Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 28 de mayo de 2013

La mujer de mi vida

La mujer de mi vida
D. TALBOT
JARDÍN SALVAJE



Llovía de nuevo. Los muros se empapaban. Los dondiegos del jardín soportaban firmemente aquella lluvia de primavera. No hacía frío, pero para nada sentía frío al sentir su cuerpo junto al mío. De nuevo había ocurrido. Despertar en medio de una noche de lluvia con ella enredada en mi cuerpo, con la sábana a penas cubriendo su cuerpo de mujer y sus cabellos revueltos acariciando mi nariz con sus puntas.

Tenía su espalda cubierta de diminutas pecas, la misma que parecía de porcelana, descubierta y uno de sus senos se hallaban a mi vista. Su pierna derecha estaba alzada por la cadera, aunque plegada por la rodilla, y subida sobre mi costado. Sentía sus pequeñas manos contra mi cuerpo; una de ellas, la diestra, estaba sobre mi torso acariciando el escaso vello de mi pecho, y la otra acariciaba mi oreja jugueteando con mi patilla. No estaba dormida, pues me miraba con aquellos enormes ojos verdes, y sentí que el mundo era perfecto.

No tenía sensación alguna de ahogo o miedo, tan sólo una libertad absoluta que ni siquiera el poder transmitido por Lestat me había ofrecido. Su boca era apetitosa. Tenía unos labios perfectos y perturbadores con una sonrisa que jamás he logrado descifrar. Sentí su nariz diminuta contra mi mejilla y esa boca, esa tentadora boca, acabó buscando mis labios con un suave beso que me hizo alcanzar la felicidad más tonta y duradera que jamás había sentido.

De la nada empezó a reír incorporándose sobre mí, acariciando mis caderas y costados con sus largas uñas. Pude sentir el escaso vello de su pubis rozando mi vientre y como su el dedo índice de la mano derecha realizaba un arañazo desde mi lóbulo izquierdo hasta mi ombligo. Movió su cadera suavemente y gimió como si la penetrara, igual que una fiera salvaje se despierta y pide atenciones. Había sido mía la noche anterior, casi cuando asomaba el amanecer, y en medio de aquel crepúsculo, ya que aún el sol parecía no querer morir allá fuera, buscó un camino de besos por mi torso hasta mi vientre.

Vi como reptaba arrojando las sábanas sobre ella, pero las puntas de sus cabellos rojos quedaron como un sendero indicando donde estaba. Pronto sentí sus labios rodeando mi glande y no tardé en aferrarme a la ropa de cama. Esa boca apetitosa apretaba con deliciosa precisión la parte más sensible de mi anatomía. Su lengua descubrió la piel que lo protegía y dejó suaves lametones en el meato. Cerré los ojos y dejé que mi cuerpo se hundiera en el colchón mientras llevaba mis manos a su cabeza, aún oculta por las sábanas. Sin embargo, acabé por tirar de ellas y al verla allí, engullendo aquella parte de mí, sentí deseos de colmarla de besos rogándole que prosiguiera. Aunque bien sabía que no había necesidad.

Su lengua se pasó por toda la extensión hasta la base de éste, donde mi vello rozó su nariz y fue acariciado por su aliento. Sentí como las venas ahogaban el músculo y éste se tensaba ofreciéndole mayor tamaño. Sus dedos acariciaban mis muslos, ingles y vientre mientras los míos se enredaban en sus cabellos sin dejar de jadear recordando cuanto la deseaba. Mis ojos estaban frenéticos al poder contemplarla completamente cautivo.

-David- gimoteó al sacar mi miembro de su boca- Oh, David ¿me amas?-preguntó con una sonrisa traviesa con aquel rostro salpicado con pecas- ¿Me amas?-dijo apretando con su mano derecha el húmedo trozo de carne que la tentaba a ser pecaminosa.

-Sí...-llegué a jadear- Sí...

-Dame tu sabor -fue lo único que dijo antes de empezar unas chupadas demasiado fuertes, como si me ordeñara, y finalmente me hizo eyacular en su boca saboreando así lo que tanto quería.

Tumbado en la cama, casi inconsciente por la tensión y el placer, escuché su risa y como rozaba su sexo con el mío. Estaba húmeda y caliente. Podía oler sus fluidos desde donde me encontraba. Y pronto, ayudado por su descaro, también entre mis dedos de la mano derecha. Los sentí hundirse en ella mientras gemía mirándola desde mi posición privilegiada.

En un momento vulnerable la recosté en la cama besando su largo cuello y sintiendo sus pechos contra mi torso. Esos pezones rosados y duros, tan duros como grandes para sus pequeños pechos, rogaban ser mordidos y eso hice. Mis besos se impusieron a su intento torpe de volver a recostarme. Mis manos eran rápidas y acariciaban su prieto trasero colando un par de dedos mientras hacía lo mismo con su vagina. Ella gemía provocando que la quisiera de nuevo, lo cual hice entrando en ella tan duro y firme que hice que chillara.

-Quiero ser tu puta en la cama y tu dama en la calle- dijo en un susurro pegando su boca a mi cuello y tras un largo beso en mis hombros, y un roce sutil hasta mi oreja derecha, dejó ese genuino mensaje que me hizo ser aún más brusco y bárbaro que antes.

Nuestras voces se mezclaban del mismo modo que nuestra sangre. Juro que mis colmillos rozaron su boca y se clavaron en sus labios perforándolos. Ella hizo lo mismo con los míos y nuestra sangre se mezcló. Podía notar como mi vientre palpitaba y bombeaba deliciosos escalofríos por toda mi columna vertebral. Ella me arañaba como una fiera enjaulada. Mona Mayfair, mi dulce y erótica niña.

Eyaculé nuevamente, pero esta vez muy dentro de ella. La cama se desplomó cayendo al piso y formando un gran estruendo. Ella gimió como si la hubiese partido en dos y al salir tuve que tocar mi propia esencia, porque ella me tomó de la muñeca y me hizo humedecer dos de mis dedos. La miraba embelesado y acalorado, justo cuando sacó mi mano de ella y la llevó a sus labios lamiéndolos, succionándolos y volviéndolos a humedecer mojándolos en ella. Lo hizo en varias ocasiones, justo antes de tirarme al colchón y lamer mi sexo hasta dejarlo limpio de los restos de nuestra pasión.

-Quiero quedar embarazada, David. Quiero que sea un niño y sea fuerte, tanto como lo fue tío Julien- me susurró antes de caer rendida entre mis brazos- Si lo logramos juro no marcharme de tu lado y tenderme en la cama para que me ofrezcas todo lo que un caballero contiene al ver a una mujer como yo. Porque te lo he dicho, quiero ser una puta en tu cama- besó mis mejillas mientras aún intentaba digerir aquella breve conversación.


Jamás me pregunté si deseaba ser padre, pero sin duda me sentiría dichoso que fuese con ella. Y así fue, semanas más tarde me ofreció pruebas realizadas en el Instituto Mayfair. Ella estaba en cinta y por supuesto yo era el padre.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt