendía, no podía leer en ellos con claridad. Todo estaba tan desorganizado en su pasado que quedaba un velo de dolor, miseria y desesperanza en sus pupilas.

Su delicado cuerpo se veía de cristal, como las zapatillas de aquella princesa. Parecía romperse a trozos en mí, deshaciéndose cual azucarillo en medio de un café hirviendo. Su frente estaba caliente, más de lo habitual, y sus mejillas eran dos manzanas maduras. El aroma de su perfume me embriagaba, igual que el de su gel corporal. Toda ella se veía tentadora, entregada como un ángel al sacrificio de un demonio convertido en deidad.

Frederick se esfumó como el humo, desapareció de aquella habitación decorada para ella con mariposas de colores en la pared. Sabía que él la veía como una hija, su propia hija se entregaba al hombre que él amaba. Me veía como un amor inalcanzable, pero yo podía tocar el mío y tal vez ser feliz algunos años en mi triste mundo sanguinolento.

-Eres real, eres real.-repetía una y otra vez, mientras mis manos acariciaban sus cabellos como único consuelo.-Eres real, Tenshi.-murmuró.-Abrázame hasta que me duerma, abrázame.

-Soy real.-susurré llevando una de mis manos a mi chaqueta, sacando de esta un pequeño tubo de mi sangre mezclada con licores.-Yo te voy a sanar.-dije recostándola para ofrecerle la ampolla.-Bebe, bebe pequeña.

Me miró confusa aceptando aquel pequeño sorbo, su temperatura bajó de inmediato y sus mejillas sólo quedaron sonrojadas por mi mirada. La observaba como si fuera un ángel, el ángel que me envió un Dios para ofrecerme la paz que no hallaba en la sangre. Mis dedos acariciaban sus cabellos, revolviéndolos y después acomodándolos. El silencio hablaba por nosotros, como si fuéramos viejos amantes que con una mirada nos decíamos todo.

-Tú eres Tenshi, eres el ángel que vi de pequeña y has vuelto a venir a mí para cuidarme.-murmuró tomando una de mis manos, llevándola a su corazón para que notara su pulso frenético. Cada bombeo de este me provocaba deseos de beber de ella hasta la última gota, para luego ofrecerle el cobijo de mis brazos y una nueva vida. Comprendí entonces que mis deseos no eran otros que convertirla en mi compañera, una compañera eterna.-¿Lo notas? ¿Puedes notarlo? Aceleras mi corazón, sólo por saber que eres real y que me quieres. Porque eso siento en tus ojos, aunque sean extraños, lo siento tan dentro que quema.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 4 - Luciérnaga nocturna de invierno - Parte I



CAPITULO 4.

Luciérnaga nocturna de invierno.

Paseaba de un lado a otro en su habitación. Fuera la nieve lo cubría todo. La noche había caído hacía unas horas, la lumbre de la chimenea de su cuarto era la única luz que existía en toda la casa. Su esbelto cuerpo, pero diminuto en proporciones, parecía la visión de otro mundo. Sus mejillas estaban sonrojadas, mientras su piel se confundía con el de su camisón blanco de encaje. Tenía los cabellos recogidos con un lazo blanco, era de raso y poseía un pequeño aplique con una rosa roja, tan roja como sus labios mordisqueados por la impaciencia. Entre sus manos portaba un relicario, sonaban sus cuentas chocando unas con otras, mientras el libro que estaba leyendo antes caía sobre las ropas de su cama, revueltas y aún calientes por haber acobijado su cuerpo. Estaba inquieta, pero ni siquiera sabía el motivo de esa inquietud que la tenía en vilo aquella noche, casi al filo de la madrugada.

El sonido de la caja musical acompañaba sus pasos, mientras sus dedos seguían inquietos danzando en el aire con las cuentas de aquel relicario. El leve tintineo daba alas a una bailarina con vestido rojo y alas de mariposa de tono pavo real y gris humo. Ella la contemplaba de vez en cuando, sonreía nerviosa y volvía la vista a la nieve. Sus ojos se veían cansados, pero con una triste esperanza que la ataba a la fantasía. Sus dedos terminaron parándose en el cristal de la ventana, jugando con la humedad que allí se agolpaba. Escribió su nombre junto al de Tenshi, sintiéndose así estúpida y a la vez más calmada. Parecía una niña queriendo jugar con muñecas, pero nadie le prestaba una. Veía todas las muñecas bailando, girando frente a ella dando un hermoso espectáculo, si bien ella esperaba a su ángel para danzar junto a ellas. El amor, el sentimiento más básico y complicado de todos, la estaba besando lentamente en los labios.

Mis dedos se movían inquietos, igual que los suyos, había propuesto a Frederick que hiciera las oportunas presentaciones. Las noches siguientes a su llegada fueron tomadas por ambos para conversar largamente, él seguía buscando la respuesta a sus dudas y yo a las mías. Sin embargo, optamos por despejarlas dándome a conocer. Mi cuerpo se desplazaba de un lado a otro, como si estuviera en medio de un vals palaciego y pudiera sentir la música sonando fuertemente.

Había elegido mis mejores galas, las cuales eran sencillas pero a mi justa medida y de una calidad extraordinaria. Mi camisa blanca de algodón era suave y estaba bien almidonada, el chaleco era negro, de terciopelo, y el traje. Escogí la capa negra y gruesa, con el forro de lana de ovejas merinas, porque entraría en la casa como si de una visita taciturna se tratara. Haríamos creer que había tenido simplemente premoniciones, que yo era un viejo conocido de su tío y nada más.

Horas atrás, nada más caer el sol, salí de cacería. Durante dos horas me convertí en un insaciable monstruo que recorrió las calles más desapacibles de la ciudad. Dos prostitutas dieron buena cuenta de mi sed, así como un joven ladrón y un mendigo. Cuatro personas en total calmaron mi nerviosismo, mientras ella descansaba tras un día de lectura agotador. Había enfermado días atrás, parecía más pálida de lo habitual, y yo llegaría para ofrecerle mi medicina otra vez como aquella noche. Un médico amigo de su tío, el cual la visitaba para ofrecer mi diagnóstico.

Terminaba de adaptarme al personaje que debía interpretar, pero jamás se me dio bien el engaño. Yo era un cazador, un alma en pena, que tomaba lo que quería y no jugaba a rondar a la presa como hacían otros. No sabía ser atento, mis modales eran escasos y mis ojos hablaban demasiado. Salí fuera para cubrirme de nieve, ensuciar mis caros zapatos italianos de barro y terminar algo helado. Rogaba que ella no me viera, Frederick dijo que la distraería llegada las doce y así fue.

Él entró en su habitación justo cuando yo salía al jardín, ambos nos cronometramos a la perfección. Comenzaron a conversar, le rogaba que aceptara que el médico la visitara y que estaba seguro que su buen amigo la ayudaría. Contó maravillas de mí, todas falsas, y sólo reparó a decir una verdad de entre tanta palabrería inútil. Comentó que yo estaba deseando de conocerla, pues siempre me había hablado de ella y prácticamente la conocía como él mismo.

Tal y como acordamos tras diez minutos fuera toqué el timbre, mis cabellos negros caían sobre mis hombros hasta mi cintura. La capa cubría por completo mi cuerpo, salvo mi cabeza y rostro, que parecían haber tomado color por culpa de mis víctimas de apenas unas horas. Mis dedos jugaban con el reloj de cadena, tan antiguo como puntual. Dentro ella se recostaba en la cama aturdida, no le agradaban los médicos ni el sistema sanitario habitual. Él se deslizaba por la escalera rogando que el plan surgiera, al menos me daría la oportunidad de ser feliz aunque fuera lejos de sus brazos.

Frederick abrió la puerta contemplándome con cierto dolor en su corazón, pero por otro se sentía aliviado por las charlas taciturnas de días atrás. Parecía más firme que la noche anterior, pues noté que aún tenía dudas. Me invitó a entrar con un leve gesto, así como sonrisa, para comenzar la actuación que ambos llevaríamos a cabo. Subimos por la escalera, él delante y yo detrás. Mis pies hacían crujir cada peldaño y mis manos acariciaban lentamente la barandilla. La nieve seguía cayendo fuera, así como el nerviosismo dentro de su frágil cuerpo.

Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt