Nicolas de Lenfent
Jardín Salvaje
Luces y sombras
¿Recuerdas los ojos amaneceres? Esos
que contemplamos recostados en el tejado de aquella casa desdeñosa,
llena de mugrientas pesadillas y rincones cubiertos por botellas de
vino que acabábamos de un trago. Esos tan rojos como el fuego, la
sangre y el tinto que manchaba los cuellos de nuestras camisas.
Bohemios desplazados del tiempo, el lugar y sin otro lugar en el cual
pernoctar que en nuestras propias almas. Caminábamos por los tejados
como dos gatos pardos, sombras del arte y la verdad.
Tú te empeñaste en ser el sol en las
noches, más allá de las gloriosas mañanas. Decidiste deslumbrar a
todos. Yo sólo quería morir. Me arrojaba al violín como único
nexo con mi atormentada alma. Quería fracasar terriblemente porque
en el fracaso encontraba los acordes para mis partituras. No quería
estar a salvo, sino sentir el frío en mis huesos. Pero tú te
empeñabas en abrigarme rodeándome con tus brazos, cubriéndome con
tus besos cálidos y dejándome con los recuerdos más dulces de los
cuales no pude deshacerme.
Amabas el arte, despuntabas en la
filosofía y eras el más brillantes en las taciturnas charlas en los
viejos café que ya no existen. Hemos perdido miles de veces juntos,
pero no era suficiente. Porque por cada derrota tú te hacías más
fuerte y resistías para la siguiente. Yo necesitaba la oscuridad. Tú
necesitabas la luz. Éramos almas opuestas bailando al mismo son. Me
dejaste angustiado cuando me había acostumbrado a que fueras el sol
en mis noches. Cuando ya me cambiaste el concepto decidiste dejarme
hundirme. Agradecí tu esfuerzo por humillarme y hacerme sentir un
idiota.
Te quise lejos de mí porque no acepté
que volvieras, ya habías hecho suficiente por mí. No volvería a
creer ni una de tus mentiras. Eras un monstruo que atemorizaba a
todos. Yo no era ese monstruo. Jamás supe ser un monstruo. Sólo
quería tocar de forma demencial. Tú no me concediste la libertad
porque me enjaulaste junto a un energúmeno de rostro infantil.
¿Cómo no odiarte? ¿Cómo no gritarte
que te fueras? ¿Cómo no hacerlo? Y ahora que he regresado de entre
los muertos, como un espectro que se lamenta y agita sus cadenas, he
decidido tocar el violín en las noches y los días.
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