Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 14 de enero de 2012

Tenshi - Capitulo 7- Silencio de muñeca I


En breve acabará esta novela. Si no he publicado antes es porque mi pareja salía de viaje, me dediqué más a ella que a seguir publicando. Quería estar a su lado antes de estar 15 días sin poder contactar más que por algún posible mensaje.

Capítulo 7.

Silencio de muñeca.

Tras aquel día, tan terrorífico y doloroso, ambos dejamos de ser quienes fuimos. Yo me sumergía en la culpabilidad, nadaba en ella y me embriagaba de tal forma que mi descontrol aumentaba. Los asesinatos en la zona eran sobrecogedores. Solo me calmaba regresar a la mansión y contemplarla. Tocaba sus mejillas con mis dedos de asesino, besaba su frente rozando aquella atroz boca que tanto miedo le daba y la estrechaba entre mis brazos como si fuera una copa de delicado cristal. Ella sollozaba día y noche. Me amaba, sentía su amor y el sosiego que la sobrecogía nada más sentirme a su lado. Si bien, no hablaba. Perdió la voz. Pensaba que ella había matado las palabras de Frederick, le había hundido en el pasado, y si él ya no podía disfrutar de la vida ella tampoco lo haría. Ambos nos castigábamos, nos culpábamos.

Cada noche, no importaba si el tiempo era agradable o desapacible, salía hacia la capilla para rezar. Seguía siendo mi lugar sagrado, el único en el cual me sentía rodeado a pesar de estar solo. Cuando salía después de cada oración miraba la tumba de mi buen amigo, mis ojos se detenían en el pequeño montículo donde se hallaba su cuerpo. Deseaba desenterrarlo, sentir que seguía intacto y pegarlo a mí esperando que Dios obrara el milagro. Me preguntaba si sus pecados se habrían subsanado, o por el contrario lo habrían arrastrado hasta el infierno. Si bien, yo vivía mi propio infierno.

A cada paso que daba era más un demonio que un humano. Ella era la luciérnaga que me recordaba que la primavera podía seguir brotando, aunque las nieves nos cubrieran y el frío nos congelara. Era la luz de mi vida, en candil que iluminaba mis pasos. Y sin embargo, yo era la noche que la ahogaba. Ella se sentía prisionera de mis manos. No volvió a dejar que la besara como un amante, ni siquiera poder contemplarla desnuda. Si bien, bailaba para mí como si fuera una muñeca en una caja de música. Ella era la bailarina que movía el polvo de mis ideas, las mismas que sólo sucumbían en el placer de los recuerdos. Mi dulce ángel intentaba curar el pecado cometido, ser mi dulce mujer por siempre.

Una mañana decidió irse. Lo hizo en silencio, no dejó nota alguna. Pero sabía que se fue para regresar cuando pudiera soportarlo. Habían pasado dos años. El silencio era su respuesta. Guardaba mi secreto, el de Frederick y el suyo mismo. Se marchó para vivir lejos de su cargo de conciencia. Si bien, yo no la odié por ello. Comprendí que debía ser una pesada losa que caía sobre su frágil espalda. Me amaba como jamás me han amado, ni siquiera Frederick me amó tanto. Pero hay cosas que no se superan, sobretodo cuando uno se convence de tener la culpa incluso de la muerte de una mariposa en invierno.

Tras varios meses esperándola, como se espera con ansia al verano y sus amores, decidí marcharme. Recorrí el mundo con mis pies desnudos, como castigo y ofrenda. Deseaba sentir la naturaleza y todas las cosas que me brindaba la vida. Mis dedos tocaron barro, asfalto, brasas, cristales, losas rotas o mármol. Mis ropas eran negras, tan oscuras como la noche, y me cubrían como capa. Únicamente mi rostro blanco se podía vislumbrar en parte, porque en realidad sólo mi nariz y mis ojos, junto a parte de mi frente, eran visibles. Me transformé en muerte. Fui adorado como Dios por tribus indígenas que aún se desconocen. Me adentré en catedrales llenas de arte, en medio del Amazonas me oculté, entre el barro y la humedad, y en los cementerios fui el fantasma que cuidaba las lápidas que me cobijaban.

Tras varios años, no sé cuantos en realidad, regresé a mi hogar. El jardín se había convertido en selva, pero aún el camino hacia la entrada seguía despejado. La capilla cerrada aún a cal y canto parecía desprender paz, la tumba de mi amigo estaba cubierta de frondosas hiervas y hojarasca. Dentro el polvo, los recuerdos y los muebles cubiertos por sábanas me esperaban. Me había ido y había dejado todo como si sólo fueran unas pequeñas vacaciones.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt