Había pasado algún tiempo, realmente
perdí la cuenta. Y de nuevo, él estaba allí. Parecía aquel ángel
de la Iglesia, pero con ropas modernas y limpias. Sus mejillas
estaban coloreadas por la primera víctima de la noche. En sus ojos
noté sorpresa, pero a la vez parecían apagados. Se notaba
melancólico, aunque siempre tuvo ese ligero aire de niño perdido en
medio de las brumas.
-Armand.-dije encaminándome hacia él,
con pasos firmes y cortos.-Ha pasado mucho tiempo.-susurré
quedándome frente a él, acariciando sus hebras de fuego, para luego
sonreír antes de abrazarlo.
-Ha pasado más del que yo había
deseado esta vez.-murmuró.-¿Sigues con tus locas ideas de ser santo
o se perdieron por el camino?
-Las locas ideas del pasado quedan
atrás, todo atrás. Ahora, sólo deseo vivir los cambios
revolucionarios de este siglo y cobijarme entre los jóvenes
sintiendo ese renacer de los viejos ideales. Tengo deseos de
convertirme de nuevo en un artista, en alguien que admiren. Sabes que
yo sin seguidores me siento solo, a pesar que todos me arropéis.-reí
antes de apartarme y apoyar mis manos en sus hombros.-Te veo bien.
-¿Cómo deseabas verme?-preguntó con
una leve sonrisa.-Siempre buscas una excusa para quebrantar normas,
hacer lo que desees y terminar saliéndote con la tuya. El maestro te
detendrá.-lo último lo dijo como si lo cantara, porque sabía que
Marius jamás me dejaría hacer una locura más que nos delatara.
-No lo sé, no sé como deseaba verte.
Pero he recordado la primera vez que nos encontramos.-dije notando
que su gesto cambió, así como se giró y echó a caminar lejos de
mí.
-Sabes que esa etapa de mi existencia
aún me perturba, que todo lo que sucedió en los años siguientes me
hizo sentir...-se giró y me miró.-¿Por qué tú y no yo?
-Ya hemos discutido mil veces ese
asunto.-respondí notando que sus ojos parecían los de un niño.
-Armand...-susurré antes de tomarlo
por los brazos y pegarlo a mí.-Deja que sienta tu frío y duro
cuerpo contra el mío, deja que te abrace como si fueras un hermano y
que pueda sentir tu dolor. Que pueda sentirlo, así como los celos
que te hirieron.
-No eran celos, simplemente me dolió
que él no me explicara que seguía vivo.-respondió apresurándose a
desmentir lo que todos sabíamos.
-Armand, te he encontrado en esta
ciudad... Nueva York. Una ciudad que está llena de almas, pero no
como la tuya.-murmuré acariciando sus cabellos.
-Aún no estoy convencido de eso.-dijo
en un murmullo.-Pero digamos que te creo ¿por qué querías
encontrarme en esta ciudad llena de almas?
-Quería saber qué nuevas travesuras
has estado haciendo.-dije sonriendo al notar que sus ojos volvían a
tener esa magia especial.
-He descubierto un nuevo aparato, un
aparato que es el divertimento de los jóvenes de hoy. Se juega con
el cuerpo, tú eres la barita o mando. Es como magia. Incluso tengo
una mascota virtual. Sin embargo, ahora no funciona.-dijo frunciendo
el ceño
-¿Qué hiciste?-interrogué alzando
una de mis finas cejas.
-Nada.-respondió negando lo
evidente.-Unas mejoras.
-La abriste, lo hiciste. Destrozaste la
consola para ver qué había dentro y cómo se formaba esa magia.-él
agachó la mirada y al alzarla sus ojos parecían romper a
llorar.-Oh, Armand...
-¿Entonces? ¿Mi mascota virtual?-dijo
agarrándome del brazo.-¿Ya no podré jugar?
-Veremos si encontramos quien lo
arregle, pero mejor compra otra y esta vez déjala tal y como
compraste el producto... no lo abras.
Caminaba con él por la calle, como si
se tratara de un niño perdido y yo de su acompañante. Pasé mi
brazo sobre sus hombros y sonreí notando la dulce brisa que corría
por aquellas calles de Nueva Orleans. Estábamos de nuevo juntos, no
sabía cuándo se rompería la magia de soportarnos. Él siempre me
había deseado como un niño que quiere un juguete, pero sabía que
después de tenerme a su lado unas largas horas mi presencia era
insufrible. Yo jamás lo podría contemplar de otra forma que la de
un ángel un tanto cruel, muy caprichoso y a veces con una curiosidad
típica de un gato.
-Acompáñame esta noche, por
favor.-dijo tomándome de las manos, sonriéndome de forma
encantadora y haciéndome perder por completo la conciencia.
¿Cómo negarme? ¿Cómo? Ya lo había
hecho años atrás, en muchas ocasiones le había negado aquello. Si
bien, me vi tentado a concederle ese capricho y otorgarle mi compañía
sin contemplaciones ni barreras. Me abrazaría a él, tomaría su
mano y dejaría un beso sobre sus cabellos si así lo deseaba.
Hice que me acompañara hasta mi
apartamento. Había adquirido recientemente una vieja casa señorial,
la había reformado sin quitarle la belleza de otras épocas, de mi
época. Los muebles estaban situados de forma estratégica para que
todo fuera más amplio, y por supuesto eran altamente lujosos. No me
reprimí en ningún detalle, ni en gasto alguno. Estaba eufórico
cuando pensaba en aquel apartamento, sobretodo en el piano cercano a
uno de los grandes balcones cargados de macetas que tendrían flores
todo el año.
Permití que pasara detrás mía, como
si fuera un niño perdido en plena ciudad y ahora un buen samaritano
le diera consuelo. Cerré la puerta tras él y me saqué la chaqueta.
Él se quedó contemplando todo, con su curiosidad habitual. Y por
supuesto, no tardó en dar con las pequeñas cosas tecnológicas que
había adquirido por mero impulso.
Dejé las llaves en un cenicero,
cercano a la entrada, para después descalzarme y sentirme aún más
cómodo. Él sin embargo, se aproximó al piano acariciándolo
mientras miraba mis lienzos. Había comprado algunas pinturas en
subastas prestigiosas, pero otros eran de talentos verdaderamente
desconocidos y maravillosos.
Se veía como un niño, realmente era
prácticamente eso cuando fue convertido, y yo un joven arrogante y
pretencioso que siempre lo deseché. Él me deseaba, como deseaba un
juguete, y yo sería su juguete esa noche.
Mis manos llegaron a las hebras de
fuego de su cabello, acariciándolos lentamente mientras sonreía
leve. Ese cabello que parecía hecho de seda, pura seda, y que en
esos momentos se enredaban en mis dedos. Parecía componer entre
ellos una melodía desconocida y a la vez tan común en mis sentidos
que despertaron mi pasión.
Dejé sus cabellos para acariciar sus
hombros mientras besaba sus mejillas, su cuello y finalmente bajo su
mentón. Él simplemente se dejaba hacer con los ojos cerrados y una
sonrisa lasciva. Estaba logrando hacer que me rindiera frente a él.
Lo giré lentamente y sus manos fueron a los botones de mi camisa,
quitándolos con cuidado.
-Sin miedos Armand, soy todo tuyo esta
noche.-dije tomándolo del mentón para saborear sus labios. Estaban
cálidos, no hacía mucho que había bebido de algún pobre infeliz.
Mis manos se colaron bajo su camiseta,
acariciando el borde de su pantalón, para terminar sacándosela, así
como él hizo que mi camisa cayera a un lado, sobre la alfombra. Lo
tomé de la mano y me senté al piano, permitiéndole que me
acompañara.
Sus labios al fin besaban mi cuello
mientras mis dedos tocaban una sinfonía olvidada para él, una
inspirada en Bach pero con arreglos hechos por mí en un momento de
delirio. Pronto una de sus manos se dirigió al cierre de mi
pantalón, poco a poco hizo que la cremallera cediera y sus dedos
pudieran colarse entre la ropa.
-Deja que te de las gracias por tu
compañía.-murmuró cerca de mi oído, para luego inclinarse
mientras sacaba mi miembro.-No dejes de tocar.-lanzó a mi mente
mientras su lengua se dedicaba a complacerme.
Cerré los ojos visualizando la
partitura, dejando que mis dedos se movieran por si solos, y que la
parte baja de mi cuerpo se dejara llevar por su boca. Pronto estuve
moviendo mis caderas y él arrodillado frente a mí. Nada más acabar
la partitura bajé una de mis manos hacia su cabeza, comencé a dejar
caricias sobre sus cabellos y terminé pegando más su boca a la base
de mi miembro.
-Dame placer Armand.-dije con voz
quejumbrosa, disfrutando de aquellos labios tan suculentos.
Terminé apartándolo de mi miembro
firme y húmedo por su saliva. Él sonreía complacido esperando que
yo le hiciera disfrutar. Acabé levantándome para arrastrarlo hasta
mi habitación. Una habitación que estaba decorada al estilo Luis
XVI. Allí lo recosté en la cama, después de acabar por arrancarle
la escasa ropa que le quedaba.
Mi boca y mi lengua dieron buena cuenta
de su piel, sobretodo la de sus nalgas. Quedó de espaldas a mí en
aquel colchón, entregándomelas sin pudor alguno. No podía, más
bien era imposible, no sentirse tentado a morderlas mientras
estimulaba su miembro. De sus labios se podía escuchar sonoros y
profundos gemidos.
Pero me aparté, lo bajé del colchón
y tan sólo coloqué parte de su cuerpo sobre este. De ese modo abrí
sus piernas y entré de una estocada. Pude sentir como se cortó su
aliento y escuchar después un desquiciante gemido.
-Has sido un niño muy malo
Armand.-dije con burla mientras lo atraía hacia mí con mis manos,
mientras alejaba mi pelvis de él.
Notaba como temblaba y veía como
tiraba de las sábanas, sus gemidos se volvieron más continuos y
desquiciantes. La locura se estaba produciendo y yo ya era preso de
ese placer que esta regalaba. Mis caderas parecían descontroladas,
mientras su espalda se arqueaba y los músculos de sus brazos se
contraían. Incluso noté lágrimas de placer en sus ojos llenos de
lívido, mientras sus labios no podían cerrarse ni un sólo segundo.
-Les... Les... ¡Lestat!-gritó
manchando finalmente mi cara sábana de satén rojo tinto.
Su esfínter hizo guillotina a mi
henchido miembro, tan duro y deseoso de él, que terminé dentro
notando aquella maravillosa presión. Grité mi placer en un gemido
ronco, para después saborear el sudor sanguinolento que cubría
incluso la zona superior de mis labios.
Hacía tanto tiempo que no sentía esa
clase de placeres mundanos que me sentí vivo de nuevo. Aunque no era
mi amado Louis, él me dio esa vida que tanto deseaba. Terminamos
entrelazados entre las sábanas de mi cama, sintiendo el cuerpo del
uno contra el del otro... hasta entrado el siguiente atardecer.
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Los personajes pertenecen a Anne Rice, esto es sólo un fanfic en tributo a sus novelas y personajes.
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