-Mi Jardín Salvaje, mi vida y obra-
dijo con una leve sonrisa sentado en el diván de una de las
numerosas salas. Estaba a solas contemplando las molduras y las
numerosas estanterías llenas de recuerdos.
El olor infantil viajaba por las
estancias cercanas, pues la habitación de sus hijos no estaba lejos,
y Louis tarareaba una canción que él desconocía pero que tenía
una melodía encantadora. Las cunas se mecían suavemente y creaban
un sonido único en la mansión, el cual escuchaba con detenimiento.
Abajo, en el gran salón, estaban la
mayoría de los que apreciaba y muchos de ellos observaban como
Armand estaba inmerso en silencio observando como se entretenían e
intentando hallar como conseguir que su experimento saliese adelante.
Marius discutía, sin duda, con Mael, como no, mientras Avicus y
Pandora habían decidido bailar mientras Gabrielle observaba un nuevo
mapa ¿dónde iría? Todos tenían sus preocupaciones creando un
microclima agradable. Las voces de los humanos, tan chillonas en
ocasiones, esa noche eran muy lineales y sus risas refrescantes, sin
duda.
-¿Crees que podríamos viajar en éstos
días?-preguntó Quinn con gesto dolido-. No soporto mucho estar por
aquí.
-No, aún no- respondió con simpleza-.
¿Ya te quieres ir? Sólo hace unos días que fuimos unas horas a New
York para que cumplieses el capricho de caminar por sus calles.
-No sé- dijo encogiéndose de hombros-
Me gustaría ir a Las Vegas. Una vez fuiste, recuerdo como me
contaste las semanas eternas de juerga donde dejaste de ser tú para
ser alguien diferente. Una noche continua llena de licor, sangre,
chicas atractivas y campanillas.
-No, no- negó entre carcajadas- Ahora
no puedo hacer eso, Louis me aniquilaría y se marcharía con los
niños- comentó- Además, Rowan me necesita más que nunca.
-¿Y si salimos?-preguntó ansioso.
-Saldremos entonces, quizás en el
Santuario esté Petronia y pueda hablar con ella- un gesto molesto
cruzó el rostro de Quinn.
-Oh, vamos hermanito- dijo con soltura
echándose a reír- Es divertido como os peláis igual que niños
pequeños.
-Se nota que es a ti a quien no golpea.
Las carcajadas de Lestat eran terribles
y se alzaban por toda la sala prendiendo la tranquilidad aparente.
Tarquin estaba sentado en un sofá de piel con un libro sobre sus
muslos y una expresión apática. Realmente no comprendía como podía
saborear su frustración, realmente no lo comprendía.
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