Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 16 de enero de 2012

Tenshi - Capitulo 7- Silencio de muñeca Il


Tras varios años, no sé cuantos en realidad, regresé a mi hogar. El jardín se había convertido en selva, pero aún el camino hacia la entrada seguía despejado. La capilla cerrada aún a cal y canto parecía desprender paz, la tumba de mi amigo estaba cubierta de frondosas hiervas y hojarasca. Dentro el polvo, los recuerdos y los muebles cubiertos por sábanas me esperaban. Me había ido y había dejado todo como si sólo fueran unas pequeñas vacaciones.

Había llegado la primavera, las lores daban un olor dulzón inclusive dentro de aquellas habitaciones que rezumaban un aroma a cerrado, polvo y recuerdos que se pegaban a mis lágrimas sanguinolentas. Lloraba sin poder contenerme. Frederick parecía estar esperándome, deseando que lo rodeara y susurrara que todo saldría bien a pesar que únicamente mentía. Era mi familia, él era lo único que me mantenía entre ambos mundos, y ella, mi dulce bailarina, el amor que no pudo ser. La presencia de mi buen amigo parecía jugar con mi imaginación, inclusive el eco de las marchitas palabras de Carolina rondaban mis oídos. Aquella casa tenía vida, sus vidas, y eso me producía confort a la vez que pánico.

Decidí sentarme en el sillón de lectura de Frederick. Sentí que los párpados me pesaban, por ello eché la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y dejé que el murmullo del silencio hablara. El crujido de las vigas, el frío entrando por la chimenea apagada, las viejas cenizas que no se habían limpiado, el tic-tac del viejo reloj y la oscilación de su péndulo provocaban que el ambiente me relajara. Estaba seguro que él seguía rondando la casa, lo comenté con ella cuando pasaron unos meses y su única respuesta fue que en ocasiones sentía que alguien la observaba, alguien que no era yo.

Estuve allí sentado hasta el final de la noche, regresé a mi guarida observando que no había cambiado ni un ápice, así como toda la casa, mi viejo ataúd. Acaricié su madera, también jugué con la tela que lo cubría y finalmente me tumbé deseando olvidarme de mis pesadillas. Durante años me habían perseguido, la imagen de Frederick colgado del techo, moviéndose como un junco con el viento, me producía escalofríos.

A pesar de ser un vampiro, de haber degollado a tantos y hundido mis colmillos incluso en niños, no podía olvidar su rostro desconsolado y la expresión de sus ojos mientras su pies flotaban sobre el suelo. Era una imagen que venía a mí en cualquier sueño, todos acababan con él danzando con la muerte y colgado en su cuarto. Por supuesto, también soñaba con ella. Sus pies estaban manchados de sangre, sus brazos se alzaban hacia el cielo cubierto por mil luciérnagas, mientras sus labios estaban sellados y sus ojos manchados por lágrimas negras. Ella era la muerte, la misma que celebraba un funeral cargado de dolor como ofrenda al amor que ambos se profesaban, un amor paterno-filial que se rompió dramáticamente.

Durante varios días recorrí la casa acariciando sus paredes, el papel pintado del aseo se estaba cayendo por culpa de la humedad. El espejo estaba sucio, prácticamente no me reflejaba y sonreí recordando las viejas leyendas que corrían acerca de los vampiros. El cuarto de Frederick seguía con sus cosas intactas, no faltaba ni siquiera el libro en su mesilla. Salvo que las manchas de sangre ya no estaban y tampoco la soga, por supuesto la cama estaba hecha. El cuarto de Carolina también parecía parado en el tiempo, como todo el lugar, pero al menos sus libros no estaban ni su ropa.

Recordé el cuento de la Bella Durmiente. Aquella princesa que dormía esperando que la despertaran con un cálido beso de amor, su reino había entrado en un letargo donde el tiempo no existía. Los segundos, minutos, horas hasta llegar a siglos quedaron congelados como si fuera un cubito de hielo. Incluso las aves parecían no continuar su vuelo, quedando en las ramas de unos árboles eternamente en primavera. Yo me sentía en un reino congelado en el tiempo. Era el superviviente, el monstruo que albergaba el lugar sin conocimiento que la dulce princesa ya había escapado. Todo un cuento de hadas tétrico, como eran realmente. Historias dolorosas, crueles y llenas de una carga oscura asfixiante.

Decidí abrir las ventanas, dejar que el sonido de los insectos entrara sumergiéndome en ellos junto a los aromas de las flores. Comencé a llenar el lugar de vida, limpié las habitaciones y dejé aquello con el esplendor de años atrás. Mis pies descalzos comenzaron a sentir la calidez de antaño, las maderas de la casa crujieron junto a las de aquella chimenea. A pesar que ya el ambiente no era frío, sólo fresco, decidí encenderla para quemar parte de los escritos que conservaba. Quería borrar de mi mente las palabras referidas a la muerte de mi buen amigo, pensando que de ese modo guardaría silencio mis labios y mis dedos. Junto a estos arrojé una rosa roja y un clavel, también rojo, en honor a la sangre que había derramado y al amor que me había concedido.

Mi mundo se redujo a mis viajes, escritos sobre ellos, el ataúd y la mansión alejada del mundo y cubierta por matorrales. La capilla era sólo el consuelo, como si pudiera conversar con los ángeles de los frescos y figuras allí reunidos. Me percaté que él había muerto y nadie lo recordaba, excepto nosotros. Si bien, no estaba seguro si ella había cicatrizado aquella perdida o si seguía viva. Ni siquiera sabía cual era el año en el cual me movía.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt