La mujer de mi vida
D. TALBOT
JARDÍN SALVAJE
Llovía de nuevo. Los muros se
empapaban. Los dondiegos del jardín soportaban firmemente aquella
lluvia de primavera. No hacía frío, pero para nada sentía frío al
sentir su cuerpo junto al mío. De nuevo había ocurrido. Despertar
en medio de una noche de lluvia con ella enredada en mi cuerpo, con
la sábana a penas cubriendo su cuerpo de mujer y sus cabellos
revueltos acariciando mi nariz con sus puntas.
Tenía su espalda cubierta de diminutas
pecas, la misma que parecía de porcelana, descubierta y uno de sus
senos se hallaban a mi vista. Su pierna derecha estaba alzada por la
cadera, aunque plegada por la rodilla, y subida sobre mi costado.
Sentía sus pequeñas manos contra mi cuerpo; una de ellas, la
diestra, estaba sobre mi torso acariciando el escaso vello de mi
pecho, y la otra acariciaba mi oreja jugueteando con mi patilla. No
estaba dormida, pues me miraba con aquellos enormes ojos verdes, y
sentí que el mundo era perfecto.
No tenía sensación alguna de ahogo o
miedo, tan sólo una libertad absoluta que ni siquiera el poder
transmitido por Lestat me había ofrecido. Su boca era apetitosa.
Tenía unos labios perfectos y perturbadores con una sonrisa que
jamás he logrado descifrar. Sentí su nariz diminuta contra mi
mejilla y esa boca, esa tentadora boca, acabó buscando mis labios
con un suave beso que me hizo alcanzar la felicidad más tonta y
duradera que jamás había sentido.
De la nada empezó a reír
incorporándose sobre mí, acariciando mis caderas y costados con sus
largas uñas. Pude sentir el escaso vello de su pubis rozando mi
vientre y como su el dedo índice de la mano derecha realizaba un
arañazo desde mi lóbulo izquierdo hasta mi ombligo. Movió su
cadera suavemente y gimió como si la penetrara, igual que una fiera
salvaje se despierta y pide atenciones. Había sido mía la noche
anterior, casi cuando asomaba el amanecer, y en medio de aquel
crepúsculo, ya que aún el sol parecía no querer morir allá fuera,
buscó un camino de besos por mi torso hasta mi vientre.
Vi como reptaba arrojando las sábanas
sobre ella, pero las puntas de sus cabellos rojos quedaron como un
sendero indicando donde estaba. Pronto sentí sus labios rodeando mi
glande y no tardé en aferrarme a la ropa de cama. Esa boca apetitosa
apretaba con deliciosa precisión la parte más sensible de mi
anatomía. Su lengua descubrió la piel que lo protegía y dejó
suaves lametones en el meato. Cerré los ojos y dejé que mi cuerpo
se hundiera en el colchón mientras llevaba mis manos a su cabeza,
aún oculta por las sábanas. Sin embargo, acabé por tirar de ellas
y al verla allí, engullendo aquella parte de mí, sentí deseos de
colmarla de besos rogándole que prosiguiera. Aunque bien sabía que
no había necesidad.
Su lengua se pasó por toda la
extensión hasta la base de éste, donde mi vello rozó su nariz y
fue acariciado por su aliento. Sentí como las venas ahogaban el
músculo y éste se tensaba ofreciéndole mayor tamaño. Sus dedos
acariciaban mis muslos, ingles y vientre mientras los míos se
enredaban en sus cabellos sin dejar de jadear recordando cuanto la
deseaba. Mis ojos estaban frenéticos al poder contemplarla
completamente cautivo.
-David- gimoteó al sacar mi miembro de
su boca- Oh, David ¿me amas?-preguntó con una sonrisa traviesa con
aquel rostro salpicado con pecas- ¿Me amas?-dijo apretando con su
mano derecha el húmedo trozo de carne que la tentaba a ser
pecaminosa.
-Sí...-llegué a jadear- Sí...
-Dame tu sabor -fue lo único que dijo
antes de empezar unas chupadas demasiado fuertes, como si me
ordeñara, y finalmente me hizo eyacular en su boca saboreando así
lo que tanto quería.
Tumbado en la cama, casi inconsciente
por la tensión y el placer, escuché su risa y como rozaba su sexo
con el mío. Estaba húmeda y caliente. Podía oler sus fluidos desde
donde me encontraba. Y pronto, ayudado por su descaro, también entre
mis dedos de la mano derecha. Los sentí hundirse en ella mientras
gemía mirándola desde mi posición privilegiada.
En un momento vulnerable la recosté en
la cama besando su largo cuello y sintiendo sus pechos contra mi
torso. Esos pezones rosados y duros, tan duros como grandes para sus
pequeños pechos, rogaban ser mordidos y eso hice. Mis besos se
impusieron a su intento torpe de volver a recostarme. Mis manos eran
rápidas y acariciaban su prieto trasero colando un par de dedos
mientras hacía lo mismo con su vagina. Ella gemía provocando que la
quisiera de nuevo, lo cual hice entrando en ella tan duro y firme que
hice que chillara.
-Quiero ser tu puta en la cama y tu
dama en la calle- dijo en un susurro pegando su boca a mi cuello y
tras un largo beso en mis hombros, y un roce sutil hasta mi oreja
derecha, dejó ese genuino mensaje que me hizo ser aún más brusco y
bárbaro que antes.
Nuestras voces se mezclaban del mismo
modo que nuestra sangre. Juro que mis colmillos rozaron su boca y se
clavaron en sus labios perforándolos. Ella hizo lo mismo con los
míos y nuestra sangre se mezcló. Podía notar como mi vientre
palpitaba y bombeaba deliciosos escalofríos por toda mi columna
vertebral. Ella me arañaba como una fiera enjaulada. Mona Mayfair,
mi dulce y erótica niña.
Eyaculé nuevamente, pero esta vez muy
dentro de ella. La cama se desplomó cayendo al piso y formando un
gran estruendo. Ella gimió como si la hubiese partido en dos y al
salir tuve que tocar mi propia esencia, porque ella me tomó de la
muñeca y me hizo humedecer dos de mis dedos. La miraba embelesado y
acalorado, justo cuando sacó mi mano de ella y la llevó a sus
labios lamiéndolos, succionándolos y volviéndolos a humedecer
mojándolos en ella. Lo hizo en varias ocasiones, justo antes de
tirarme al colchón y lamer mi sexo hasta dejarlo limpio de los
restos de nuestra pasión.
-Quiero quedar embarazada, David.
Quiero que sea un niño y sea fuerte, tanto como lo fue tío Julien-
me susurró antes de caer rendida entre mis brazos- Si lo logramos
juro no marcharme de tu lado y tenderme en la cama para que me
ofrezcas todo lo que un caballero contiene al ver a una mujer como
yo. Porque te lo he dicho, quiero ser una puta en tu cama- besó mis
mejillas mientras aún intentaba digerir aquella breve conversación.
Jamás me pregunté si deseaba ser
padre, pero sin duda me sentiría dichoso que fuese con ella. Y así
fue, semanas más tarde me ofreció pruebas realizadas en el
Instituto Mayfair. Ella estaba en cinta y por supuesto yo era el
padre.
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