Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 18 de enero de 2012

Tenshi - Capitulo 7- Silencio de muñeca IlI



Mi mundo se redujo a mis viajes, escritos sobre ellos, el ataúd y la mansión alejada del mundo y cubierta por matorrales. La capilla era sólo el consuelo, como si pudiera conversar con los ángeles de los frescos y figuras allí reunidos. Me percaté que él había muerto y nadie lo recordaba, excepto nosotros. Si bien, no estaba seguro si ella había cicatrizado aquella perdida o si seguía viva. Ni siquiera sabía cual era el año en el cual me movía.

Las décadas para un vampiro es como los días de vacaciones para un niño, son intensas pero extremadamente cortas. Intenté hacer cuenta de cada año, viaje y palabra dicha. Recordaba las facciones de los hombres, mujeres y niños de los cuales había bebido de su sangre o compartido tan sólo una conversación breve. Tantas personas, tantos sueños y sufrimiento como mentiras, tanto para nada. Porque todos se reducían a un nombre y un rostro. Deseaba dar con ella nuevamente, ser yo quien me presentara ante su cuerpo algo menos joven y sus ojos aún destelleando misterio.

Jamás había sentido el peso de la soledad con tanta intensidad. Siempre había buscado el refugio de mi pasión hacia la raza humana, aunque los detestaba algo en mí los amaba con una intensidad similar a la de un amante. Eran mi alimento, pero también asombrosas criaturas que contemplar durante las largas noches de invierno y las breves del verano.

Fuera los insectos formaban una melodía parecida a la de un coro. Grillos y luciérnagas danzaban entre las zarzas, matorrales y flores silvestres que habían surgido salvajes en medio de mi viejo jardín. Las ramas de los árboles se mecían con calma, moviendo el pesado aire y la fragancia primaveral que embriagaba todo. Una vieja canción recorrió mis labios, la había escuchado hacía bastantes décadas. Sin embargo, recordé aquella letra como si aún sonara gracias al disco rodando por el vinilo.

Me levanté buscando aquel tocadiscos, estaba en una de los muebles del salón y lo hallé cubierto por una manta. Al encenderlo me percaté que aún estaba en buen estado. Los vinilos que estaban agrupados a su lado parecían viejas fotografías, recuerdos dolorosos y agradables a la vez. Busqué aquel vinilo con ansiedad, con mis dedos temblorosos y fríos. Al tomarlo entre mis manos acaricié las letras donde se podía leer con claridad “The Beatles”.

Recordé entonces la fecha, era 1969. Aquella banda que volvía locas a las jovencitas, y también a muchas madres, junto a melenudos que creían en un mundo más humano, y menos mecánico, se separaban. Let it be era su despedida y yo lo escuché en la radio de un taxi que me llevaba por las calles de Londres. Recordé las caras de algunos jóvenes al saber la noticia, parecían decepcionados. Sin embargo, tuvieron la gran suerte de conocer a uno de los grupos más influyentes de la historia de la música. Siempre me agradó la música de los Beatles, parecían tocados por un halo de poder cálido y dulce.

Durante dos noches puse aquella canción de forma incesante. La convertí en mi caja musical. Deseaba recordarme a mí mismo que había cosas que debía dejarlas ir, a ella la dejé ir para que volara lejos de mí. Si bien, desconocía si regresó alguna vez para encontrarme y yo no estaba. Aprendí una lección con la muerte de Frederick, si amas a alguien debes dejarlo ir. El daño estaba hecho con él, pero con ella todo podía ser distinto.

Lentamente hice mi vida como un ermitaño. Algunas personas de aldeas cercanas hablaban de mí, aunque ya no eran aldeas sino asentamientos numerosos y la ciudad se había vuelto un laberinto. No reconocía ni la mitad de las fachadas de aquellos altos edificios. Eran enormes construcciones no muy diferentes unas de otras, lo singular ya no existía. Si bien, los jardines cada vez eran más escasos. El mundo había cambiado demasiado y terminé lleno de miedo porque si la encontraba tal vez era una anciana, una mujer madura con la vida hecha a punto de acabarse.

Había despertado hacía más de dos horas, era primavera casi verano y las noches eran cortas. Sopesé la idea de ir a buscar un calendario, algún indicio de la fecha en la cual estábamos. Durante un par de largos minutos caminé de aquí para allá hasta que lo decidí. Cerca de donde vivía existía residencias de turismo rural. Podía entrar en una de las casas sin ser visto u oído, buscar un calendario o escuchar la televisión por si podía captar datos en algún canal. Podía incluso inspeccionar alguna revista, periódico o fecha de caducidad de algún producto de la nevera.

Caminé durante dos horas recordando el camino, cada árbol que aún se mantenía en pie y cada gran roca. El campo era lo único que parecía intacto, aunque había menos animales y algunas casas estaban restauradas. Las carreteras estaban mejor asfaltadas, pero lo esencial seguía allí. La calma del ambiente, el aroma de un horno de leña, la carne de la matanza secándose en las habitaciones de pequeñas casas dedicadas a los productos más auténticos, romero en la cocina recogido del monte y todas aquellas cosas simples de las cuales no nos percatamos. Era como regresar a un mundo perdido, un mundo que me había estado esperando.

Entré en una de las casas por la parte trasera. Era de unos aldeanos, llevaban un negocio de hostelería y aquella casa era la que usaban todo el año. Entré buscando algún periódico, algún producto donde ver la fecha de caducidad o simplemente un calendario. Deambulé por la estancia durante más de cinco minutos hasta que hallé una prueba de compra. Al ver la fecha inscrita en ella me sobresalté. Había pasado más de cuarenta años.

Salí conmocionado de aquella vivienda. Regresé a mi guarida tambaleándome, como si mi estado fuera febril y estuviera a punto de entrar en coma por culpa de una intoxicación etílica. Me sentía tan abrumado, descolocado y confundido. Había estado demasiado tiempo fuera, ni siquiera sabía si ella regresó y pensó que yo no lo haría jamás. Me sentía un imbécil por haberme marchado y a la vez aliviado, puesto que tal vez si hubiera permanecido en el mismo lugar, y ella no hubiera regresado, me hubiera vuelto loco.

El impacto fue terrible, me dejó dubitativo y miles de posibilidades rasgaban el cielo estrellado que comenzaba a clarear. Mis pasos estaban llenos de desánimo. Esperaba que tal vez hubiera pasado una década, pero no cuatro y de forma tan contundente. Había perdido la noción del tiempo nuevamente, como si los años no tuvieran importancia. Si bien, mi amor hacia ella seguía intacto y no me importaba si el tiempo había cubierto su rostro con arrugas, ella seguiría siendo la luciérnaga que jugaba en mi jardín.

Llegué a tiempo a mi guarida, pero el desánimo era evidente. Al deslizarme por las escaleras hasta mi ataúd sollocé. Los insectos y los trinos de los pájaros se mezclaron junto a mis lamentos. Mis dedos acariciaron la tapa de mi cofre, para después cerrarlo como si realmente yaciera en él un ser muerto. Tal vez, cientos de sueños murieron en mi interior pero seguía latiendo la llama de la esperanza. Tomé la decisión de buscarla, tenía que hacerlo, y lo haría siguiendo cualquier pista o dato.

Quedé en letargo pensando en un detective privado, uno que diera con ella sin que supiera siquiera que yo estaba tras sus huellas. Me pregunté como sería, si las canas ya habrían llegado a sus cabellos y el color de estos ahora. Temía que un hombre la hubiera tomado como amante, esposo y compañero. Me dolía tanto el pecho pues podíamos sentir dolor, a pesar de estar muertos, y mi corazón se aplastaba contra mis costillas explotando por el nerviosismo a causa de esos pensamientos.

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Lestat de Lioncourt