El hollín miserable de las chimeneas
es el gris de éste anochecer
tormentoso
tan polvoriento, frío y doloroso.
En las partituras que queman está mi
alma...
esa que aún late en medio de la nada.
Recuerdo las llamas lacerar mi cuerpo
con sus intensas lamidas. Igual que recuerdo mis gritos alzándose
hacia el cielo igual que mis brazos de manos cercenadas. El violín
fue uno de los testigos. El dolor se hizo presente pero la absolución
de mi alma, como el alma de las brujas que aún quemaban por capricho
la turba, existió realmente. Me fui a otro mundo lleno de oscuridad
y miseria. Aparecí frente a la más negra nada donde el sonido de mi
violín retumbaba, como si fuera un viejo canto.
Y las astillas de mi instrumento, las
partituras que no se quemaron, las viejas obras que yo compuse, y un
mechón de mi cabello oscuro hicieron que volviera. Como si se
tratara de un ritual vudú donde todo vale, inclusive la sangre que
manchaba mi vieja camisa blanca. Volví para ti, para volver a verte
y sentir que la mentira seguía taladrando tu alma. Eras tan
mentiroso y a la vez tan hermoso, como hoy lo sigues siendo pero
ahora hablas verdades a cual más grotescas y miserables para
aquellos que ven más encantadoras las mentiras. La luz ¿quién
quiere tu luz? Aprendí a vivir en la oscuridad nuevamente y de ella
me alimento.
Nicolas de Lenfent
El Jardín Salvaje
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