Texto guardado a D. Talbot
Para el Jardín Salvaje
La habitación de hermosos cuadros
antiguos, los cuales estaban pintados al óleo, era indescriptible y
hermosa. Caí mareado al suelo con las manos sobre la madera
acariciando sus betas, las cuales hablaban de años en el bosque
esperando a ser talada. Mis fríos dedos temblaban asustados por una
bocanada de aire frío. Al alzar mi vista lo vi. Era un elegante
fantasma de sonrisa tenue y cabellos bien peinados. Llevaba un traje
que ya no se estilaban, pero que sin dudarlo me recordó a los usados
por mi abuelo e incluso por mi padre cuando era joven. Me incorporé
acomodando mi chaqueta y corbata, así como mis cabellos que quedaron
revueltos sobre mi frente.
-Aquí hallarás tu destino, muchacho-
su voz era agradable y el aroma a té envolvía todo.
Viajé por un segundo a mi hogar. Un
pequeño piso que siempre tuve, del cual jamás me deshice, donde
guardaba algunos de mis documentos más importantes por recuerdos, o
vivencias, tan hermosas como peligrosas. Pude sentir la alfombra bajo
mis zapatos y mis manos acariciando los muros robustos pero
estrechos. Un lugar donde tuve un perro, mi fiel Peter, que murió
ciego y sordo de un oído. El aroma a tierra húmeda danzaba junto al
té y en un segundo cambió todo por la primavera de New Orleans.
Fuera llovía, era cierto, pero no había aroma a té sino a jazmines
y dondiegos, así como algunas margaritas que crecían libertinas por
el jardín exterior.
-¿Cuál destino? ¿No lo hallé
ya?-pregunté pero no había nadie.
El frío había descendido y el calor
tórrido comenzó a provocar que las primeras gotas de sudor se
deslizaran por mi frente. Con elegancia saqué un pañuelo de algodón
de mi bolsillo derecho y lo presioné mientras suspiraba pesadamente.
-Detesto que los fantasmas vengan a mí
y desaparezcan- comenté con reproche-. ¿Por qué esta vez he
sentido que lo conocía? ¿Será él? ¿Julien Mayfair?
Lestat había narrado junto a Tarquin
el suceso de Julien, mi viejo amigo me había incluso recordado como
el muchacho hablaba con detalle de sus ropas elegantes y sus ojos
sosegados junto a esa sonrisa. Pero hasta el momento no había
encontrado la posibilidad de hablar con él, de saber quizás algo
más sobre Merrick. Sin embargo, unos pasos de mujer llamaron mi
atención además por su fuerte presencia.
Allí estaba ella, Mona Mayfair, que me
atrapó con su mirada sutil y su sonrisa envenenada en rojo carmín.
Me aproximé a ella para pedirle una disculpa, pues había entrado en
su hogar sin pedir siquiera permiso. Sin embargo, ella tan sólo
rodeó mi cuello con sus brazos y sonrió. Vestía un elegante y
vaporoso traje rojo, igual que sus cabellos, que caía alegremente
hasta sus tobillos, pero no dejaba nada a la imaginación pues podía
ver la forma de sus piernas. Sus tacones eran de aguja y muy altos,
tanto que sentí vértigo por ella.
-Hola David- dijo con una leve sonrisa
aproximando sus labios a los míos, rozándolos con deseo mientras
sus manos pasaron por mis hombros hasta mi torso- David, soy una
mujer ocupada y desconocía que tú quisieses interrumpir mis
asuntos.
-Mona Mayfair- deseaba alejarme de ella
pero una ráfaga de aire frío volvió a empujarme contra ella y
escuché una carcajada en mi oído derecho.
-¿A caso no quieres saber lo que le he
enseñado? David, usted es todo un caballero pero necesita quitarse
el polvo de encima ¿cuánto hace que no entra dentro de una mujer?
Incluso yo lo he hecho hace poco, es tan satisfactorio ahora como
antes.
-¿Has oído eso?-pregunté con
curiosidad sin alejarme de mis modales, pero una mano fría me agarró
por la muñeca izquierda y la dejó justo en la parte baja de la
espalda de Mona. En ese instante, la cremallera de su vestido cayó y
con él la escasa ropa que llevaba colocada, pues éste no tenía
tirantes.
-No he oído nada- rozó mi boca con la
suya e introdujo su lengua acariciando mis dientes. Sin pensarlo dos
veces estaba besándola mientras la rodeaba con firmeza.
Por caballerosidad debo admitir que fue
una noche de lo más inquietante. El calor de nuestros cuerpos se
mezcló con la humedad de aquel lugar. Sus largas piernas me
aprisionaron y olvidé por completo que estaba frente a una presencia
que jugaba con mis pensamientos introduciéndose en ellos. Recordé
que era tener a una mujer entre mis brazos y sentir al fin que mi
corazón volvía a latir, aunque fuese por unos breves segundos,
cuando llegué al paraíso besando sus mejillas de nieve. Mona
Mayfair se convirtió en mi obsesión, un amor que no puedo dejar de
lado y que quiero sentir cada día al otro lado de mi cama.
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