Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 22 de enero de 2012

Tenshi - Capitulo 8- Luciérnagas en pleno amanecer. II



Las imágenes que él me mostró fueron de Carolina. Ella había regresado a buscarme, pero no me encontró. Decidió olvidarse de mí, como parecía haber hecho yo con ella. Decidió que era el momento de alejarse y ocultarse. Se casó con un hombre, el cual la dejó por culpa de los cuentos que narraba a su hijo. Pero eso fue después de recorrer el mundo como bailarina, ella cumplió su más preciado sueño.

Eran palabras, imágenes creadas por el discurso de una mujer recostada en una cama y aferrada a la esperanza. Su mano tenía un aspecto ocre, ceniciento, y la vida parecía escaparse de sus profundos ojos verdes. Reconocí el rostro, lo haría entre millones, y no pude controlar mi dolor. Mis lágrimas surgieron solas, porque estaba contemplando en los ojos de aquel muchacho, en sus recuerdos más recientes, el dolor agonizante de un alma a punto de caer en el paraíso.

-¿Qué ha sucedido?-balbuceé destrozado.

Su rostro se mostraba impasible, poseía una entereza propia de un ángel. Sus ojos me contemplaban con una mezcla de desprecio y preocupación. Me despreciaba porque tal vez para él mis lágrimas eran las de un criminal, un estúpido que no supo tener paciencia y que abandonó a su suerte a la mujer que le había dado la vida.

-Nada que a ti te interese.-su voz sonó gruesa, masculina y gélida.

Respondió frío como un témpano de hielo. Parecía implacable como un asesino en serie, uno de esos artistas de la locura y del desenfreno maquinado a la precisión. Un ser que parecía de otro mundo y se había quedado en este a la espera del Apocalipsis final, para así ver inalterable la muerte de cientos de inocentes.

-Sin embargo, sólo te diré que no busca que la sanes sino que estés ahí para poder verte por última vez. Sabe bien que eres tú quien está organizando los sucesos cruentos en la ciudad, yo te hubiera dado caza y para después diseccionarte. Sería un honor matarte.-añadió echando a caminar esperando que le siguiera.

-Soy un vampiro centenario, pero como todos cometo errores.-susurré dejando que mis pies rozaran el suelo, marcando un ritmo parecido al de aquel joven.

No llevaría mi sigilo habitual, sería un humano en compañía de otro más joven. Su aspecto de muñeco de porcelana me turbaba, así como sus ojos rasgados y su boca pequeña. Parecía una figura hecho para cometer los peores crímenes y ser bendecido por ello. Sus hombros estaban rectos, sus manos estaban dentro de los bolsillos de su pantalón.

-¿Está en el hospital?-pregunté tras varios minutos caminando por calles estrechas.

-Es una noche fría para una primavera que está a punto de morir, como mi madre.-dijo antes de alzar el rostro hacia las estrellas.-Parece que desean que sufra sus últimos días.-no había respondido mi pregunta, más bien la esquivaba.

-¿Está en el hospital?

-No.-susurró.-Ya te oí la primera vez.-comentó parando frente a un edificio que poseía la fachada en muy malas condiciones.

El moho por culpa de la humedad lo manchaba todo, la pintura estaba descascarillada y la puerta de acceso tenía la cerradura rota. La escalera por la cual subimos chirriaba, pero al entrar en el pequeño apartamento me sobrecogí. Todo era tan pequeño, cálido y de una belleza sutil que te hacía sentir en casa. Las alfombras persas regadas por el suelo cubrían las baldosas sueltas, las cortinas rojizas, con hermosos visillos blancos, ocultaban las rejas mohosas del balcón y el sofá estaba dispuesto para ocultar los desconches de la pared colindante. Aún así parecía un lugar lleno de dulzura, la suya, y eso me hizo dejar de llorar para sonreír con melancolía.

-Está en la habitación del fondo del pasillo, esperándote.-dijo mientras se sentaba en aquel sofá, encendiendo un cigarrillo y esperando que su mente volara lejos.

Caminé hacia el oscuro pasillo, al otro lado había un pequeño punto de luz generado por una lampara en la mesilla de noche. Junto a esta estaba la cama y ella tumbada con un rosario de cuentas negras. Sus manos fueron lo primero que vi, unas manos pequeñas y delicadas, para después enterrarme en sus ojos febriles.

-Mi ángel.-susurró.-Rezaba por ti.

-Deberías rezar por alguien que merezca la pena.-dije arrodillándome frente a la cama.

-Sigues tan joven como hace décadas, no has cambiado nada.-murmuró buscando mis manos, las cuales le tendía para poder sentirla más cerca y real.-Como no ha cambiado nada mi amor por ti, así como mi sentimiento de culpa.

-El culpable fui yo.-respondí.

-Yo sabía que Frederick te amaba, sin embargo no me importó arriesgarme y ser yo quien ganara. El dolor me aplastó con fuerza, igual que su voz en mi oído. No he dejado de escuchar sus palabras culpándome durante años. Incluso esta misma noche las he escuchado.-besé sus dedos y las palmas de sus manos.-Fui a buscarte pasados unos cinco años, pero tú ya no estabas. Regresé durante meses a la casa, esperaba que volvieras. Sin embargo, decidí seguir mi camino y viajé por todo el mundo. Esperaba verte entre el público de los grandes teatros. Sin embargo, la vida de una bailarina es corta y pronto dejé de ser profesional. Me casé y fui ama de casa, una madre y una estúpida que cada noche rezaba porque volvieras.-sonrió amargamente, tan amargamente que fue como un navajazo en mi corazón.

-Yo también viajé, pero me interné en lugares que el hombre común no quiere ver. Pude comprobar misterios alejados del conocimiento que el ser humano posee, mejoré mis cualidades y regresé sosegado esperando encontrarte. Pero entonces lo supe, había pasado mucho tiempo y la rabia por mi estupidez me hizo cometer crímenes demasiado cruentos.-colocó sus manos en mis labios, sellando de esa forma mi boca y parando mi confesión.

-Cuida de Andrés, necesita que le cuiden porque es incapaz de controlarse.-susurró antes de incorporarse lentamente, yo intenté ayudarla pero ella lo evitó.

Sus labios rozaron los míos, pronto nos fundimos en la pasión de hacía años. Sin embargo, noté como la fuerza se escapaba de su cuerpo y caía en mis brazos. Su corazón se paró y el tiempo con ella también. Deseé despertarla, pero ya ni siquiera mi sangre podría devolverle la vida. La recuperé para perderla nuevamente y esta vez para siempre. Había perdido por haber jugado mal mis cartas, por errores que conducían a otros aún mayores.

-¡Carolina!-grité empapando su rostro con mis lágrimas, así como su camisón blanco y sus cabellos aún negros.

-¡Madre!-escuché desde el salón, así como los pasos rápidos y turbados de su hijo.-¡Mamá!-finalmente su máscara fría cayó rompiéndose en mil pedazos, sus lágrimas brotaron como las mías y cayó arrodillado jalando de las mantas de la cama.

Sus puños se cerraron, sus hombros se encogieron y el corazón se aceleró bombeando sangre como lágrimas sus ojos. Le temblaba el mentón inferior, hipaba y sorbía sus mocos convertido en un niño. Junto a mí no tenía a un joven, sino a un niño que había visto como moría una luciérnaga en plena primavera.

Estiré mi brazo intentando acariciar sus cabellos, pero se apartó temblando. Al alzar su rostro la vi a ella reflejado en aquellos ojos café, así como lágrimas rojas como las mías. Ambos nos quedamos en silencio. No había palabras para ese descubrimiento. Sólo quedaba la confesión de dos hombres rotos en medio de una habitación cargada de muerte. Terminé tomándolo de la muñeca, jalando de él para abrazarlo y sentir su respiración agitada contra la mía.

-¿Por qué?-pregunté acariciando sus cabellos.-¿Por qué me odias tanto?

-¿Recuerdas unos meses antes de su marcha?-dijo en un murmullo.-Perdías la conciencia, llegaste a olvidarte quién eras y quién era ella. El dolor te podía tanto, porque no eras lo suficiente hombre. No tenías coraje, estabas hundido en la miseria y te olvidaste que ella estaba viva. La hiciste tuya en varias ocasiones, ella deseaba traerte de vuelta y tú no recordabas. Caíste en trance tantas veces, te olvidaste de todo inclusive de tus promesas, eso fue lo primero que borraste de tu memoria.-se aferraba a mí y a la vez deseaba marcharse, era una mezcla de emociones demasiado confusa y habitual en el ser humano.-Se marchó porque ya no podía soportarlo, pero tú seguro que no lo recuerdas.

-No, no lo recuerdo.-respondí antes de tomarlo por el rostro.-¿Cómo sabes todo eso? ¿Sabías todo eso y no me dijiste cuando nos hemos visto?

-Ahora te lo digo, con eso es suficiente.-susurró.-Y lo sé desde que soy un niño, aunque tampoco es que haya cambiado demasiado después de tanto tiempo.

Ni entonces ni ahora recuerdo esas noches cálidas en su cama. Sólo sé que estuvo meses a mi lado, prácticamente dos años, y que se marchó una noche dejándome a solas y sin luz. Intenté llenar mi condena durante décadas, pero con un roce de sus labios sentí que estaba perdonado y dispuesto para acariciar el cielo. Ella me había dejado un legado que se guarecía entre mis brazos, un niño en las tinieblas de aspecto dulce y fiero.

Esa misma noche la transportamos en silencio, con dolor y completamente rotos. La llevamos junto a la capilla, en mis propiedades, para enterrarla junto al que para ella fue su padre y mentor. Cuando su cuerpo tocó la tierra pude sentir que su alma al fin descansaba. Pétalos de cerezo, rosas y margaritas acompañaron su cuerpo, su camisón blanco manchado con mi sangre y la tierra del jardín en el cual la vi bailar en mis sueños. La bailarina se guardaba al fin en la caja musical, tal vez para vernos cuando el mundo ya no diera más de si y todos cayéramos como moscas.

Hace varios meses que todo esto ocurrió, cuando miro por la ventana siempre lo veo a él en las primeras horas de la noche. Parece un ángel custodiando el cuerpo de su madre. Sus labios recitan poemas, pero su voz no suena contra el viento. Ya ha llegado el verano más tórrido, pronto estará aquí el otoño y los árboles se colorearán como su cabello, en tonos castaños, rojizos y negros. Y todo eso sucederá mientras ambos intentamos comprendernos y conocernos sin reproches.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt